Hace algunos días se presentó el equipo de trabajo de la señora Claudia Sheinbaum en el Gobierno de la ciudad de México. Al menos parte sustancial de él.
Algunos nombramientos me parecieron lógicos; otros extraños porque se trata de áreas nuevas y en algunos casos sentí el bocado del pan con lo mismo.
La Ciudad de México ha sufrido, desde la llegada de la “democracia” de izquierda, un progresivo deterioro cuyo avance no parece estar ni en vías de solución, pero ni siquiera en camino de entendimiento.
La creación de las alcaldías, con todo y sus órganos concejales, como en su tiempo ocurrió con las delegaciones administrativas inventadas por Luis Echeverría y puestas en práctica por Alfonso Martínez Domínguez, con el pretexto de “acercar la autoridad a los ciudadanos” (como los dientes del lobo de Caperucita, para “morderte” mejor), complicará la burocracia en favor de la corrupción.
De los nombramientos de la señora Sheinbaum me llama la atención éste:
“Andrés Lajous Loaeza, Secretaría de Movilidad.
Maestro en Sociología por la Universidad de Princeton, maestro en Planeación Urbana por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), y licenciado en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales por el Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE). Fue asesor externo en materia de movilidad de Sheinbaum durante su campaña”.
Yo tengo la suerte de conocer a Andrés. Es un hombre preparado y culto. Es hábil para la polémica y piensa con agilidad. No incursionaré en el análisis de sus antecedentes familiares ni en la genealogía de su estirpe porque eso ni le da ni le quita méritos, ni se buscan aquí hijos pintitos para hablar de los tigres.
Prefiero centrarme en sus ideas más visibles sobre la “movilidad”, lo cual es una forma muy moderna de referirse al tránsito de personas de un lugar a otro y los viajes por persona cada día en una capital de abigarrada conurbación, conflictiva e imposible, como una de las más grandes del mundo, si no la más enorme de todo el planeta, supera quizá sólo por Tokio-Yokohama.
Y lo más visible de Andrés es su vocación de ciclista.
Un día, cuando salíamos juntos de un programa de debate en Televisa al cual acudíamos con frecuencia, el hoy secretario de Movilidad me explicaba las bondades de circular como Lance Armstrong, pero sin dopaje.
Yo me reía y le argumentaba la condición de plaga de los ciclistas imprudentes, encima de las banquetas, circulando sin luces, en sentido contrario y con un aire de superioridad cultural y humana, verdaderamente insufrible.
Cuando llegamos al estacionamiento, una de las llantas de su hermoso aparato de pedales, colgado de un gancho como una canal de vaca en medio del frigorífico, estaba agujereada. Él llevaba prisa y yo un auto de cuatro puertas.
De inmediato me ofrecí a llevarlo a donde él quisiera.
—No, me dijo, mejor hazme un favor, llévame aquí a la colonia Roma (a dónde más sino a la Roma o la Condesa) donde hay un servicio.
Presuroso desarmó su bicicleta. Una rueda por aquí, un gozne por acá y el cuadro, quedaron, como instalación de Gabriel Orozco, efímeramente desguazados dentro de la cajuela y el asiento posterior de mi auto. De mi contaminante auto. Mi anciano carromato había sido, por un rato, tan artístico como la rueda de Marcel Duchamp en el Moma.
Poco después de esa tarde, supe de la inscripción de Lajous en Princeton. Alguna vez lo creí egresado de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, esa creada durante el gobierno de Andrés Manuel, pero no. Su historia académica no pasa por ahí.
Si en el Instituto Tecnológico de Massachusetts enseñan algo sobre la modernidad urbana, yo veo cercano el fin de los microbuses, las peseras atiborradas, los metrobuses congestionados y un Sistema de Transporte Colectivo digno del Paraguay.
Y digo de ese país, porque el alcalde Arnoldo Samaniego, ha dicho en el arranque de los pretextos asuncionistas:
“El Metro del Distrito Federal (todavía había DF), es un modelo a seguir. Es un ejemplo para Latinoamérica que México pueda tener este tipo de transporte…”
Bueno, pues en el mundo del señor Samaniego el Metro de esta ciudad es (2010) un modelo a seguir y cada quien es libre de ambicionar cuanto le venga en gana. La realidad es otra.
Pero ahora el Metro tendrá tarifas justas, trenes puntuales y suficientes y los autobuses de la capital serán todos como los de Boston, por decir algo funcional y eficiente.
Los tiempos de una Secretaría de Movilidad dedicada a la transa, la “caja grande”; las exacciones mediante emplacamientos abusivos e innecesarios; tarjetas de circulación con “chip”, como inventaban Armando Quintero y socios, ya se han acabado. La regeneración nacional ha llegado al transporte público de la Ciudad de México, con Uber en lugar de “piratas” y servicios dignos del primer mundo.
Eso quiero creer.