Maestra de la vida o simple recuento de las cosas, la historia es finalmente la materia interminable, de los hechos, de la acumulación. Hay historia personales, historietas, rudimentos de trascendencia, ensayos de repetirnos en la opaca luz de la memoria. Pero nuestras historias personales son arenas en la playa de la nada.
Pero también está LA historia, ese interminable relato dialéctico y casi autónomo, mágico en el cual cabe la humanidad entera. Frente a ese magno edificio de recuerdos, cuyos albergues son los museos y las galerías y las bibliotecas, la vida de cada uno de nosotros es algo menor a una astilla sin luz. No somos nada junto al enorme continente del gran relato sin voz.
Por eso siempre hay la intención de buscar un lugar en sus páginas, en sus doradas páginas, como dicen los alegóricos.
Hoy, como en la vida las fuerzas políticas afectadas por su audacia, le disputaron el poder, hay quienes buscan arañar las paredes y en interminables rasguños quitarle a Fidel Castro los méritos de una vida y hasta la herencia misma. Quienes eligieron a Donald Trump como presidente de Estados Unidos, hoy bailan y cantan alegres por la muerte del anciano líder, como ha dicho E. Rocha en memorable cartón.
¡Ah!, la historia cuyo implacable designio nos juzga o nos condena; nos salva o nos lanza el peor de los infiernos, el desprecio, el olvido, el rechazo al recuerdo, la repugnancia.
Como dice Leonardo Padura, el gran escritor cubano: “ …correr, alejarse todo lo posible de aquella historia lamentable…”
Esta disputa por la historia comenzó, para Fidel Castro, cuando en 1953 asaltó el cuartel Moncada y fue apresado. En el alegato de su defensa, elaboró un documento trascendente. Lleno de elocuencia, fulgurante.
Decía así, entre otras cosas:
“…En cuanto a mí, sé que la cárcel será dura como no la ha sido nunca para nadie, preñada de amenazas, de ruin y cobarde ensañamiento, pero no la temo, como no temo la furia del tirano miserable que arrancó la vida a setenta hermanos míos. Condenadme, no importa, la Historia me absolverá”.
Hoy, frente a sus cenizas bailan los enemigos. Se pueden recordar algunas plumas oportunas en el relato de esta vida y esta obra pero siempre habrá la pregunta hacia el futuro:
¿Quién va escribir la versión definitiva ¿Gabriel García Márquez con sus textos ya sabidos? ¿Mario Vargas Llosa en la revista “Hola!!? O alguien retomará aquellas letras encendidas de Julio Cortázar en defensa de Fidel cuando el caso Padilla.
O a lo mejor serán los párrafos desencantados de José Saramago, el premio Nobel luso y comunista, quien se horrorizó cuando tres piratas fueron fusilados por secuestrar una embarcación turística y pusieron proa a Florida.
No se sabe si serán los textos de Neruda o las furibundas pantallas de Joanni, “La bloguera” las vencedoras en este concurso contra el tiempo. ¿Hablarán los textos de Malraux o los dicterios de Vicente Fox? ¿Frei Beto Jorge Castañeda?
Hoy Enrique Krauze, quien tras la muerte del personaje ha dicho con tono cáustico, el mundo es hoy un sitio menos malo, como si la verdad le perteneciera, debería recordar esta frase (otra vez Padura; siempre Padura), “… no se puede jugar con lo que no te pertenece, ni con el dinero ni con las ilusiones o el alma de otros.” Tampoco con la historia, sobre todo cuando se es historiador.
Pero entre quienes anticipan una severidad futura en el juicio de esa veleidosa señora y los fervientes devotos cuyo mayor insignia es Diego Armando Maradona, no sabe uno por cuál camino seguir. Si los encendidos elogios de un futbolista enloquecido, más allá del sahumerio son la cosecha final, la cosa no suena nada histórica, en verdad.
Dicen los habituales del lugar común cuando algo se termina; es necesario cerrar los ciclos. Y cuando hay una pérdida, elaborar un duelo, resolverlo para después no andar cargando muertos podridos por el resto de la vida.
Hoy Cuba vive un duelo. No sólo los 9 días oficialmente decretados. La gran pregunta es cómo se puede vivir sin alguien cuya presencia ha sido el eje y el asiento; la razón el motivo, el estímulo y hasta el fervor durante mucho tiempo. El tiempo no tiene peso; es ingrávido y constante. Medio siglo, medio sexenio, lo mismo da.
La gran mayoría de los cubanos de hoy nació bajo esa figura. Después de las palabras maternas y las nanas, los niños aprendieron a decir Fidel.
Y Fidel decían las jóvenes enamoradas y los hombres cuyos ojos miraban la frontera del mar.
Fidel, Fidel, hasta el rumor de olas se contagiaba de esas dos sílabas de magia, denuesto, insulto, devoción, halago. Fue una segunda bandera, fue un temor, una veneración, un gusto, un miedo.
Hoy es una historia cuya escritura muchos se disputan.
¿Cuál es su motivo?