Hoy las llamaradas vuelven a Tláhuac.

No son  aquellas lenguas de insaciable apetito en torno de los cuerpos de dos agentes federales a quienes la chusma asesinó complacida y babeante  en  la plaza de San Juan Ixtayopan hace ya más de una década en el necesario antecedente del espectáculo de ahora.

En estos días son los vehículos incendiados por la protesta inducida, manipulada y pagada de antemano de una mafia de narcotraficantes (como en el 2004), llamados “narcomenudistas”.

Tláhuac ha sido noticia nacional en pocas ocasiones. Su guiso de cola de res en pasilla, servido en la ribera del Embarcadero de los Reyes Aztecas no sirve ni para una página de gastronomía, lo cual es absolutamente injusto.

Pero Tláhuac existe en las noticias siempre por asuntos de pendencia, incendio, linchamiento y delincuencia. Su relativa lejanía con el centro de la ciudad, su condición de comunidad semirural y a un tiempo semiurbana, lo hace distante y su anfractuosa orografía lo hace ideal para el escondite o el camuflaje.

El caso más notable de la manipulación de los grupos subversivos asentados ahí, y ahora asociados o convivientes con la mafia narcótica del sur de la ciudad –con evidentes conexiones hacia Morelos, Michoacán y la sierra de Guerrero, opima en cultivo de amapola y nervio de esa extraña asociación entre  aparentes reivindicaciones sociales y narcotráfico–, se dio cuando el gobierno de la ciudad de México se rehusó a intervenir para salvarles la vida a los agentes federales capturados por la chusma con el viejo recurso de acusarlos de “robachicos”.

Eso fue en el año 2004, en noviembre:

“(La jornada).- Dos hombres fueron quemados vivos y uno más herido gravemente durante un linchamiento perpetrado por más de 300 pobladores de San Juan Ixtayopan, delegación Tláhuac, luego de que los tres hombres fueron presuntamente sorprendidos tomando fotografías a niños afuera de una escuela de la zona.

“Sin embargo, los presuntos delincuentes no pretendían «robarse a los niños», como argumentaron los padres de familia, que empezaron a rodearlos y agredirlos, sino que eran tres agentes de la Policía Federal Preventiva, cuyas explicaciones de que realizaban investigaciones de narcomenudeo, no fueron escuchadas.

“Tras golpearlos brutalmente por cerca de dos horas, los cuerpos de Víctor Mireles Barrera y Cristóbal Bonilla fueron depositados sobre una hoguera formada en la parte alta del pueblo, donde ambos terminaron de morir. Sólo algunos últimos estertores y gestos de los cuerpos alcanzaron a cobrar movimiento en medio de las llamas”.

El gobierno de la ciudad cerró los ojos. El entonces Presidente Vicente Fox,  cesó al jefe policiaco, Marcelo Ebrard, pero en el juego político de fuerzas,  el jefe de Gobierno, Andrés Manuel López, lo promovió a Secretario de Desarrollo Social (le entregó el treinta por ciento del presupuesto capitalino) y luego lo designo su sucesor. Lo demás fue hacerlo candidato a jefe de gobierno con una  aceitada y perfecta maquinaria electoral.

Ebrard, tras ese accidentado camino fue jefe de gobierno y una de sus obras más importantes fue construir una línea del Metro de Mixcoac a Tláhuac por cuyas deficiencias estuvo a punto del proceso judicial por corrupción y negligencia, lo cual evadió mediante el autoexilio y un arreglo hasta ahora desconocido.

Tiempo después (2011) “el comisionado general de la Policía Federal, Facundo Rosas (Apro), reveló hoy que los tres agentes de la corporación linchados en Tláhuac en noviembre de 2004 –dos de los cuales fueron quemados vivos–, investigaban la presencia de grupos subversivos en la capital del país.

“Aún más, mencionó que Alicia Zamora, La Gorda, y su esposo Eduardo Torres, presuntos instigadores del linchamiento y detenidos hace unos días por elementos de la corporación, tienen vínculos con organizaciones subversivas que operan en la zona sur de la metrópoli.

