–“El sistema electoral –me dijo un día José Woldenbnerg–, esta pensado sobre las bases de la desconfianza”.
Por desconfianza en los votantes múltiples o itinerantes, se hizo una carísima credencial con fotografía; un listado nominal en el cual se repite la imagen de los electores quienes deben identificarse para cotejo de su identidad, antes de recibir las boletas; se pusieron representantes de los partidos en las casillas, se inventó una tinta indeleble para comprobar la asistencia a la casilla; se duplicaron, triplicaron o multiplicaron las copias de las actas del conteo para lograr certeza comparada en los cómputos; se insaculó a los ciudadanos para administrar la fugaz responsabilidad de la elección, se “ciudadanizó” el procedimiento, se creo un instituto autónomo (en realidad ya llevamos dos) y altamente costoso, cuyas réplicas se abrieron en cada estado de la república a manera de institutitos locales y después OPLES de dudosa eficacia; se pusieron candados y cerrojos sobre éstos; se limitó (imaginariamente) el dinero a los partidos, se les subvencionó, se les distribuyeron los miles y miles de millón es de minutos de propaganda, se prohibió el comercio publicitario en los medios electrónicos; se les dieron prerrogativas, se les regalaron oficinas, se instituyó un consejo general, se hizo un servicio profesional de carrera, se mantiene un registro nacional de electores, se inventaron sistemas de cómputo y contabilidad de votos, se delimitaron distritos y divisiones electorales, se creo un sistema infalible con muchísimos componentes más –ahora de ardua enumeración en este espacio– y como resultado de todo eso la moderna democracia mexicana (tan lindo como se oye) es la historia de sus fraudes. O al menos de la perpetua denuncia del fraude como procedimiento electoral en una interminable y cada vez más concurrida cena de negros en la cual se come el potaje proveniente de una olla de grillos.
Hoy; cuando aun se dirimen los casos de Coahuila y el Estado de México, se cumple con claridad la frase de Emilio Gamboa.
¡FRAUDE ELECTORAL! Así, con mayúsculas, por favor, eso ocurre cuando se anuncia su advenimiento con la misma fe como los profetas auguran el arribo del Mesías.
–“Cuando las oposiciones ganan; es un triunfo de la democracia. Cuando gana el PRI, es un fraude”.
La denuncia del fraude es una especie de consecuencia de la curación en salud de los partidos de oposición al PRI. Cualquiera de los dos. Veamos el ejemplo del estado de México.
Durante toda la campaña tanto el Partido Acción Nacional, cuya peor ocurrencia fue darle la candidatura a una mujer desangelada (y desprestigiada) y sin fulgor popular, de tono cansino y monocorde, fría como un hielo, como el Movimiento de Renovación Nacional, cuya candidata era la imagen de la sumisión ante el caudillo, quien la sustituía en los mítines y la oratoria hasta dejarla en condiciones de figura (poco) decorativa, insistieron en la validación moral de sus aspiraciones: la alternancia.
Y también en la “elección de Estado”.
En esas condiciones el posible triunfo de Alfredo del Mazo, por cierto no la mejor carta del PRI, pero sí la carta impuesta desde Los Pinos, ya estaba desacreditado de arranque: se estaba preparando el fraude.
Sobre esa base de machacón desprestigio, con denuncias por la presencia de funcionarios federales en inauguraciones de hospitales o carreteras, se impuso la crítica de la “tinacocracia”; la queja por dádivas, intercambio de votos prometidos por favores cumplidos; acarreos, traslados, operaciones dudosas. Todo eso estimulado por las redes y la prensa de encargo.
Y obviamente la más poderosa herramienta de la erosión de cualquier cosa: las redes sociales, capaces de sustituir las pruebas reales, las verdades contundentes.
Millones de mensajes por tweeter o por cualquiera otra de las plataformas, todos con una misma idea: torpedear las acciones del adversario quien respondía con esas armas y con otras. Una de ellas, obviamente, el ejercicio del poder en favor de una corriente política y la conservación del aparato en las manos del mismo partido.
