Cada tanto los mexicanos producimos una nueva generación de expertos en algo. Lo fuimos en los efectos del consumo de mariguana, por ejemplo, cuando la Corte Suprema sacralizaba –como rastafariano devoto–, el consumo lúdico o recreativo del cáñamo; lo somos cotidianamente cuando se habla de procesos electorales y democracia.

Cuando juega la Selección Nacional; de ratones tan verdes como la cannabis, no se diga. Todos sabemos la diferencia entre un  contención y un volante; un  delantero y un carrilero. Pero nunca hemos sabido explicar la contundencia crónica, histórica e incurable de la derrota de cada día.

Yo tuve una vez una discusión áspera con el dueño de un diario deportivo quien, por ese sólo hecho, vive del futbol. La polémica terminó cuando yo le probé hasta el analfabetismo de la prensa deportiva. Pero esos son otros López.

Hoy el doctorado nacional, sobre todo de los plumíferos de variopinta condición, está enfocado en las relaciones exteriores. Todos sabemos de eso tanto como Kissinger y más de cuanto imaginaron Mäetternich o Jorge Castañeda, incluido Jorge Castañeda.

Y nuestras relaciones con el mundo tienen varios puntos ahora importantes.

Uno, el más sencillo y evidente, la reconstrucción casi automática del gobierno de Enrique Peña de los tratos con Francia, tan maltrechos por los desatinos de Felipe Calderón quien nunca supo salir del círculo vicioso entre su guerra contra el crimen, los secuestros y las presiones a las cuales lo sometieron sus corifeos de los Derechos Humanos (terminó haciendo candidata al gobierno de la CDMX a doña Isabel Miranda), quienes acabaron poniendo en la calle a Florence Cassez, en lugar de enviarla a purgar sentencia a La Santé o cualquier otra prisión  de Francia por la simple aplicación del convenio de Estrasburgo, así hubiera estado presa a un sólo día.

Del idiota modo mexicano no pisó la cárcel.

El segundo escenario es el de Venezuela, un país con  el cual alguna vez tuvimos similitudes populistas y vistosas, cuando Carlos Andrés Pérez y Luis Echeverría se sentían  cada uno adalides del Tercer Mundo petrolizado y en camino de la victoria histórica.

Aun recuerdo aquella noche de tequila y plumas de vedete, cuando Telma Tixou, en el Capri del Hotel Regis, después de una cena en el Camino Real en la cual hasta el embajador Jova, de los Estados Unidos terminó semi beodo agitando una servilleta por encima de su cabeza y cantando con los músicos venidos de Caracas, le puso en la coronilla un sombrero de charro de madrugada, a Carlos Andrés  y le bailó con las caderas de fuego, una especie de lambada con lujurias del Arauca vibrador.

Carlos Andrés Pérez y Luis Echeverría terminaron ambos en sendos arraigos domiciliarios, el Tercer Mundo se acabó hasta como concepto. El sueño de los productores de petróleo (Venezuela, Argelia, Nigeria, Ecuador, México y otros), se desvaneció con todo y la OPEP. Cambió el siglo, cambio el mundo.

Y ahora Venezuela está en manos de un chofer de Microbús (Maduro es el “Vítor” sin peine de crepé), cuyo inadmisible discurso toca las puertas de la imprudencia peligrosa. O quizá no tanto, porque los mexicanos somos expertos en dejar pasar las cosas.

No tiene caso ahora repetir los puntos agudos de esta relación actual con el gobierno de Caracas. La única pregunta es por qué seguimos teniendo relación con ese régimen. Lo más sencillo sería cerrar todos los canales y dejar una representación simbólica en la sede nuestra. Retirar, siquiera con el pretexto de las prolongadas consultas a la embajadora Paz, quien de seguro ya se hartó de tragarse tantos sapos con los insultos y referencias agresivas a México, el secretario de Relaciones Exteriores y el Presidente de la República.

Como decía el tango, “…enfundá la mandolina…”, lo cual equivale a baja la cortina o decirle al último en salir, por favor apague la luz.

Sin embargo la Secretaría de Relaciones Exteriores ha sido pertinaz en su postura: no romperemos vínculos, al menos no hasta el extremo.