 

“El funcionario policiaco añadió: “Este matrimonio estaba vinculado con grupos de apoyo a movimientos armados, a grupos radicales vinculados particularmente con el movimiento de masas, de ahí la capacidad que tuvieron para movilizar rápidamente a los habitantes de esta colonia para poder detectar a los oficiales de la entonces Policía Federal Preventiva”.

 

Pero esa “capacidad para movilizar rápidamente a los habitantes” a la cual se refiere Rosas, se puso nuevamente de manifiesto en los “narcobloqueos” y el narco terror instaurado tras la incursión de la Marina con apoyo de la fuerza pública capitalina.

 

En ese sentido y como un comentario marginal, se debe atender la raíz ideológica de la constitución de la Ciudad de México, uno de cuyos principios vertebrales es la impunidad cuando se invoca el derecho a la protesta social. El incendio la pedrea y el pillaje no sin delitos, son derechos sociales. No es terrorismo, es democracia.

 

En fin. Hoy la violencia se promueve en el mismo lugar y con la misma gente (diría el filósofo), lo cual le permite a cualquiera asociar los fenómenos.

 

–¿Cómo se movilizaron los habitantes de Tláhuac para obstaculizar las maniobras e la Marina y la Policía, cómo cercaron el pueblo? Tal y como lo hicieron  con el linchamiento. Nomás faltaron las campanas.

 

Así lo relatan los testigos:

“(Apro)… La tarde de este jueves, en las calles de la delegación Tláhuac se vivió una pesadilla y se mostró lo que nunca se había visto en la Ciudad de México: camiones de volteo y autobuses del transporte público en llamas y atravesados en las principales avenidas al más puro estilo de los narcobloqueos en Tamaulipas…

“…Cuando los marinos y policías federales ya habían logrado el control de la situación dentro del inmueble (donde fue abatido “El ojos”), afuera comenzaba el horror. Como ha ocurrido en las detenciones o caídas de líderes del narcotráfico y el crimen organizado en otras entidades azotadas por la violencia, el desorden y el terror se apoderó de las calles.

“Decenas de choferes de bicitaxis y mototaxis –el transporte público hechizo e irregular que opera en la zona (algunos de cuyos operadores, en ocasiones, avisan y protegen a los narcomenudistas)– se lanzaron a cerrar calles y avenidas. Reportes indicaron que sujetos armados subieron a un autobús y a gritos y jalones obligaron a los pasajeros a descender. Enseguida lo atravesaron en la avenida y le prendieron fuego.

“En otro punto, el motor de un camión de volteo a media vialidad comenzó a arder. Lo mismo ocurrió con otros tres autobuses y microbuses de transporte concesionado. Las llamas los consumieron hasta dejarlos inservibles.

“Los bloqueos evitaron el paso de vehículos de emergencia, patrullas, autobuses de granaderos y motocicletas de la policía capitalina que llegaban enfilados y con las torretas encendidas para tratar de poner orden”.

Eb estas condiciones se debería atender ambos fenómenos e investigar si en realidad hay un  maridaje entre los grupos subversivos y los grupos delictivos. Quizá la apariencia induzca al error, pero la sospecha puede conducir a la verdad.

 

El gobierno  federal no ha querido, quizá por razones de tacto político, decirnos todo cuanto sabe de los grupos supervivientes de los movimientos guerrilleros tan activos en el siglo pasado, pero también en este, ni cómo han mutado del activismo y el financiamiento mediante secuestros y asaltos bancarios, a otras actividad más rentables y menos riesgosas, como por ejemplo, inundar la Ciudad Universitaria de metanfetaminas, grapas y demás productos del ensueño químico.

La circunstancia previa a este necesario asalto a Tláhuac por parte de las fuerzas federales y la muy eficiente Marina Armada de México; fueron los hallazgos de varios cadáveres en el “campus” de Copilco. El rector, Enrique Graue ha felicitado al Almirante Soberón por la labor de los nautas en tierra y al jefe de gobierno por la decisión de intervenir en el surtidor de las drogas hacia la UNAM.

Bien.

Ahora  ya solo falta determinación  de quien deba tenerla, para expulsar a quienes tiene alojamiento, residencia y centro de operaciones en el Auditorio Justo Sierra (Che), tomado hace ya muchos años por los mafiosos.

Tláhuac está al sur de la ciudad. La CU, también. Son vecinos.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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