El Tratado de Libre Comercio, definido por su promotor, Carlos Salinas de Gortari como un mecanismo perdurable de cambio en las relaciones tanto internas como externas de este país con el mundo globalizado al cual nos daba acceso (no sólo con Norteamérica), fue de cierta forma un proyecto de nuevo sistema político.
A partir de las actividades comerciales, de exportación de comportamiento fiscal, se crearon nuevas instituciones y se vieron nuevos campos de acción para el gobierno y la sociedad.
La derrota del Partido Revolucionario Institucional en el año dos mil, para darle paso a la llamad alternancia democrática fue consecuencia de dos hechos: el asesinato de Luis Donaldo Colosio y la existencia del TLC. El PRI no perdió el poder, perdió las riendas de la historia.
El mundo anglosajón con el cual pactamos una nueva forma de mirar la región norteamericana, de la cual el territorio mexicano apenas ocupa una parte, no podía tolerar un acompañante en cuyas tierras se viviera de forma distinta a sus normas “democráticas”. Hoy vemos la verdadera condición de la “democracia americana”; tan lejos de Tocqueville y tan cerca del primer “reality show” de una autocracia con peluquín.
–No se podía caminar por la quinta avenida paseando un dinosaurio encadenado (el PRI); me dijo una vez uno de los negociadores del TLC cuando hablábamos en Nueva York.
El TLC fue ir a apostar a un casino donde confundimos membresía con sociedad. Invitación con propiedad. Alquiler con casa propia.
Por consecuencia del TLC y nuestra repentina y poco natural inclusión (aparente) en el mundo “civilizado, democrático e industrial, movimos hasta el horario del verano. Nos cambió la forma de mirar la hora.
De su existencia se derivan muchas nuevas instituciones, actitudes y modos. El TLC nos obligó a modificar, paulatina e insuficientemente, el sistema. Y no hemos hallado todos los mecanismos de sustitución, al menos no mecanismos eficaces, perdurables y definitivos, excepto quizá la mecánica electoral.
Por eso ahora tenemos, por ejemplo, las comisiones de Competencia, de Derechos Humanos; los mecanismos de sacralización de la transparencia y hasta el auge de las ONG,s y organizaciones de la “sociedad civil”; las cuales son manos de gato para sacarle las castañas del fuego a los poderes por cuyo subsidio viven, como sucede con los “Mexicanos primero” o los institutos de competitividad y demás.
El periodista Alan Riding; quien escribió el muy conocido libro, “Vecinos distantes”, hizo desde 1989 la advertencia:
“…La variable medular no esta en la forma en que la sociedad responderá al sistema (al nuevo), sino más bien la forma en que el sistema se adaptará a un país a la vez cambiante y no cambiante.”
Pero analiza más:
“…La grandeza de México, oculta en ocasiones, espera a ser descubierta, pero sólo puede progresar dentro de su propio contexto… Los mexicanos se sentían cómodos con el sistema cuando era específicamente mexicano, con su mezcla de autoritarismo y paternalismo, de cinismo e idealismo, de conciliación y negociación. Pero si pierde su originalidad, si pierde su identidad nacional, pierde su camino.,
México produjo el sistema y por consiguiente lo puede reemplazar. Y un sistema que no sea mexicano, no puede sobrevivir. Lo que sobrevivirá es México.”
Posiblemente en esa idea se ubique el meollo de nuestra actual circunstancia, tan penosa y tan ajena: nunca nos dimos cuenta de quién tenía las claves para la operación del nuevo sistema: ellos, los Estados Unidos. De manera ingenua, como si la historia no fuera una buena maestra, o nosotros no fuéramos unos buenos alumnos, supusimos el eterno cumplimiento de un tratado con todas sus ventajas y desventajas. Nos llevaron a una fiesta y cuando quisieron apagaron la luz. Un día llegó un búfalo furioso y todo lo atropelló. Pasamos de la utopía a la distopía y la puerta se nos cerró con los dedos en el marco.
Y cuando eso sucedió pudimos comprender de otra manera estas palabras de Carlos Salinas:
“…el reto más grande para México, en el terreno político, está en comprender que ante la nueva realidad internacional nuestros procesos políticos y judiciales serán objeto de un seguimiento externo. Esto afecta, sin duda, a una concepción del poder sin límites de los gobernantes escudado en la soberanía nacional.
“Pero dentro de México, más atañe a la soberanía el atropello a los derechos de los mexicanos, la quiebra del estado de derecho, en la procuración de justicia y la terrible desigualdad social. Para fortalecer la dignidad nacional no es necesario rehuir los señalamientos internacionales…”
Hoy, ante la nueva y repentina realidad, las cosas ya no son así, si en verdad alguna vez lo fueron más allá de la precisión del sofisma. Una mentira bien contada ni deja de ser una mentira. Una verdad parcial, también es una mentira.