Pero el asunto no es tan joven.

Este texto –líneas abajo–, de CNN lo sintetiza de manera elocuente, del cachorro imperial (Vicente Fox) hasta el empleado maltratado (Peña Nieto) de Maduro.

Las explicaciones son muchas, la respuesta es nula:

–¿Ganamos algo como país. Sosteniendo una aparente normalidad diplomática con Venezuela? Veamos:

“(CNN).- Los gobernantes de México y de Venezuela llevan desde 2005 exhibiendo públicamente sus desencuentros por cuestiones políticas, aderezándolos con alusiones personales, en contraste con la cortesía con la que usualmente se dirigen entre mandatarios. La crisis resurgió en el sexenio del presidente Enrique Peña Nieto”.

Y en cuanto al otro campo, el de las siempre conflictivas, injustas, disparejas, asimétricas y por desgracia inevitables relaciones con  Estados Unidos, la repugnancia se adoba con granos de indignación.

Nada se puede esperar de Trump con quien de nada  sirven la cortesía o el buen trato.

Tan silvestre como maduro, tan ignorante como aquel payaso Bucharam, el presidente de Estados Unidos va de tropiezo en ridículo por el camino descendente de su insólito gobierno. Las más recientes filtraciones lo han lastimado profundamente. No puede ni cuidar su oficina el pelma. Y uno se sigue preguntando, ¿no era tan evidente cómo  iban a  ser las cosas?

Pero la democracia es una trampa en la cual caen todos los pueblos. Es el caos con urnas electorales, dijo Thomas Carlyle y nadie lo tomó en cuenta.

TAQUITO

Diversas y quizá menos importantes ocupaciones del jueves pasado me impidieron acudir a la invitación de Marcos Guillén para festejar los primeros cien años del restaurante (quizá ahora lo sea), más antiguo de la ciudad: “El taquito”.

Su añoso edificio, de escaleras crujientes, en la calle del Carmen ha sobrevivido varias batallas. La mayor y más prolongada contra el comercio ambulante cuyos tenderetes le impiden a sus clientes el acceso, le tapan la entrada, le ocultan hasta el aroma de los sensacionales tacos placeros.

Veo hoy una fotografía de otro cumpleaños. Ahí estamos Don Rafa y su señora; Sara y Jacobo Zabludovsky, Patricia y yo. En la mesa brillan las copas de agave, los platos con mole y arroz. Fue quizá el aniversario 80 del establecimiento y lo conmemoramos en la única y ahora desaparecida sucursal de la calle Holbein (hasta entonces, después hubo otra en Venustiano Carranza) a donde íbamos a comer antes y después de las corridas de toros en  la Plaza México.

Marcos Guillén, junto con  su hermano, como en otro tiempo hicieron Don David y Don Rafael, se ha empeñado en no cejar ante el empuje de modernidades mal comprendidas.

No se trata de buscar la cocina “de autor” ni de inventar el ajonjolí para el mole. La comida mexicana sencilla, cotidiana, “casera”, perdurable e inimitable, no necesita los artilugios por los cuales un plato de arroz se convierte en un “tambor”; la lechuga picada en espejo y la fritura en crocante, y la fraseología insufrible  como de curador de galería, enmascara con falso lenguaje las cosas simples de cada día, como el aroma del maíz, la blandura de la tortilla, el raspón del buen tequila.

Un día, hace ya muchos años estuvimos en una comida harto etílica con Jacobo Zabludovsky y un grupo diverso.

Llegaron las quesadillas. Jacobo, educado y fino como siempre fue, exhibió y ofreció el humeante plato con la fritura aromática:

–¿Quieres?, le dijo a uno.

–¿De qué son?, preguntó el otro.

–De sesos…

–No, Jacobo, yo ya tengo, cómetelas tu…

–¡Ah! dijo, ¿y  si tienes por qué no los usas?

Ni Churchill hubiera contestado mejor.

Felicidades a los Guillén y al taquito, el único lugar de México en el cual si uno cierra los ojos y monta su personal máquina del tiempo  se puede encontrar a Marilyn Monroe con los dedos mojados de salsa borracha y los labios frutales y encendidos en el contorno de un taco de cecina. Salud.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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