Y se montaban en las azoteas y miraban al cielo con un vidrio de soldados, una vieja película velada o simplemente con dobles lentes para el sol.
Objeto de supersticiones y falsos augurios, como los cometas o las lluvias fuera de temporada; residuos de la superchería de antaño, el eclipse no deja de ser, en el fondo de todo, nada sino la luna convertida en el celestial parpadeo del sol, como dice el célebre haikú del poeta oriental del siglo XIV, Shin Gao.
Pero en el nombre de la superchería, la fantasía y el asombro primitivo, quiero reproducir una historia conocida por muchos, pero quizá no por tantos como debiera ser. Es algo ocurrido al navegante Cristóbal Colón, de quien casi todos hemos oído hablar algún día:
“…Fue en su cuarto y último viaje, mientras exploraba la costa de Centroamérica, que Colón se vio en problemas. Su flota zarpó del puerto de Cádiz, en España, el 11 de mayo de 1502, estaba integrada por los navíos Capitana, Gallega, Vizcaya y Santiago de Palos. Infelizmente, y debido a una plaga de termitas que infestó las naves, Colón se vio obligado a abandonar dos de los navíos para finalmente quedar varado con sus dos últimas carabelas en la costa norte de Jamaica el 25 de junio de 1503.
“En principio, los nativos de Jamaica recibieron a los náufragos con los brazos abiertos, ofreciéndoles comida y refugio, pero conforme los días se fueron convirtiendo en semanas, la tensión empezaba a aumentar. Finalmente, luego de haber estado varado durante más de seis meses, la mitad de la tripulación de Colón se amotinó. Los rebeldes saquearon un almacén de alimentos, asesinaron a algunos hombres y secuestraron mujeres. Rebasándolos en número y llenos de furia, los nativos mataron a los rebeldes y capturaron a los otros españoles que no habían tenido nada que ver en la rebelión.
“Las explicaciones de Colón fueron en vano, los llevaron a una tienda a la espera de la decisión del jefe de la tribu, quien indicaría como serían ejecutados.
“Colón, en medio de la desesperación, formuló un ingenioso plan.
“Quién vino en su ayuda fue Johannes Müller von Königsberg (1436-1476), un destacado matemático, astrólogo y astrónomo de origen alemán mejor conocido con el nombre latino Regiomontanus.
“Antes de morir, Regiomontanus publicó un almanaque que contenía tablas astronómicas que cubrían los años desde 1475 a 1506…
“…Colón, por supuesto, tenía una copia con él cuando fue preso en Jamaica. Estudiando las tablas, descubrió que la tarde del jueves 29 de febrero 1504, un eclipse total tendría lugar poco después del nacimiento de la Luna.
“Armado con nada más que este conocimiento, a tres días del eclipse, Colón pidió una reunión con el jefe de los nativos y le dijo que su Dios estaba enojado con los nativos por mantener a los marineros cautivos. La rabia de este ser supremo era tal que no tardaba en mostrar un claro signo de su desagrado: de allí a tres noches, borraría la luna naciente, volviéndola “rojo sangre”.
“El líder debió haber mirado con aprensión a sus hechiceros – La Luna de Sangre (eclipse total lunar) era considerada como uno de los presagios más temidos. A pesar de esto, el jefe ordenó que los marineros permanecieran encarcelados hasta que tomara una decisión final.
“La noche prevista, a medida que el Sol se ponía en el Oeste y la Luna comenzaba a surgir en el horizonte por el Este, era obvio para todos que algo andaba terriblemente mal. Cuando la luna se ubicó completamente por encima de la línea del horizonte, estaba incompleta.
“Y, apenas una hora más tarde, mientras era tragada por las tinieblas, la Luna fue adquiriendo una apariencia incendiaria y “sangrienta”: en lugar de la brillante Luna Llena de invierno, los cielos eran dominados por una tenue esfera roja.
“Según el hijo de Colón, Hernando, los nativos se vieron aterrorizado por tal evento y “… con gritos vociferantes y lamentaciones corrían en todas direcciones, arrojándose al suelo y gritando de pavor”.
“Aprovechando la situación, Colón ordenó que todos fueran liberados… el líder prometió que la tribu cooperaría con Colón y sus hombres, si restauraba la luna a su estado normal.
“El explorador le dijo que tendría que retirarse a una conversación privada con la deidad a rogarle que se tranquilizara. Luego, se encerró en su camarote durante unos cincuenta minutos.
“El “Dios” al que tenía que apaciguar en realidad era un reloj de arena que Colón volteaba cada media hora para medir las diferentes etapas del eclipse, con base en cálculos proporcionados por el Almanaque de Regiomontanus”.
Obviamente Colón y sus hombres se salvaron.