LA HABANA, Cuba., 29 de noviembre.- La sombra de la noche ya cortó con
su tajo de negrura el último celaje de un poniente rojo y escarlata y
la inmensa Plaza de la Revolución, corazón de La Habana, reventada
por hombres, mujeres y niños bajo la serenidad de los laureles y las
palmas enhiestas, todos cubiertos por la oscura comba celestial,
indiferente a sus celos y pasiones en el centro de Cuba y su
historia, con su larguísima pirámide de mármol blanco y cemento y
piedra, con la sedente figura de José Martí en interminable meditación
solitaria con la vista al noroeste, la cual se ha poblado de miles y
más miles hasta contar un millón o dos millones o cuantos quiera la
ociosidad estadística, en una interminable congregación cuyos
integrantes acostumbrados a la oratoria por horas y horas, han
resistido el paso de europeos, iberoamericanos, africanos y asiáticos,
empeñados todos en un torneo de palabras en las cuales el ditirambo y
el elogio; la elegía y la epopeya suenan tan huecos como innecesarios,
pues el personaje se pone en todo momento por encima de sus
definiciones; casi es inútil frente a la contundencia de los
concurrentes, el subrayado de sus cualidades, el ocultamiento de sus
negruras, el silencio para sus errores, los cuales ahora resultarían
inoportunos, porque no se trata en el momento de la muerte de hacer
algo más allá de la conmemoración y el recuerdo y el homenaje y el
tributo a una vida cuyo fulgor tiño la vida de los demás y ahora, con
el paso del tiempo se ha vuelto humo y ceniza, como si un espíritu
pudiera quedar cautivo, como si se tratara de un fantasma de trasluz,
un hálito sobre la nuca de los cubanos quienes sienten sin necesidad
de argumentar, ni discurrir, ni reflexionar, pues eso han venido
haciendo en los años y los días pasados en una especie de
introspección colectiva, en la cual cada quien encontró su respuesta y
su motivo, su meditación y su ensueño, pero ahora y hoy solamente es
cosa de ir; ir, estar en el cogollo del instante fugaz y único en la
vida, y ser parte del instante, porque siempre la muerte de otro es
apenas un instante en nuestro tramo; vestirse con el color de la hora
y el día y la luz de las lámparas cuya luz blanca ilumina a los Jefes
de Estado cuyo verbo conmueve a quien se quieran conmover
(especialmente a si mismos) , frente a esa fotografía gigantesca de un
guerrillero de gorda mochila a la espalda, en el monte Turquino, de
la sierra de Oriente, con la vista al futuro o a un mar lejano; porque
en una isla se camine a donde se quiera ir, si no hay reposo, llega
uno siempre a la playa, al agua; al mismo sitio, como sucede en esta
historia cuyo principio y su fin de entrelazan en la cadena
interminable de una palabra dominante: Revolución.
2.- ¿A qué vino usted?, le pregunto a un hombre con camisa sencilla,
de cuadros azules y blancos. Zapatos viejos.
–¿Cómo a qué vine? A acompañar a Fidel.
–Pero Fidel no está, ni sus cenizas, ni su cuerpo.
–Pero está Fidel, me dice en la más impecable lógica de los sentimientos.
3.- La Plaza de la Revolución se extiende como si se pusiera un
mantel sobre una loma, en la vieja zona habanera de Montserrat: Alguna
vez en ese lugar estuvo la Ermita de los Catalanes y su idea como
monumento data de los años 40, pero no fue sino
mediados de los 50, cuando por suscripción popular, se inauguró la
plaza cívica, con la escultura de Martí, la gran torres estrellada y
el mirados cuya altura permite, como en una isla, mirar el mar y la
salida del sol.
(Dice Ecured) “Con una altura de 112, 75 metros hasta la torre de
remate y de 141, 995 hasta los faros y banderas, el monumento a José
Martí constituye el punto más alto de la Ciudad de La Habana.
“Cuenta con un diámetro total de 78, 50 metros. La pirámide, de
aproximadamente 28 metros de ancho, cuenta con un elevador interior de
90 metros de recorrido y una escalera de 579 peldaños.
“En el área de la base del monumento se encuentra el Memorial José
Martí, en este se leen 79 pensamientos martianos grabados con letras
color oro, distribuidos en los cinco salones que allí existen. La
parte superior es una réplica de la planta baja.
En el piso están reflejadas las distancias existentes entre el
monumento y las capitales de 43 países, así como de 8 lugares del
territorio nacional.