Y después la batalla por los resultados preliminares contenidos en los PREP (especialmente en Coahuila), sin dejar de lado las denuncias por desaparición de paquetes con actas y boletas; la queja por quien las custodia (si la policía o el Ejército) y la denuncia de “inconsistencias” de una u otra naturaleza, para embestir después con, la denuncias permanentes por los rebases de los topes de las campañas, la presencia de dinero “negro”, la denuncia de intromisiones, de saqueos, de ausencia de representantes de uno u otro partido en las casillas y finalmente la última de las batallas: la calle.
Como si el complemento de la urna fuera la plaza pública, en cuya amplitud se pueden dar un abrazo decidido los candidatos del PAN y de Morena, como sucedió con Anaya y Guadiana en Saltillo, en multitudinarias manifestaciones donde dos reclaman contra un tercero sin decir cual de ellos, entonces, habría realmente ganado.
Y las redes sociales vuelven como la poderosa y omnipresente página virtual donde se escribe la verdad, para quien desee consultarla.
Y las declaraciones, los manifiestos, las proclamas antes de acudir a las instituciones judiciales, pues el círculo de la desconfianza termina en los tribunales locales de materia electoral y en el poderoso y definitivo Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, cuya ampuloso denominación apenas impresiona a quienes desde ahora dicen: no confiamos tampoco en el tribunal.
Nadie cree o todos dicen no creer y en ese empedrado sendero avanza, paso a paso el sistema democrático cuyo sueño sigue siendo la vieja idea de don Francisco I. Madero y de toda una generación política: “Sufragio efectivo; no reelección”.
Hoy se podría volver a escribir la sucesión presidencial y sería un gran éxito de ventas.
En el preámbulo de esa obra ya Madero se quejaba del fraude. Esto decía:
“…La opinión del Estado se había uniformado por completo, debido á los trabajos de la prensa independiente, al grandísimo número de clubes que se instalaron, y sobre todo al de la Convención, á la cual concurrieron más de 100 representantes de todo el Estado, y se mostraba unánime en favor de nuestro candidato.
“A pesar de lo expuesto, llegado el día de las elecciones, nos encontramos con todas las casillas ya instaladas por el elemento oficial, y sostenidas con gente armada y con fuerza de policía.
“Esto no constituyó un obstáculo para que nuestro triunfo fuera completo en algunos pueblos; pero este esfuerzo fué nulificado en las juntas de escrutinio por las chicanas oficiales.
“Este atentado contra el voto público no tenía ejemplo en nuestra historia, y nosotros no encontramos otro camino que el de levantar enérgicas protestas para que supiera la Nación entera cómo se irrespetaba la ley electoral en nuestro Estado”.
Casualmente eso fue escrito en 1908 en Coahuila, tierra de donde surgió también la Constitución de 1917 al impulso de Venustiano Carranza.
“A nosotros nos hubieran sobrado elementos –decía Madero–, para hacer respetar nuestros derechos por la fuerza y sin que hubiera habido derramamiento de sangre; á tal grado estaba uniformada la opinión y desprestigiada la administración, pero sabíamos que al día siguiente de obtenido el triunfo, tendríamos que sostener una lucha tremenda contra el gobierno del Centro, que de modo ostensible apoyaba la candidatura oficial, y retrocedimos ante esa idea, no por miedo, sino por principio; porque no queremos más revoluciones, porque no queremos ver otra vez el suelo patrio ensangrentado con sangre hermana, porque tenemos fe en la democracia. Los triunfos que se obtienen por el sistema democrático, son más tardíos, pero más seguros y más fructíferos, como procuraré demostrarlo en el curso de mi trabajo”.
A partir de ese libro y esos pensamientos, el antiguo régimen se derrumbó. Todo fue por la sucesión presidencial, por el continuismo de Díaz quien nunca comprendió la naturaleza del hombre, excepto en su propio caso: el mando supera a la obediencia.
Hoy, en México, vivimos dos procesos de pendencia post electoral, con un componente de alta distorsión: la siembra y fomento de una idea previa (el conflicto preelectoral convertido en lucha post electoral) y la diseminación de la propaganda de manera instantánea, irreflexiva para quien la recibe y absolutamente impune para quien la propaga, sea cierta o no: las redes sociales.
Como digo la beata esperanzada: Dios nos coja confesados.