Nadie podrá regatear los méritos de alguno de los galardonados con dos distinciones importantes en la vida nacional. Ni el ingeniero Gonzalo Rivas reconocido por su heroísmo en quien recayó póstumamente la medalla Belisario Domínguez, ni mucho menos de Rodolfo Stavenhagen cuyos estudios de indigenismo y antropología lo llevaron a merecer, entre otras distinciones de carácter académico, el Premio Nacional de los derechos Humanos correspondiente a este año.
Ambos fueron mexicanos excepcionales.
Pero si las condecoraciones, reconocimientos, medallas, preseas, galardones se les entregan a los muertos, una cierta dosis de razón debe tener Pero Grullo quien con el índice en la sesera diría claridoso; no había ningún vivo por encima de ellos.
Un amigo mío me dice: no se les entregan los premios a los vivos porque de inmediato el galardonado se coinvierte en un competidor y como todo esto se maneja por camarillas o partidos, pues entonces se trata de bajar y bajar a los vivos y exaltar y elevar a los muertos.
Como ya se sabe, malo, malo no hay muerto alguno, pues entonces caben sobre los difuntos todos los calificativos de la gloria y mucho más.
Parece una broma macabra (si se habla de muertos es lógico volverse macabro) pero la muerte es el signo dominante de nuestros días.
Entre el recuento de la herencia de Felipe Calderón y la mortandad frecuente, se podría decir, junto con la manida frase de nuestra extraña relación nacional con el más allá (lo convertimos siempre en el más acá) cómo los muertos mandan en México.
Premiar a un muerto implica cancelar el debate directo con quien se oponga. El difunto, serio, serio, no hará caso de dicterios ni acusaciones.
Pero si sobre el ingeniero Rivas es mucho lo ya dicho, valga hoy la pena recordar estas líneas publicadas por la Academia Mexicana de Ciencias cuando se le otorgó a Stavenhagen la ya conocida distinción:
“…Una de sus últimas participaciones que tuvo con la Academia se dio en el marco de la Reunión General Ciencia y Humanismo I, evento organizado por la AMC en sus instalaciones en enero de 2012, donde presentó el documento “Multilateralismo y buen vivir, desafíos ante la crisis actual”.
“…el investigador sostuvo que desde los años setenta surgió un proceso de movilización y organización de los pueblos indígenas en distintas partes del país para expresar su creciente descontento con la situación que viven por la ineficacia de las políticas gubernamentales.
“Destacó, asimismo, que aun cuando la Unesco declaró que el respeto a la diversidad cultural es un imperativo ético de nuestra época, muchos se preguntaban (y preguntan) si es posible la convivencia a largo plazo de culturas distintas.
“En esa participación agregó que los pueblos indígenas de diversas naciones habían comenzado a organizarse para resistir y construir alternativas, y que en el espacio de los organismos internacionales se estaban vinculando sus derechos con los debates en torno al cambio climático, la biodiversidad, el manejo de los recursos hídricos, la insuficiencia alimentaria, y al financiamiento para el desarrollo y la cooperación internacional.
“El buen vivir” se presenta, dijo entonces, como algo distinto al crecimiento económico, incluso al concepto más sofisticado de “desarrollo”, pues se deriva de las tradiciones culturales de la vida en comunidad, de la cercanía con la naturaleza, de la idea de equilibrio, armonía y bienestar colectivo, no sólo la prosperidad individual.
“La solución a la mayoría de los problemas de la vida cotidiana se encuentra en la fortaleza que proporciona la identidad cultural compartida, la cual entre los pueblos indígenas está estrechamente vinculada a un territorio y a un espacio social específico”, reflexionó entre sus conclusiones”.
“Stavenhagen fue presidente de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, vicepresidente del Instituto Interamericano de Derechos Humanos, miembro del Consejo de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, y presidente fundador de la Academia Mexicana de Derechos Humanos.
“Reconocido en 1997 con el Premio Nacional de Ciencias y Artes, el investigador fue designado Relator Especial de la ONU para los Derechos Humanos de los Pueblos Indígenas, cargo que desempeñó de 2001 al 2008.
“Su producción fue clave en la conformación del pensamiento latinoamericano y alcanzó a grupos de académicos e intelectuales llegados del exilio.
En su vasta producción aparecen publicaciones como son: “Los pueblos originarios: el debate necesario”, “El desafío de la Declaración. Historia y futuro de la Declaración de la ONU sobre Pueblos Indígenas”, “Los Pueblos Indígenas y sus Derechos (Informes a Naciones Unidas)”.
Además, “Conflictos étnicos y estado nacional”; “La cuestión étnica”; “Derechos humanos de los pueblos indígenas”, “Entre la ley y la costumbre: el derecho consuetudinario indígena en América Latina”, solo por mencionar algunos”.