Sonaban por las calles las bocinas de los autos festivos y felices, ¡ta, ta, ta!; ¡ta, ta ta!, trisilábico recordatorio de ¡Mé-xi-co, Mé-xi-co! y por la televisión nos llegaban las imágenes de miles y miles de paisanos endeudados y felices porque viajaron hasta la Plaza Roja para cantarle a “la verde” y desafinar con el inexplicable y horroroso, cursi y melancólico a huevo “Cielito Lindo”, cuya monotonía baja desde la sierra “Morena” (presagio musical o acrónimo terrible), para decirnos lo enorme de la victoria parcial y el entusiasmo definitivo, pues ni han ganado los balompédicos representantes de la patria un pase a la etapa posterior, ni tampoco le arrebataron a la FIFA el dorado trofeo del primer lugar de campeonísimos mundiales; pero al menos ya tenemos la promesa de otro torneo en las sedes nacionales (así los gringos se lleven la gran tajada) y poco a poco nos damos cuenta de lo relativo de nuestra pobreza, porque cómo le hacen 45 mil o más mexicanos (¡dónde está la crisis, Dios mío!) para viajar hasta Moscú y luego ir a las otras sedes y comer y beber como si todos fueran cosacos en el Volga.

Pero de todas maneras “Viva México”; gritan todos hasta ensordecer al dorado ángel solitario de la columna, quien se despoja de los laureles de su diestra y en lugar de coronar la mollera tonsurada de don Miguel Hidalgo, allá abajo, prefiere colmar de guirnaldas festivas los bucles con ballerina del gran Guillermo Ochoa, mejor conocido como Paco Memo, quien comprueba la eficacia deportiva de la fiesta con daifas en la alberca, como parte del entrenamiento atlético en un país devoto del meme y el Memo.

Y si alguna vez los argentinos aprovecharon el campeonato mundial para gritar por el mundo, con banderas de azul y blanco desplegadas a lo largo del cielo, ¡Argentina, campeón; Videla al paredón!, hoy, algunos aprovechados gritaban en Reforma: ¡gana el TRI; pierde el PRI!; porque la inminencia del proceso electoral es un asunto presente así haya una leve distracción de minutos o de horas para cansarse las manos de aplaudir y la garganta de gritar, porque mire usted, lo mire como lo mire, le abollaron la corona al campeón (para usar una frase sobadísima digna de cualquier cronista deportivo); lo hicieron verse mal y como diría Putin, los alemanes no han ganado nunca en Rusia.

Pero nadie sabe en algo tan aleatorio como el futbol (un centímetro puede cambiar un destino), todo cuanto pueda ocurrir en el futuro, porque como decía un inolvidable amigo, el último minuto tiene sesenta segundos, como todos los demás, en un partido o en una vida.

Hoy queda un gusto suave en el dolorido gaznate, sufrido de tanto gritar y gritar y ya se quedan en la mesa de botellas vacías las matracas de madera y los pitos y las cornetas de cartón. Quizá en unos días más vuelvan a atronar con su sonora impertinencia y se llegue al cuarto, al quinto y al sexto partido y ojalá se logren triunfos y victorias, pues la evasión deportiva (iniciada con la derrota de los teutones contra los super-ratones) nos debe servir como paliativo ante el incierto futuro.

Los europeos, atónitos, leían ayer por la tarde mexicana este despacho de la agencia española EFE:

“…Alemania, que hace cuatro años se proclamó por cuarta vez campeona del mundo de futbol, arrancó la defensa del título en el Mundial de Rusia con una inesperada derrota ante la selección de México, que protagonizó la gran sorpresa del torneo merced a un gol de su estrella emergente, el Chucky Lozano. México ganó por primera vez en la historia al equipo que más veces ha llegado a semifinales (13) y cuyos títulos sólo supera Brasil, con récord de partidos (107) y goles (224), echando por tierra, con un magistral planteamiento de su técnico, Juan Carlos Osorio, la que hubiera sido la octava victoria consecutiva de la ‘Mannschaft’ en un primer partido mundialista”.

Pero como sean las cosas hoy solo queda el festejo.

Hace 48 años, en 1970, cuando México organizó por primera vez la Copa del Mundo y los reporteros lucíamos en el pecho un orgulloso gafete metálico dorado y con las letras “México70” iguales a las de un par de años antes en los Juegos Olímpicos (obra del diseñador gráfico Lace Wayman, supervisado por Ramírez Vásquez y Eduardo Terrazas), el Centro Internacional de Prensa funcionaba en el entones espléndido Hotel María Isabel, sobre cuya marquesina, junto al acceso de Reforma, se había colocado un enorme balón con gajos pentagonales.

Y cuando se le ganó (gran hazaña), al equipo silvestre y rudimentario de El Salvador, los alegres mexicanos bajaron el balón de su terraza y se lo llevaron a patadas por la glorieta y el paseo, hasta convertirlo en trozos de imposible restauración.

Muchos años antes hicieron lo mismo con la pierna de López… De Santa Anna.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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