A estas alturas ya no es un secreto para nadie la ausencia de una política de comunicación social en la Presidencia de la República. El concepto se ha confundido con dispersión, divulgación desordenada, profusión, pero no intencionalidad definida. Todavía no sabemos qué espera el Presidente de los medios.
Conocemos su proclividad por difundir tácticas a través de los frecuentes mensajes en “cadena nacional”, cuyos eslabones parecen depender más del arreglo con los concesionarios para el escalonamiento de los horarios y no de la urgencia contundente de aparecer de golpe en todas las pantallas.
Los tiempos oficiales son utilizados de manera preferente por la Presidencia de la República la cual los utiliza de manera machacante y tediosa a través de anuncios promocionales cuyas voces edulcoradas y solemnes termina por agotar a los receptores de tan manidos mensajes.
Debo a la acuciosidad de mi amigo E.H. la relectura de las memorias de Henry Kissinger. Relata el famoso Doctor K cómo se fueron complicando las cosas en la Casa Blanca y reflexiona sobre los hechos de la comunicación, el equipo, los méritos y los costos.
Dice:
“…En la mayoría de las administraciones las buenas noticias son anunciadas por la Casa Blanca y las noticias impopulares se dejan a los departamentos para que estos las difundan; en la administración Nixon, la burocracia adquirió una gran habilidad para dejar filtrar prematuramente las noticias buenas a fin de asignarse el crédito de las mismas, y para revelar las malas noticias de forma que la culpa recayera sobre el Presidente.
“Esto a su vez reforzó la ya fuerte tendencia de Nixon de creerse rodeado de una conspiración que llegaba hasta sus colegas del gabinete; ello no hizo otra cosa que aumentar su ya marcada inclinación al retraimiento y al aislamiento…
“…Los medios de difusión tienen un alto incentivo para sondear en busca de desacuerdos dentro de la administración; a algunos periodistas no les importa contribuir a la discordia como medio de generar una historia… De esa forma se creó la tentación de atribuir el mérito de los acontecimientos más favorables a otros, entre los más admirados, y cargarle a él la culpa de todo lo que fuera impopular.” Alguien debería reparar en esas palabras.
Evidentemente el caso de Richard Nixon es especial. Tanto como para haber sido el único presidente sometido a la impugnación y echado a patadas del cargo. Muchos han querido utilizar ese “impeachment” presidencial como muestra de la madurez de la democracia americana, pero no se necesita ser Alexis de Tocqueville para saber cuál fue la causa real de su salida: la incapacidad para resolver los problemas de fondo, en especial el pantano de una guerra, sin alterar el equilibrio en los negocios de la industria militar.
Un traidor dentro del FBI proveyó de información intencionada al “Washington Post” y todo fue presentado como un logro de la libre prensa americana, cuando no era sino la grosera manipulación de dos periodistas utilizados por un genio de la filtración interesada.
En México la guerra es otra y las condiciones son distintas, pero el gobierno navega a la deriva en materia de opinión pública. Su defensa son las encuestas lo cual lo deja sin defensa. Su método de utilizar fórmulas de publicidad comercial en la promoción de programas y logros imaginarios, no suple a la propaganda política y ésta no sustituye a la percepción general con medios o sin ellos.
A fin de cuentas lo único imposible es la construcción de una personalidad histórica a partir del control (imaginario o real) o la saturación de los medios. El manejo directo de los periódicos y las televisoras no logró por ejemplo, al final del priísmo una buena opinión de los gobiernos revolucionarios.
El ratero se quedó con esa fama, el represor con la suya; el demagogo no pudo mejorar y el frívolo pagó sus pecados. De nada sirvieron los mecanismos de aparente dominio. La única constante en todos ellos fue la ausencia crónica de una política de comunicación y la pérdida de prestigio de los medios. La prensa vendida y la televisión incondicional y servil. Y ni así lograron un sitio diferente en la memoria colectiva.
Adam Smith hablaba de la “mano invisible” del mercado en la organización de la economía. En la historia hay otra mano invisible y ella escribe la otra historia; no la oficial, la popular. Y esa percepción nunca se puede borrar.
CLINTON
En medio de esa extraña forma de refuerzo político como juegan los ex presidentes de Estados Unidos, Bill Clinton se adelantó al las instrucciones de Barack Obama para Felipe Calderón en la inminente cena de la Casa Blanca: entregarle la conducción de la “guerra perdida” contra “el narco”.
“El ex presidente estadounidense Bill Clinton dijo (afirmaba la prensa mexicana de ayer) que México no puede solucionar el problema del narcotráfico, y que Estados Unidos tampoco puede protegerse solo, pues “hay una interdependencia entre los dos países”.
“Calificó el del “narco” como un problema “casi sin solución”, pero que se debe enfrentar. Advirtió que “virtualmente es imposible, en cualquier parte del mundo, que acabemos con todos los enemigos; es algo dificilísimo de hacer. Necesitamos un plan integral que vaya más allá de la ayuda a México para que se defienda mejor”, y que el esquema de combate no puede apostarle todo al éxito de la confrontación militar”.