Mañana, con mayor atención de la generada por un súper tazón o el final de la serie mundial de Beisbol, los ojos y los oídos del mundo estarán puestos en la contienda electoral a través de televisores, celulares, pantallas y redes.
Información privilegiada recibida por esta columna le da la victoria por un margen suficiente a la demócrata Hillary Clinton. Si esta columna marra, pues ni será la primera vez, ni tampoco la última. Lo sabremos pronto.
Sobran los encabezados catastróficos o temerosamente precavidos: el futuro del mundo se decide en las urnas y los colegios electorales de la Unión Americana. Los grandes financieros mexicanos se disputan planes de choque. Carstens y Meade discrepan en el método pero coinciden en la necesidad. Calma, dice el secretario de Hacienda. Previsión, alega el Director del Banco de México.
Nunca antes, como en esta ocasión, el mundo resignado se rinde ante las consecuencias planetarias de cuanto ocurra en Estados Unidos como factor decisivo de su propia existencia; nunca antes tan claro el papel de un mundo subsidiario de la fuerza de Washington, para usar esta ciudad como sinécdoque de un enorme, vasto, poderoso y a veces incomprensible país, cuya historia y cultura han sido desde ahora traicionados por la irrupción de un millonario petulante y una señora gris como el forro de un catafalco.
Los mexicanos, siempre oportunos para no perder una oportunidad de equivocarse, hemos hecho lazos fugaces, pero visibles con el futuro perdedor, con lo cual, gracias al acelerado estímulo de una cancillería omisa y un procónsul adelantado, recibimos a Trump; lo cual fue además de un error político una falta de tacto y respeto. Pero hecho está.
Sin embargo la esperanza de una victoria clintoniana tampoco es para ponernos felices. La señora Hillary nos mira con la misma incomprensión de su rival, pero de manera más educada.
Recordemos lo publicado aquí el 27 de marzo del 2009:
–“¡Oh!, ¿quién la pintó?”, preguntó asombrada Hillary Clinton al ver el cuadro de la Virgen de Guadalupe.
“La secretaria de Estado de la unión americana arribó ayer a las 08:15 horas a la Basílica de Guadalupe, ataviada con un impecable traje sastre rojo y una amplia sonrisa. Rodeada por su comitiva y una docena de agentes del Servicio Secreto, bajó de un Cadillac negro y a las puertas del recinto guadalupano ya la esperaba el rector de la Basílica, Diego Monroy.
“Al verla, Monroy le extendió la mano y conversaron unos minutos en inglés; después entró a escena la traductora personal de Hilary Clinton.
“Clinton llegó con preguntas. ¿Cuántos años tiene la Basílica? ¿Dónde se encuentra la imagen de la Virgen?, cuestionó, y Diego Monroy la invitó a pasar al interior del templo.
“Monroy llevó a Hillary Clinton directamente a ver a la Virgen de Guadalupe. “Quedó sorprendida al verla, estaba emocionada y feliz”, aseguró después el rector de la Basílica a los reporteros.
“Ahí, la ex primera dama le ofreció a la morenita del Tepeyac un ramo de rosas blancas, oró ante ella y le pidió por el bienestar de su nación.
“Diego Monroy le dio la bendición a Hillary Clinton y ella le solicitó que orara por ella y por Norteamérica. También encendió al pie de la Virgen María una veladora color verde.
“Quedó impactada con la Virgen de Guadalupe, sobre todo cuando le expliqué que la imagen quedó plasmada en el ayate de Juan Diego”, platicó Monroy.
“Ella preguntó: “¿Quién la pintó?”, a lo que el rector respondió: “Dios”.
“La secretaria de Estado le dijo a Monroy que hace 40 años visitó la Basílica de Guadalupe, “pero nadie me explicó el acontecimiento guadalupano”.
Ignorar el “acontecimiento guadalupano” es revelador de una profunda laguna. Es como si frente al mundo musulmán se negara el conocimiento del Corán.
Este podría ser un detalle niño para algunos, pero refleja mucho del espíritu real de los americanos: una especie de endogamia por la cual nada más allá de Iowa vale la pena. Ellos siempre han creído en la localidad como campo perfecto para el ejercicio de la política. Lo demás, es tierra de conquista. Yardas por avanzar, dicen los devotos del futbol americano.
No se trata de un asunto religioso porque el culto guadalupano no es en México asunto de tal naturaleza, es algo más allá: símbolo unificador y distintivo de una cultura de la cual, por lo visto, Hillary sabe tanto como Trump.
Son minucias históricas sin valor para quienes no tienen consideración por nada. No se trata de alegar a favor de las apariciones –ya desde Boturini seguimos en eso–, ni hundirse en la taumaturgia; se quería una elemental comprensión del milagro. El milagro no es la Virgen; es la fe de un pueblo. Nada más.