Hace muchos años trabajé en el gobierno de la ciudad de México. En aquel tiempo se trataba de un departamento administrativo por cuya delegación el Presidente gobernaba también la capital de la República. No existía la Asamblea de Representantes ni mucho menos se elegía al gobernante.
El Jefe de Gobierno del DF era, por la amplitud de su encomienda y las dimensiones del presupuesto bajo su responsabilidad, el segundo hombre o el tercero si se quiere, en la escala del poder nacional.
Y desde los tiempos de Luis Echeverría cada jefe de gobierno tenía 16 jefecitos en cada una de las delegaciones a quienes ponía y removía de acuerdo con las tendencias internas del PRI. Casi el paraíso. Pero ni en esas condiciones, ni en las posteriores, vestidas con el falso ropaje de la “democracia representativa” y el voto directo, alguno de ellos llegó a la Presidencia como fue siempre su ambición.
No llegó Carlos Hank; tampoco Aarón Sáenz. Ni Casas, ni Corona del Rosal, ni Ernesto P. Uruchurtu, ni Cuauhtémoc, ni Don Peje. Tampoco Marcelo llegará, no se ilusione ni se preocupe, según el lado donde quiera acomodarse.
Pero bueno, en aquel tiempo a ciudad estaba en crecimiento, en plena anarquía entre la corrupción y los negocios combinados.
La ilusión “democrática” (pretexto para meterse al negocio) desarrolló una fuerte corriente de presión para dotar a los ciudadanos de todos los derechos políticos inherentes a la vida moderna empezando por el principal: votar y ser votado.
Por ese derecho la ciudad cambió. Si la anarquía era consecuencia del criterio de dos personas, hoy es obra de un partido político, fragmentado en la caótica distribución de sus cuotas tribales. Si usted cree en eso de la representatividad, pues nada más analice cómo se han para tomado las peores decisiones del gobierno en la historia de la ciudad, por el voto de la mayoría.
Le pongo un ejemplo:
Uruchurtu gobernaba con una idea y un criterio. Los borrachos se frustraban a las una de la mañana. Si querían beber más, largaban a Naucalpan, Neza, Tlalpepantla o donde pudieran a seguir la parranda. A eso se le llamaba “El reventón” y al estado de México, “El cinturón del vicio”. Muchas fortunas se amasaron gracias al tempranero horario de la era uruchurtiana.
Hoy la ciudad entera es un reventón falsamente democrático. Si la democracia sirve para ver más jóvenes estrellados en las calles a las cinco de la mañana; nos hubieran dejado como estábamos.
Cualquiera diría, son los costos de cumplir con la voluntad ciudadana, pero eso es tan falso como la ilusión de un wonderbra. La ampliación de los horarios, con sus graves consecuencias en seguridad y salud pública, advertidas por los secretarios respectivos del gobierno del DF, no tiene defensa posible, al menos no desde un punto de vista de sensatez y buen juicio.
–¿Pero a quien representa la mayoría en la Asamblea, a los ciudadanos? No. Representa a las tribus apeñuscadas en las tribus perredistas.
Los antros van a cerrar a las cinco de la mañana con el grave perjuicio en agravio de la salud de miles de jóvenes y el aumento en los accidentes viales por decisión de un grupito amafiado con los antreros.
La falsedad inherente a los requisitos de “seguridad” (si quieren seguridad reduzcan los horarios) invocados para distender la principal función de un gobierno (gobernar; no tolerar) no hace sino extender las fórmulas y los estadios de la corrupción.
Hasta hace unos meses el peor enemigo de la ciudad de México era el señor Moisés Charaf; dueño del “Bar-Bar”. Su peor pecado fue tener abierto su antro a las cinco de la mañana. Esa violación fue la causa original de todos los demás problemas y del famoso desenlace del balazo a Salvador Cabañas, cuyo agresor (como “El chapo”) sigue libre, obviamente protegido por la autoridad. Pero esa es otra historia.
Si hace semanas mantener en operación hasta las cinco era una violación, ahora ya no lo será. ¿Dejaron de existir los riesgos válidos para la limitación anterior? De ninguna manera. Lo único diferente es la cantidad de monedas con las cuales alfombraron los pasillos y las oficinas del Partido de la Revolución Democrática.
–¿Cuánto dinero soltaron los antreros, alcoholeros y “chincholeros” para ampliar sus horarios y sus negocios? No lo sabremos nunca, pero si sabremos la cantidad de accidentes propiciados por este “botellón” permanente al cual nos ha llevado la corrupta revolución democrática.
Vamos a ver cuál de los medios de información lleva la contabilidad de los accidentes derivados de este negocio. Por lo pronto ojalá y afiancen la estatua del Papa, no se vaya a caer de nuevo cuando un asesino borracho estrelle de nuevo su auto con un policía en el cofre.
Total, en esta ciudad todo es posible. Para eso es la democracia.