Algunas personas se han dirigido a esta columna para comentar lo publicado ayer. No faltó quien dijera: debiste haber cambiado el texto de la victoria de Hillary Clinton, a pesar de las salvedades de su redacción y la advertencia de cómo se podría convertir simplemente en la expresión de una idea esperanzada.

Pero no era un “wishfull thinking”.

Fue una apreciación con base en datos incompletos, lo cual hace aun más ardua cualquier predicción. Pero basado en el axioma cuyo lema consagra, “el periodismo no es una ciencia exacta”, debemos pasar ahora a otras cosas, relacionadas con el mismo suceso cuya trágica dimensión ha estremecido el globo.

Si John Reed sintetizó la Revolución Bolchevique, en los diez días suficientes para conmover al mundo,  Donald Trump necesitó solamente uno para sacudir el planeta como si fuera un trapo de cocina.

Otras personas, atentas al texto de ayer en el cual se afirma cómo ni siquiera en el caso de otro resultado electoral la vida entre Estados Unidos y México se podría convertir en un jardín de rosas, han expresado su confianza en una actitud moderada de Trump, especialmente después de escuchar sus primeras palabras de ayer en las cuales el lobo furioso parece haber melificado su conducta o al menos su discurso.

Ya no grita como el monstruo  del pantano y se muestra conciliador y generoso. Pero esa es, para muchos, una simple apariencia en la comodidad y suficiencia de la victoria.

Trump, me dijo un experto, no va a gobernar a base de amenazas. Va a olvidarse pronto de sus bravatas de campaña y las cosas se suavizarán en cuanto arranque  el gobierno obligado a un insobornable diálogo con la realidad.

“A lo mejor se convierte en el buen presidente”. Lo dudo.

A mi esa postura, en la cual al final triunfa la bondad y se impone la cordura, me parece absolutamente romántica. Trump no llegó a donde está para convertirse en otra persona una vez logrado el poder. Peor todavía, ahora, investido de potencias extraordinarias para cualquier mortal, le ofrecerá al mundo su verdadero rostro.

La frase de Abraham Lincoln, “casi todos podemos soportar la adversidad, pero si quieres probar el carácter de un hombre, dale poder”, le espera al mundo. Si el poder de dinero hizo de Trump un soberbio intolerante; racista, misógino y todo cuanto de él sabemos, el poder absoluto (otra frase feliz y conocida ahora  de Lord Acton), lo corromperá absolutamente, si algo limpio le queda aun.

Quizá la realidad límite sus delirios, pero su naturaleza los hará crecer bajo el estímulo a veces incontrolable de la lujuria del mando cuyo ejercicio podría convertirse en una orgía extraordinaria.

Nadie conoce los pensamientos profundos de otro, pero resulta fácil imaginarse la primera reflexión de Trump en cuanto se vio solo en la noche de la victoria. Quizá haya hablado consigo mismo para felicitarse por el triunfo y burlarse en silencio, con ufanía y autosuficiencia, de todos quienes a su progreso político se opusieron.

Caso extraño este. Un improvisado en los asuntos públicos, arrasa con una vehemencia de notoria osadía todos los mecanismos de la lógica política, la cual –por lo visto—no tiene ya demasiado sentido. Las carreras políticas tradicionales se han acabado al menos en Estados Unidos. Hoy se impone el comportamiento anti sistémico y a veces desequilibrando, esquizofrénico.

Pero los estadunidenses votaron libremente y esa ha sido la decisión de su voz colectiva. No importan los porcentajes, importa la mayoría, sea cual sea su tamaño.

Y en ese detalle se cifran el valor y la legitimidad de los procesos democráticos, válidos hasta para quienes no los consideramos dogmas absolutos, pero por desgracia no los hay mejores.

Hoy, como aluna vez dijo Mario Moya Palencia, para anunciar el triunfo del candidato del PRI; obviamente, el pueblo habló con la voz del voto. Y votos hay en todas partes, hasta en la Venezuela de Maduro o la Nicaragua de Ortega. Votar es algo elemental y sus resultados pueden producir cualquier clase de gobierno. Los ejemplos sin demasiados para insistir en más de ellos.

Y mientras el mundo se traga esa piedra, ese sapo o esa sorpresa, queda para el inventario de las cosas mexicanas el encuentro de Enrique Peña Nieto con Donald Trump.

A la manera del clásico alguien diría, “haiga sido como haiga sido”, pero el presidente de México fue el primer jefe de Estadio en sostener una relación personal con el presidente electo de los Estados Unidos, Mr. Donald Trump.

Se oye horrible, y se siente peor. Pero así es.

LUIS

Hace muchos años, en medio de la borrasca del fracaso “lopezportillista y las críticas de Echeverría al momento de entonces, Pancho Galindo Ochoa publicó un  desplegado de reclamación de parte del presidente, su jefe.

Nada más decía: “¿Tu también, Luis?” Como entre borbotones de sangre le preguntó César a Bruto, su entenado.

Hoy alguien podría mandarle un mensaje a Videgaray: Regresa, Luis, tenías razón.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

1 thought on “Cálculos, equivocaciones, predicciones”

  1. No estoy de acuerdo en la última parte, realmente no tuvieron razón; al contrario se tendra que decir que fue el primer mandatario en ponerse de tapete, por lo que nadie debe pedir que regrese Luis; al contrario ese servilismo debe ser castigado y tratado como traición a la patria

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