Cuando Gabriel García Márquez, con su mujer indescriptible en asunción celestial en el sorpresivo aleteo de las sábanas de la tarde, sus lluvias funerarias de flores, sus mariposas para la melancolía, sus perpetuas guerras civiles por todo Macondo y las ciénagas olvidadas; sus amores de estridencia y sus orfebres sin amor en la noche de los alacranes eróticos; los parientes con rabo de marrano, y las mujeres olorosas a humo y sexo fue distinguido con el Premio Nobel de Literatura, en cumplimiento del ritual, declaró su enorme sorpresa matutina y sin solemnidad expuso el valor real –más allá de las abundantes coronas suecas–, de tan reclamado galardón:
–Nunca volveré a hacer cola.
En esta ocasión, cuando la Academia Sueca decide otorgarle un premio de literatura a un juglar contemporáneo llamado Bob Dylan, no sólo olvida las letras. Instituye una nueva categoría; pues no tienen la misma finalidad las canciones o las novelas, la poesía o la dramaturgia.
Y lo peor: Zimerman, como estrella del rock (así no sea ese su género) mucho tiempo atrás dejó de hacer cola. Y eso por varias razones.
Básicamente por su misantropía, su vida casi oculta, su renuencia a la propaganda de los tabloides o las redes sociales y su ensimismamiento acusado y agravado, dicen, por aquel viejo accidente de motocicleta cuando era más joven y menos favorecido por premios y distinciones.
Hay muchos escritores cuya obra permanecería prácticamente oculta de los oídos del “gran público” (suponiendo la existencia de un gran público para la poesía, por ejemplo) , como es el caso de Derek Walcott quien recibió el premio en 1992. En ese caso, como en muchos más, la medalla sirvió como elemento poderoso de divulgación.
La obra se difundió, las editoriales trabajaron y el autor fue conocido, después de ser reconocido. Muy bien.
En este caso de Dylan, tampoco cumple el Nobel de hoy ni siquiera con ese beneficio. La obra musical (bastante mediocre por cierto, pues no hay en sus canciones algo más allá del simplón rasgueo de una guitarra elemental o el quejido de una armónica) no es ni siquiera un elemento para considerar en el otorgamiento de un premio literario. No confundamos a Calíope con Euterpe.
Hace algunos años, devoto y en cumplimento de una promesa casi generacional, fui –con Abraham Zabludovsky y mi esposa– a un concierto de Bob Dylan. Fue espantoso.
El pésimo sonido del Palacio de los Deportes era tan horrible como la actitud del “maestro” quien sin hablar una palabra se tiró una retahíla de canciones sin emoción ni compromiso interpretativo, en una especie de autismo displicente con sombrero y prisa fácil. Como llegó se fue. Nadie entendió nada.
La relativa importancia de las canciones de Dylan ya no es asunto del siglo XXI.
Fue una voz contestataria (y hasta necesaria) cuando los Estados Unidos estaban hasta el cuello en los arrozales vietnamitas. Y los actuales “Masters of war” al parecer ni siquiera escucharon las respuestas flotando en el viento para acallar la voz de sus cañones. El pacifismo dejó de ser una anhelo de la sociedad americana. Por desgracia.
Y si alguien lo duda, pues ahí está presente la repugnante figura de Donald Trump con sus millones de seguidores y votantes.
Pero si como dice Walcott, “el peor crimen es dejar a un hombre con las manos vacías”, Dylan hace mucho tiempo las tiene llenas de fama y de dinero. Tampoco fue un acto de justicia para un escritor en el olvido o la pobreza, como dice Muñoz Molina, quien por cierto ayer tuvo y una exitosa lectura en el Zócalo de la ciudad de México.
En fin, hace mucho tiempo hemos dejado de creer los mitos de la consagración. No hace falta el premio Nobel para ser un escritor fundamental, ni se ha podido reconocer a todos como se debería y sí se le otorgado a galardón a figuras de mediano pelo. Si bien no son los mismos académicos de hoy quienes desdeñaron a Borges (o a Joyce o a Williams) en su tiempo, la concesión de este año es un acto de renovación o de absoluta decadencia.
También puede ser un acto de esnobismo extremo. Ya se verá en los siguientes años.
Por lo pronto se han confundido la magnesia y la gimnasia, cosa no ocurrida cuando los españoles voltearon sus ojos al mismo cantante y letrista. Le dieron un premio Príncipe de Asturias en la amplia área de la comunicación, por su labor de divulgación a través de las canciones, con lo cual acertaron plenamente, pero no le otorgaron el Premio Cervantes reservado a la literatura.
Pero si hablamos de cosas inservibles, o al menos inútiles más allá de su función decorativa o de satisfacción política inmediata, hemos visto en México un monumento a la ociosidad en varias etapas.
