Salta por serranías y veredas, brinca la mata y se oculta en cuchitriles o edificios ocasionales, huye por Acapulco, por Taxco, visita la ciudad de México, lo ayudan los amigos, los correligionarios; pide favores, se escurre y escabulle pero como debe ser, tarde o temprano el cerco se cierra y Felipe Flores, el gran capo mafioso de la policía igualteca, termina en (linda frase) las manos de la justicia en el único lugar donde nunca debió haber estado, la casa de su esposa en Iguala.

Dirían Agatha Christie o Hércules Poirot, Nero Wolfe y algunos más: el criminal siempre regresa  a la escena de su delito. Además de todo, idiota.

Sus declaraciones ahora podrán completar el rompecabezas de Iguala, de aquella triste noche del secuestro colectivo o quien sabe, pues ya hay quienes desde la esquina de la conveniencia política, desestiman el valor de sus palabras por dos razones.

Dirán con toda seguridad: las confesiones y detalles, le fueron  arrancadas con  tortura infame o bien, están contaminadas por dos años de maquinaciones y construcciones fantasiosas en las cuales él queda limpio y echa las culpas, como trapos sucios, en las cabezas de otros, especialmente muertos o evadidos

Dos años ha tenido para urdir con todo cuidado, con la sagacidad de la zorra o el disimulo del mendaz, toda la argumentación con  cuyas revelaciones ahora se podrá inclinar la balanza de las versiones, obviamente a favor del gobierno para desmontar la leyenda del martirio.

Dos versiones. Una, la oficial, esa derivada de las investigaciones de la Procuraduría General de la República y cuyo nombre oficial es “verdad histórica”: los jóvenes normalistas se habían robado camiones en los cuales las pandillas de la heroína creían tener (o tenían) droga para su negocio y en una pendencia de grupos –“Rojos” y “Guerreros” –, por el control de la plaza confundieron y secuestraron a los activistas y  al no saber cómo solucionar el embrollo, decidieron (por iniciativa propia o por instrucciones precisas de Abarca) asesinarlos e incinerar sus cadáveres.

En ese momento surgió la consigna (eco de la guerra sucia de los 70) para buscarlos vivos, ahí se extendió la tesis de la desaparición forzada, tan distinta del delito terrible de secuestro pues aquella involucra una deliberada acción destructiva y multi homicida del Estado, ese ogro neoliberal para cuyos fines perversos los buenos jóvenes de Iguala, con su heroica sencillez de normalistas rurales, son un  estorbo para cuya remoción el Estado recurre a la desaparición.

¿Podrán las confesiones de Flores explicar los puntos oscuros de toda esta macabra historia? No se sabe. Desde ahora las voces interesadas en una de las versiones ya descalifican la captura y por consecuencia desdeñan, desde ese precavido escepticismo, sus resultados.

Este es un ejemplo  de la suspicacia militante:

“Las familias de los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa pidieron presenciar las declaraciones del jefe de la policía municipal de Iguala, detenido este viernes (21).

“A través de un comunicado publicado este viernes en la página del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez,  los representantes de los familiares de los normalistas consideraron que Felipe Flores Vázquez podría aportar datos definitivos para dar a conocer el paradero (no el tiradero) de los 43 estudiantes (esta frase sugiere su vitalidad plena).

“Por la calidad de la información que presuntamente (¿?) posee esta persona es fundamental que los representantes legales de las víctimas estén presentes durante todo el proceso y que éste se lleve apegado a un mínimo de objetividad, no coerción y respeto al debido proceso”, se lee en el comunicado.

“Los familiares propusieron que debería ser la Oficina de Investigación del Caso Iguala la responsable de conducir los interrogatorios conducentes”.

Cuando se habla del “debido proceso” ya se induce una sugerencia: no lo vayan a torturar para obligarlo a hablar a favor del gobierno o el Ejército.

En  otras versiones, como la publicada por “Reforma” se llega a más: Santiago Aguirre (Prodh) sugiere la suplantación del personaje.

Veamos:

“…las familias han pedido que se les pueda permitir el acceso a sus representantes para estar en el momento de su declaración o que los padres puedan directamente verificar que se trata de esta persona y que su testimonio es tomado de manera correcta…”

Como sea, Flores lleva a 131 el número de personas detenidas y procesadas por los crímenes de Iguala. Sin embargo la voz de la industriosa empresa de los DH cuya amplitud ha cobijado (secuestrado, dicen otros) a los padres y su empeño estéril por hallar a sus hijos vivos, cuando todos los saben muertos, niega validez a todas estas capturas.

