Si pudiéramos, por un momento, quitarle a la situación los ribetes de aparente seriedad en cuanto a los Derechos Humanos y la cantaleta de la igualdad, la equidad y todo ese farragoso pajar tras el cual, se oculta nada más le ropa sucia de la ambición, el sainete de la(o)s “vestidas” de Oaxaca (o los falsamente vestidos, impostores, ¿transimpostores?), es la parte más cómica de una campaña política nacional llena de sangre por un lado y de hastío y ridículo, por otro.

Si ya resulta hilarante (a veces lo grotesco mueve a risa) el reparto de cuotas y ahora de posiciones electorales en favor de cualquiera de los incluidos en la vasta lista de las diferencias sexuales, cuya existencia las convierte en credenciales políticas con riesgo hasta de falsificación, la maniobra descubierta en Oaxaca mueve a la carcajada.

Es como darle otra vuelta de tuerca (pero al revés) a las “juanitas” y a los “juanitos”, aun cuando en el caso de Rafael Acosta, los asuntos de sexo no tuvieron ninguna importancia.

Y quizá sea el momento de aclarar eso del género y el sexo, pues no son la misma cosa. El género humano tiene diferencias sexuales. Las personas, también. Nada más. El resto es rollo de los bien portados.

Hay un ensayo de Juan Antonio Flores Martos, de la Universidad de Castilla la Mancha, en el cual se analiza el fenómeno de los muxes juchitecos. El trabajo académico no analiza el aprovechamiento demagógico de su elección sexual en procesos electorales, mucho menos su falsificación, pero algunas ideas son útiles.

Veamos:

“…el término nativo empleado para aquellos varones que adoptan una identidad social y genérica diferente a la masculina y femenina es el de muxe –escrito también indistintamente con la grafía muxhe o mushe.

“…Desde mediados de los años 70 del siglo pasado la

antropología y la sociología han enfocado de modo intenso el panorama singular, las identidades y prácticas sociales que los géneros (mujer, hombre, muxe y nguiu) despliegan en esta ciudad (Juchitán) donde las mujeres adoptan una hegemonía y relevancia social que han llevado a intelectuales, artistas y algunas investigadoras a sostener la idea de que allí existiría un matriarcado.

“En palabras de Amaranta Gómez, muxe juchiteco trata de arropar el término de hombre-femenino y con el cual “se nos nombra a todas las personas que nacemos varón y crecemos con identidades genéricas femeninas, es una identidad similar a la “gay” y lo transgénero, pero con características sui generis…”

“…Me interesa explorar el perfil indígena e híbrido de unos transgéneros amerindios zapotecas: los muxes de Juchitán, que han experimentado procesos de “zapotequización” identitaria en un contexto de resurgimiento cultural o etnogénesis al tiempo que se han visibilizado y cobrado relevancia en la práctica de diferentes “performances” mestizas – sociabilidad en clubes y shows travestis”.

Como se ve el esnobismo cultural le dio paso al esnobismo con aprovechamiento político. Un fenómeno “etnogénico” (producido por la propia cultura); se convirtió en “atractivo” turístico y luego, en rebaño político.

Si se permite el paralelo, sucedió como con los hongos de Huautla; perdieron su parte genuina de rito mágico y se convirtieron en atracción turística de gringos sicodélicos y mexicanos colonizados hasta para el “pachequeo”.

Hoy el Instituto Electoral de Oaxaca, ufano en ciertos momentos por haber logrado la inclusión de los “transgénero” (cuando deben ser los transexuales, nada más), se encuentra con la realidad: ni era tan necesario, ni es tan justiciero.

Las personas deben tener todos los mismos derechos sin la ubicación de sus preferencias en parcelas distributivas. Esa es la otra cara de la moneda discriminadora.

Una de las instituciones más inútiles de México, el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (nacido por cierto de un debate presidencial en pago a la elocuencia de Gilberto Rincón Gallardo), se ha lavado las manos y ha dejado el asunto, por ahora, en el terreno meramente electoral, pues no se sabe si la suplantación de preferencias sexuales con fines de lucro, es o no es un delito. Y eso ya es de carcajada.

Veo en CRONICA la cara de Grecia Jiménez, quien como viejo billete de veinte pesos, muestra sus ojos de tehuana (o) orgullosa (o) y su rostro redondo, quien reconoce en la lista de falsos “muxes” a algunos políticos jamás preocupados por la diversidad sexual. Puros aprovechados.

Y todos los mentirosos (no nada más en los apoyos a candidaturas ciudadanas se falsifican las cosas); provienen del Partido Acción Nacional o el Movimiento Ciudadano, lo cual ya resulta altamente grosero. El viejo partido de la decencia nacional, aprovechando ahora las rendijas de una sexualidad falsamente comprendida y aprovechada.

Lo dicho, este no es un país serio.

ANAYA

Ricardo Anaya es el típico caso del “Pico de oro”. Cuando habla es elocuente, articulado, ágil, veloz, prolijo, correcto e infatigable. Tiene buena dicción; mejor lenguaje corporal. Es un hombre perfectamente entrenado, con dotes naturales. Pero no dice nada.

Solo repite y repite las mismas frases con la precisión calcada de una memoria practicada. En su exposición no hay sitio para la sinceridad. Todo es impostura.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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