Primero construimos un aparato legislativo cuya pomposa denominación no podía ser más impresionante: Sistema Nacional Anticorrupción, como si tan deplorable conducta, es decir, la corruptela, el soborno, el salto de la norma, el aprovechamiento indebido y todo lo demás, pudiera resolverse mediante una construcción sistémica improvisada desde los salones del Congreso.
En fin, las buenas intenciones no son de suyo censurables. Se debe alabar y colaborar. Bien.
Pero donde la marrana tuerce el rabo como hijo de incesto, para seguir con Gabo, es la forma como desde la sociedad civil (¡Ah!, la sociedad civil, donde se incuban todas las virtudes y se desconocen todos los pecados) se desea controlar a quienes deben vigilar el funciona miento del ya dicho sistema donde cualquiera podrá lanzar la primera piedra, para citar al clásico.
Y se construye entonces un doble mecanismo: un Comité de Participación Ciudadana el cual supervisará el funcionamiento del sistema entero y una Comisión de Selección para decidir desde esa impoluta sabiduría, quienes van a observar conjuntamente desde ese “Comité de Salud Pública” (¿te acuerdas, Robespierre?) el funcionamiento del SNA. Por lo pronto ya pidieron 160 millones de pesos para echarlo a andar.
Pues bien, la comisión seleccionadora está formada por representantes de organizaciones civiles de tan alto prestigio como “México Evalúa” (Edna Jaime); “Causa en común” (María Elena Morera), Imco (Juan Pardinas, but of course); “¿Cómo vamos?” (Viridiana Ríos) y algunos más.
Todos los políticamente correctos (el CIDE, la Ibero, el IIJ de la UNAM); hasta quienes impusieron la “Tres de tres” para todos los bueyes del compadre, pero la rechazaron para cuando se trate de empresarios y contratistas cuyos haberes provienen de concursos y concesiones del gobierno. Ellos nunca han cometido un solo acto corrupto. Eso es cosa de pelados y burócratas.
Pero los “notables” (esa es una nueva clase social una nueva profesión o un nuevo grado) cabildearán de acuerdo con el equilibrio de sus intereses ( ya su integración misma nos habla del “cuotismo” y el “cuatismo”), pues no hay en el mundo quien careza de ellos, ya sea en nombre propio o el de alguna institución de la cual forman parte y nervio, y pondrán a los integrantes del comité y seguiremos por el anchuroso camino de nuestras simulaciones cantando la alegre canción del Tio Lolo quien ya sabemos cuánto lograba solo.
¡Ay!, tan hermosa la participación de la sociedad y sus organismos representativos. Tan necesario y oportuno el diagnóstico del Consejo Coordinador Empresarial, por ejemplo, desde cuya cúpula dorada nos advierte la inconveniencia de haber reunido en la secretaria de Gobernación las labores políticas con las de seguridad pública.
Yo no se si tiene o no razón el CCE; pero lo sorprendente y digno de admiración –además de su acendrado patriotismo por supuesto–, es la velocidad de su diagnóstico: apenas ahora se van dando cuenta de los cambios ocurridos hace casi cuatro años cuando desapareció la Secretaría de Seguridad Pública.
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Buscan con la urgencia de una “Ficha roja” de la Interpol al fugitivo Guillermo Padrés Elías. Esa ficha o esa clasificación es como una “Alerta Amber” cuando se busca a un niño secuestrado pero con una diferencia: el infante desaparece contra su voluntad en tanto el forajido se escapa por el instinto de salvar su pellejo.
De la impunidad al salto de mata. Por eso Claudia Pavlovich, la gobernadora sonorense le exigió hace ya meses a la PGR: aceleren los procesos. Y nada.
Obviamente cuando Padrés Elías estaba en Sonora; defendido por el “fiscal de las brujas”, Antonio Lozano Gracia, coleccionista de amparos, hubo tiempo de sobra para “ponerle cola”; es decir, seguirlo noche y día para evitar su fuga; pero la huida es parte de la protección pactada con el Partido Acción Nacional.
Primero lo dejan ir y luego le privan de sus derechos partidarios en el PAN. Le cambiaron la “credencial azul” por la “ficha roja”.
¡Huy!, cuánto castigo.
Como se aprecia el reino de la simulación es infinito y abarca todos los colores y todos los sabores.
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Pues el premio a la momia dylan fue solo el tiro de gracia a un reconocimiento que alguna vez premió a la literatura y que ahora se ha convertido en un reconocimiento al best seller. Enhorabuena al «maestro» dylan porque pudo haber sido peor: pudieron haber premiado a haruki «escribo como adolescente calenturiento que ha visto demasiado hentai» murakami. Tan cerca de dylan y tan lejos de Hemingway.
El Novel se ha denigrado, ya no tiene el espiritu para el que fue creado.
De, los mexicanos premiados , el único que vale es el Dr MOLINA con el Novel de Quimica