Lástima para la obra de Henry James cuya figura resulta ahora descriptiva de estas reflexiones en torno de una circunstancia sin solución en el tiempo cercano: Donald Trump ha llevado las relaciones entre México y los Estados Unidos a un peligroso punto de interrupción entre ambos países.

Para fines reales este desencuentro no es un  problema diplomático: es un choque frontal entre un país arrogante y codicioso y una nación históricamente desvalida ante esa potencia imperial.

El tema de construir un muro –para separar o para dividir–, es de suyo un agravio a la razón. Pero pretender el pago de esa obra por parte de quien no tiene porqué hacerlo, es violentar el derecho internacional. No hay lógica posible, ni jurídica, ni política, para obligar a una nación soberana a convertirse en tributaria sin voluntad frente a un capricho.

Grave si Trump quiere hacer el muro. No importa si ya existe un tramo de él, cuyas características no le satisfacen, pues lo actual, en la zona de California y tramos de Arizona, es una cerca, no una muralla. Lo grave es la presión ejercida para costear el gran paredón y el sustento ideológico: los mexicanos causaron este problema de la migración; ahora deben pagar la solución del problema el muro.

Esa actitud significa, nada más, la creencia de una nación de primera y una de segunda. Un Estado soberano y un Estado vasallo, sometido a cualquier capricho por la voluntad de un solo hombre cuyo ascenso al poder lo inviste de poderes incalculables.

Las naciones del mundo contemporáneo tienen, como en escala menor los individuos, los mismos derechos. Son iguales todas en cuanto a su existencia jurídica, las más grandes y las más pequeñas. La convivencia internacional se basa en el principio de igualdad entre Estados. Sólo así se puede mantener un orden, así sea precario.

La actual política estadunidense actúa fuera de ese orden. Y eso es lo más grave.

El principio, hoy desdeñado por Trump y quienes lo llevaron al poder en medio de una distorsión absoluta de los factores y valores de la convivencia, no sólo entre naciones, sino también entre individuos, fue el origen de aquella Sociedad de Naciones cuya evolución dio lugar a las Naciones Unidas: una asamblea de iguales.

Si hoy la ONU es un inservible elefante blanco, es otra cosa, pero el principio jurídico planetario de igualdad de derechos entre Estados, sigue vigente y es la única base sobre la cual pueden silenciarse los cañones y convivir en un ambiente de paz, así sea frágil y relativa.

La guerra; todos lo sabemos, llega cuando es imposible hablar: Cuando la hostilidad anula la política y ésta se sustituye por otros  medios, los bélicos, los militares.

Hoy Trump actúa de manera belicosa y sus desplantes nos llevan a un escenario de beligerancia en el cual se incluye hasta el “impuesto de guerra”; coste pagado siempre por el vencido.

La discusión nacional en torno de sostener o declinar la reunión entre presidentes programada hasta hace unas horas para el último día de este mes, no se llevará a cabo. Hasta la mañana del jueves Enrique Peña Nieto esperaba la opinión de los gobiernos estatales de la Unión y del Senado de la República para tomar una decisión.

Pero cuando anticipó en su sensato y bien estructurado mensaje del miércoles por la noche, su rechazo firma y definitivo a no considerar siquiera el pago de la muralla, Donald Trump dio Por terminadas las posibilidades. Furioso cerró la puerta, los oídos y la diplomacia, fue él quien probó su intransigencia ante algo ajeno al derecho; fue él quien mutiló la relación, fue él quien suspendió, así haya sido por un poco tiempo (lo veremos) las relaciones entre ambos países.

Y como remache de su rabia anunció el impuesto de 20 por ciento para las importaciones mexicanas sin precisar quién lo va a pagar, si el comprador (ellos) o el vendedor (los exportadores mexicanos).

Como es evidente Trump desconoce los posibles efectos desastrosos de estas medidas. En estas cosas “no entiende que no entiende”, como dice la frase tan socorrida.

Un impuesto de esas dimensiones distorsionaría todo y revocaría, en los hechos, el Tratado de Libre Comercio cuya finalidad es precisamente esa: comprar y vender sin costos adicionales por hacerlo Comerciar libremente, sin gravámenes ni alcabalas ni  aranceles excesivos. Vivir dentro de la lógica, pues.

Pero hoy por hoy no hay lógica. Hay un gobierno caprichoso, superficial e insensible. Poco precavido, poco dispuesto a vivir en armonía con los demás.

Los Estados Unidos podrán ser grandes otra vez (nunca han dejado de serlo), como dijo la campaña “trumpiana”. Pero no van a lograr la grandeza reduciendo a escombros la ley, el derecho internacional y la convivencia.

Lo grave ahora será ver como se vengan: patrocinando disturbios en el interior de México, financiando a los traidores, fomentando a los descontentos. A muchos de ellos ya los escuchamos, a sueldo, en el uso merolico de los micrófonos y cámaras de la radio y TV.

Son cipayos.

PREGUNTA

–¿Y Zedillo, nuestro ex presidente gringo, ¿dónde anda?

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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