Su verdadera intención es probar de cualquier forma la tesis del crimen de Estado y justificar plenamente los calificativos contra el Presidente de la República  a quien llaman  asesino, genocida y cuanto se les ocurra según la intensidad del viento. En fin.

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Interesante, por otra parte la coincidencia: casi simultáneamente con esta aprehensión, se divulga el documento de la nueva inquisición:

El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos,  Zeid Ra’ad al Hussein, le recomienda a México 14 tareas entre las cuales están (más burocracia) “establecer un Consejo Asesor de renombrados/as expertos/as (sic/a) en Derechos Humanos; fortalecer los esfuerzos para asegurar investigación suficiente y creíble de todas las violaciones graves de derechos humanos, incluyendo la tortura, las ejecuciones extrajudiciales y las desapariciones forzadas, a través de una oficina especializada de alto nivel de la Procuraduría General de la República; establecer un Código de Justicia Militar (y arrinconar más aun al Ejército, eso lo digo yo, no Al Jussein)  y legislar sobre el uso (legítimo) de la fuerza y crear una institución forense de registro nacional así como hacer leyes sobre desaparición  forzada y tortura, entre otras cosas.

Además, obviamente mejores condiciones para indígenas y mujeres y todo cuanto ya se hace, pero ahora bajo su control y supervisión.

En las 14 recomendaciones generales no hay ninguna solicitud sobre su nieve de limón ni tampoco referencia alguna al mágico “empoderamiento” (pinche palabrita) de las mujeres al influjo ejemplar de la Mujer Maravilla, la más reciente heroína del feminismo correctamente expresado.

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La epidemia de los “payasos asesinos” ha provocado, paradójicamente, los asesinatos (o al menos agresiones) de cómicos cuya única culpa en la vida es salir a las calles con su ropa  de trabajo. Entonces los paranoicos (o los maloras simples, los de mala entraña, los herederos de quienes comían corazones humanos), los golpean y hostigan.

Un caso reciente de protesta payasa ocurrió hace unos días en Coahuila donde una veintena de “clowns” se reunieron en el Parque Zaragoza para exigir mejores condiciones de seguridad. Pidieron, como representantes de un  gremio capaz de generar felicidad, así sea efímera  (el Derecho a la Risa pronto será incorporado al catálogo de los DH o al menos en la nueva Constitución de la CDMX), protección oficial, la cual podría expresarse a través de medidas cautelares como las expedidas en favor, por ejemplo, de los sufridos y arriesgados periodistas quienes han sido entronizados en el sacro sitial de encarnaciones del humano derecho de la Información, la “Libertad de Expresión” (cómo suena bonito esto)  y la plenitud de la conciencia social (¡sopas!).

Total, si ya se garantiza la seguridad de los informadores para blindarlos de cualquier ataque, ya sea de los narcotraficantes a quienes desnudan o al menos entrevistan, no veo razón por la cual deberíamos dejar a los payasos, tan respetables como algunos periodistas y quizá más, alejados de las medidas de cautela con las cuales se les puede asegurar el libre ejercicio de su oficio de bufones, chistosos, maromeros y demás.

Hay muchas similitudes entre ambos trabajos (sobre todo en los maromeros). Y si usted lo duda, lea nada más a algunos aguerridos y valientes colegas (me refiero a los columnistas políticos, no a los payasos) quienes causan tanta risa como “Platanito” o “Rabanito”, dicho sea sin albures de ninguna especie o dimensión.

Se quieren presentar los periodistas de altos vuelos como héroes, pero cuando les llega lumbrita al aparejo (así la cosa no sea sino un pleito de vecindario o una conveniente invención), chillan y corren a pedirle al gobierno con estadísticas

fúnebres en mano, guardaespaldas, escolta, protección diversa, sin recordar cuando censuraban el dispendio “guaruresco” en el país.

Así como han  pedido “jueces sin  rostro” y cuando los valientes escriben de temas peligrosos sin sus nombres y protegen sus fuentes hasta el martirio, algún día llegaremos al extremo del anonimato absoluto.

“Anonymous”, todos.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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