“Desde sus balcones, en días de gran visibilidad, se puede divisar el
paisaje habanero a una distancia de 60 kilómetros aproximadamente.
Para llegar hasta la cima del complejo monumentario se puede utilizar
un elevador ó una escalera de 567 peldaños; o sea, cinco veces más de
la modesta ascensión al Ángel de la Independencia en la ciudad de
México.
4.–¿Usted sabe, ese monumento, no lo vaya a considerar una falta de
respeto, pero esa torre, oiga, hay quien le dice “el coño”, porque la
mira un rústico guajiro recién llegado y dice sorprendido: “¡Coño!;
qué alto esta esto, chico”
5.- Pero la noche mansa y cálida no está para bromas, es tiempo de
congregación en torno de un sentimiento, no de una idea, ni siquiera
de un ideario, porque lo sabemos todos y todas, como dicen ahora,
hacemos muchas cosas con la razón, pero la humanidad las hace todas,
las realmente importantes, hasta morirse, con la emoción y por eso se
podría pensar, ni siquiera en un hombre sino en la huella de esos
pasos en el alma de toda una nación, porque nación, donde se nace y
donde la política dicta a veces cómo se nace, como se vive y como se
muere, especialmente cuando hay guerra, cuando hay fuego y fusil,
cuando alguien se va a Angola o a Vietnam, pero nada de eso piensa
ahora ninguno entre este millón o millón y medio o tres millones de
cubanos y mujeres con camisetas de algodón aupadas en la espalda los
jóvenes quienes quieren ver, más allá de esa sillería de simples
asientos junto a la cual aquella asamblea papal de fines del siglo
pasado es ahora una pequeña concurrencia, pues nada ha logrado
contener este flujo silencioso, ordenado, doliente como si no hubiera
dolor sino estupefacciñon, sentikmien to de abandono, de pérdida,
pues, de la horrible pérdida irrecuperable, inextinguible, sin otra
emoción más allá de saberse uno más entre el océano de gotas humanas
de esta marejada en cuyo porvenir no se encienden cautelosas las luces
de la certeza, pero no le hace, a fin de cuentas han vivido toda la
vida bajo la amenaza, la escasez, el aprendizaje de una supervivencia
forzada, áspera, difícil, con resabios y sueños abortados como
serpientes rojas extraídas del corazón con los dedos de la realidad
inclemente, y sin embargo orgullosos, propios, suyos y nuestros, con
la flama de un rigor necesario, asomados a los bacones del mar y de la
brisa, y los libros y la escuela y el alfabeto desde su infancia de
pioneros seguidores del Ché y Fidel, todos con sus pañuelos rojos en
el cuello, todos dispuestos, todos en el orden desordenado a la bulla
cuando era necesario, sin conocer la certeza jamás nunca, como me dice
una mujer de ojos cansados cuyos dedos nudosos estrujan una bandera
manchada de sudor mientras uno tras otro desfilan los políticos
incontenibles en el verbo reiterativo de un inagotable catálogo de
virtudes, de lo cual por cierto dará cuenta la compañera reportara
Cecilia Téllez quien toma nota y nota debajo un árbol a pesar de lo
innecesario de una sombra sin sol.
6.- Salgo a caminar entre la gente. Los altoparlantes vomitan sonidos
y palabras. Discursos infinitos. Todos están quietos, extrañamente
plácidos en la inconformidad de esta colmena cuya enormidad asusta,
porque nadie sabe si algo incontenible podría suceder si hubiera un
accidente, un explosión, un tanque de gas, una cosa cualquiera cuyo
estruendo espantara a este abigarrado grupo humano tan extrañamente
homogéneo, reunido no se si por influencia de liturgia revolucionaria
o dogma o credo o simple sentimiento de orfandad, de perdida, de
ausencia de rumbo aun cuando el norte ya lo tienen hace muchos años;
pero ahora es distinto, ¿sabe?, cuando no esté más Fidel, será como
si él árbol no tuviera raíz, todo será extraño, incompleto, como si se
borrara el retrato de la familia o la manzana no tuviera manzana; como
si flotara el auto sin las ruedas, no nos importa si en los últimos
tiempos actuaba o no, simplemente ahí estaba y ahora no está más,
¿verdad? Usted entiende eso, ¿verdad?, hora ni lo tenemos más, ni para
bien, ni para mal y eso es como un viejo libro de infancia cuyas hojas
se hubieran puesto blancos, sin letras ni dibujos, ni imágenes, ni
nada.
“¿Usted sabe cómo se siente quedarse de pronto sin nada?