HAMBURGO, Ale., 7 de julio.- Hubo un tiempo cuando el mundo era plano y la inteligencia apenas imaginaba los límites océanos y el finisterre como enormes cataratas derramadas al infinito vertical de la nada.
Luego el planeta se nos mostró tal cual, esférico y azul, con mucha agua y menos tierra, pero de un tiempo a esta fecha el globo se ha vuelto cuadrado como la pantalla de una computadora de cualquier tamaño, y amurallado por el miedo, cercado por vallas de intolerancia; rejas, muros, paredes; obstáculos de diversa materia, para limitar, “ordenar”, estabular los pasos de los habitantes en el orden de los límites políticos.
Aduanas, fronteras, caprichos…
La ciudad y puerto de Hamburgo, donde se reúnen los hombres y mujeres en cuyas manos se aprietan los cordajes del destino planetario, es hoy un sitio absolutamente enrejado.
Vallas por las calles y avenidas, de la hermosa y arbolada St. Petersburger Strasse y en torno del centro de convenciones donde el mundo se juega su destino mientras las plantas del jardín botánico “Planten un Blumen”, trabajan en su silenciosa fábrica de clorofila junto a la puerta de acceso, a un lado de cuyo enrejado se estaciona pesado, rotundo y apabullante, un tanque gris azuloso, con apariencia de “transformer”, con torretas de agua a presión, cuyo chorro, como de furioso paquidermo de acero, derriba a los “globalifóbicos” beligerantes y dispersa a los activistas cuya furia puso de cabeza al puerto y elevó sobre las grúas del muelle, torres de humo negro en el incendio de automóviles y la pedrea contra todos los edificios relacionados con la Cumbre del G-20.
Rejas para entrar, rejas para salir, y como si no fuera suficiente, el tema de amurallar la frontera de los Estados Unidos con México, se brinca las trancas del corral político (una vez más la filtración inducida y saboteadora de la prensa americana) y se adelanta a las palabras del canciller mexicano, Luis Videgaray, quien ante la dispersión de una declaración definitiva (una más), de Donald Trump en torno de México como pagador del muro aun no construido y una palabra del Presidente Peña, solo puede enfáticamente rechazar el asunto y decir con solemne firmeza: ese tema no se trató en la conversación entre el Presidente Peña y el presidente de Estados Unidos.
Se habló de todo cuanto se dice en la nota de Cecilia Téllez en esta edición, pero no se dijo nada del tema. Ese es el comentario de Videgaray.
Pero hablar de un muro en Alemania es mentar la soga en la casa del ahorcado pues durante muchos años (1961-1989) este país tuvo la ignominiosa condición de permanecer dividido y partido, espalda con espalda, como las águilas heráldicas del imperio austrohúngaro. Cortado en dos, separado por el costurón mal cicatrizado por aguja de costalero.
Murallas en la historia, muros en el discurso, paredes diversas, tubos grisáceos, vallas como cárceles sin techo; bloques de concreto como piezas de un Lego de titanes, puestos como inamovibles obstáculos a media calle. Pero hay más.
En el barrio rojo y pecador de Sant Pauli, zona de grafitis y pornografía sin límite, más allá de la imaginación del más retorcido marqués, donde los látigos y los antifaces se esconden tras las vitrinas de exhibiciòin de daifas de todos los colores imaginables, desde las chinas con piel de mostaza clara provenientes de Macao, hasta las negras de Abisinia con sus dientes blancos; o las indias de rojas encías y las zulúes de morado paladar, según relata en detallado catálogo el portugués Miguel de Oliveira o Fleming en sus “Ciudades excitantes”, las mujeres del puerto cobran por la leyenda de sus deleites, muy cerca de donde hace muchos años cantaban John y Paul.
Pero si ahora la muralla de Sant Paulí es una simple valla de policía de crucero en improvisado portón para cerrar la calle Hafenstrasse, en el bien delimitado barrio sexual de tolerancia turística, (calles Reeperbahn y la pecadora Herbertstrasse) , con sus ecos de marinería en busca del desahogo contenido y estimulado por el imaginario canto de las sirenas, no siempre fue así el límite impuesto por un cercado, pues en el siglo XVIII el puerto de Hamburgo, como nuestro San Francisco de Campeche, también tenía una muralla, de la ribera del Elba a la zona interna de la dársena y el suelo firme de Hamburg-Mitte.
Pero si siempre hubo aquí murallas y sueños de sirenas marineras, hoy las únicas de verdad (además del emblema de Starbuck´s), cantan en el techo de las patrullas; cientos de ellas con su monótono ululato recorren las avenidas de día y de noche mientras en el cielo los zumbones helicópteros de la policía pretenden controlar la tierra desde el aire y los manifestantes queman, gritan, rompen y agreden todo cuanto a su paso se encuentran.
Hay en la calle 30 mil elementos, cuyos cuerpos están forrados por espinilleras de baquelita (Herr Bakel, alemán también, inventó ese plástico con la dureza del acero); hombreras, petos y corazas; espaldares negros de rugoso diseño, brazaletes para cubrir cúbitos y radios; musleras para evitar un fémur roto, cascos para cuidado del cráneo, pistolas, macanas y granadas urticantes.
Mientras Trump y Merkel y los demás deliberan sobre el futuro del mundo, los granaderos de aquí escuchan cómo ronronea el motor Diesel (otro ingeniero alemán) de su tanque de agua disuasiva, y sentados en la pendiente de un túnel, hombres y mujeres, se sientan de espaldas al muro y fuman y charlan y beben agua embotellada.
Les sonríen a los viandantes y cuando les avisan de su necesaria intervención, se aprestan a meterse en el capullo de sus uniformes indestructibles, en tanto desde el centro de convenciones y prensa los organizadores del G-20, con educada condescendencia, les dicen a los manifestantes bienvenidos seáis si venís en son de paz, pero no podemos convidar a la violencia, cosa tan pía como infecunda excepto cuando los manifestantes deciden usar la imaginación en lugar del coctel Molotov. Por ejemplo esta nota argentina:
“..En una escena que parece salida de “The Walking Dead” , las calles de Hamburgo se colmaron de «zombies» cubiertos de arcilla gris dos días antes del comienzo de la cumbre del G20, en la que participarán mandatarios de países de todo el mundo.
”La performance fue orquestada por mil actores que descendieron por una calle central de la ciudad alemana el pasado miércoles. Mientras se arrastraban y se desenvolvían como lo haría un muerto vivo en una película apocalíptica, las personas que paseaban a su alrededor se sorprendieron con la intervención artística y miraron atónitos la marcha…”
Pero no son los muertos vivientes quienes esperan otra cosa de la vida. Son muchos millones de personas para quienes resulta incomprensible este mundo de acumulación para quienes más tienen y despojos para quienes nada poseen.
Y la tarde y la noche llegaron en el ubicuo, amenazador y persiste “canto” de las sirenas.
Algunos, como Ulises, se ataron al mástil de su desilusión.