Mezquindad. Fea palabra. Ser mezquino significa nada más carencia de nobleza en el espíritu. Ruin, pues, diría otro. “Ojete”, comentaría el de la barriada.
Pero más allá de significados, la palabra es una de las favoritas en el catálogo de los políticos y ahora Felipe Calderón –señalado con ese mismo adjetivo en muchas ocasiones hasta por sus correligionarios–, la usa para trenzarse en un pleitecito ratonero contra Andrés Manuel López Obrador, pareja singular en la relatoría de los odios perdurables.
–No me perdona, dice Felipe, que le haya ganado hace ya diez años. Limpiamente.”
Y todo a raíz de un desplante teatral de Felipe Calderón quien para impulsar su reelección y respaldar a su cónyuge, la feble doña Margarita Zavala en el empeño de ser la primera mujer con banda presidencial, ha decidido renunciar a su pensión vitalicia como ex presidente, con lo cual reconoce, in voluntariamente, en verdad, una de las “pejebanderas”.
Hace casi seis años, cuan do el Partido Acción Nacional se enfilaba a la derrota, Felipe Calderón la mandó un mensaje al futuro presidente, Enrique peña Nieto. Le pedía civilidad en la transición y le solicitaba únicamente la conservación de la seguridad para él y para su familia,
No le importaba tanto el golpeteo político posterior (el cual tampoco se dio) sino el retiro de elementos del Estado Mayor Presidencial para él y para su familia. Los dineros, los haberes pensionarios, la jubilación burocrática, le tenían sin cuidado. Desde entonces.
El gesto de Calderón también es mezquino. No se trata de ayudar a los niños cancerosos a quienes ahora les desvía los caudales de su pensión presidencial. Eso es falso. No es acto generoso, es simple maniobra oportunista, pues si tanto le importaran esos infantes enfermos, bien podría haber expresado su infinita generosidad, al día siguiente de abandonar el cargo. Estos niños –y los demás atendidos por esa fundación–, no se enfermaron ayer. Ni anteayer.
Obviamente este desplante disfrazado de generosidad no tiene ninguna intención más allá de colaborar con la desinflada campaña de su esposa, en la cual tiene cifrados todos sus sueños de reelección presidencial. Y eso, también es mezquino.
Sin embargo este tipo de escaramuzas deberían ser analizados también desde otra óptica. La temporada de caza se ve estimulada por esas pendencias y rijosidades a las cuales nos deberemos acostumbrar durante todo este año. En los meses sucesivos, de aquí, digamos, a septiembre, todo será guerra de lodo, mierda en los ventiladores y trapos sacados al sol.
Todo estos son los acomodos previos a la selección de candidatos y el arranque definitivo de las campañas. Noviembre y diciembre serán meses de renuncias, acomodos, zancadillas y… mezquindades.
Hoy vemos casos tan extravagantes como el de Miguel Barbosa, quien trata de explicar lo inexplicable en su cambio de chamarra. Apoyar a Morena sin dejar el PRD; como si no se diera cuenta de cómo la existencia misma del Movimiento “andrecista” ha desfondado a los residuos del partido, en el cual milita entre la traición, la “casa chica” Y el adulterio político.
Todo mundo tiene derecho de coquetear con quien quiera. Cualquiera tiene su corazoncito, pero en ninguna parte del mundo se le permite a un notable del partido “A”, hacer propaganda en favor del dirigente del partido “B”. Eso es jugar con dos barajas o atribuirle al Tío Lolo un doctorado en Ciencia Política.
SUBURBANOS
Cuando uno mira la fotografía de las decenas de camionetas Suburban acondicionadas con blindajes resistentes a cualquier atentado, y los millones de pesos invertidos en ese gasto dispendioso por el Consejo de la Judicatura ( un oneroso e inútil elefante blanco) , para proteger a los señores jueces y magistrados del país (pobrecitos ellos), se da cuenta de la sinrazón como elemento dominante de la vida pública de este país.
La economía del sector publico sufrió graves quebrantos, decía el economista:
–Si, se suburbanizó, decía otro.
–¿Cómo, se proletarizó?
–No, se gastaron el dinero en camionetas Suburban.
OSO
Des aquel famoso destape a favor del candidato equivocado (cuando ya había mantas en la casa de Sergio García Ramírez), no se veía un dislate del tamaño de los premios «Oscar» de la academia cinematográfica gringa, cuyos “valientes” miembros le dispararon a Donald Trump con pistolitas de utilería.
Li iban a confrontar a estilo de Michael Moore y terminaron guiñándole el ojo y traspapelando el premio de la cinta ganadora.
Pero “the show must go on…”