Hoy las páginas cantan los fáciles versos de Juan Gabriel. Sencillos, transparentes en su frecuente condición de sorpresivo dolor, los conceptos de la sensibilidad (a veces sensiblería) del compositor Aguilera, se adhieren a la memoria por una sencilla razón: esos sentimientos existían antes de escucharlos en las canciones. ya eran nuestros. Él solo les puso música.
«Hasta que te conocí…»
En ese sentido el compositor no crea; recrea las penas y alegrías de un pueblo. Las asimila, las vuelva canto, las hace himno de la sinceridad incomprendida. Es un traductor sentimental, de ninguna manera un inventor. Entiende –porque padece– las penas calladas por amores doloridos o fugazmente felices, con esa proclividad nacional a jurar por eternidades la vigencia del afecto, el cariño, el amor desbocado y destructivo cuyo esplendor tiene por techo el universo y las lágrimas y la lluvia por condimento en la ciudad inmutable, con las personas de siempre.
Juan Gabriel –ahora todos lo dicen, especialmente quienes no sacaban del closet la devoción por sus canciones–, ha logrado algo generacionalmente importante. Si los padres hallaron en las canciones de José Alfredo Jiménez el reflejo de sus penas y miserias alcohólicas, con escasa oportunidad de agradecerle a la vida los momentos dichosos, los abuelos se sintieron post modernistas con la música y la edulcorada exageración de Agustín Lara y su impotente devoción por las mujeres.
A los mexicanos de hoy, no importa la edad gracias a la incorporación de cantantes jóvenes en su elenco, los mueve y conmueve esta forma simple de entender las relaciones amorosas.
«…Querida…»
Pero más allá de este romanticismo musical, Juan Gabriel es un fenómeno de masas.
Nadie ha controlado a las multitudes como él lo hacía. Su mesmérica capacidad de hipnotizar a los devotos y los escépticos, a veces en un bailoteo poco agraciado –especialmente en los meses recientes— y otras sentado en un sillón con simbolismo de trono de rey o papal silla gestatoria, era realmente impresionante.
El último concierto en el cual lo vi, fue en Ciudad Juárez. Hablamos brevemente cuando llegó acompañado por el gobernador César Duarte quien quiso poner esa capacidad de manejo multitudinario, al servicio de una imagen redentora de la no hace mucho llamada, la ciudad más peligrosa del mundo.
Fue en marzo del año pasado. El artista estaba por subir al escenario y no hubo oportunidad sino para un saludo fugaz.
–Suerte, le dije al final con un apretón de manos. Sus dedos estaban hinchados, sudorosos.
–Gracias, comentó mientras arreglaba sobre los hombros la bufanda de seda.
De aquel concierto rescato estos puntos publicados en estas mismas páginas:
“…esta heroica frontera, cuyo rosario de dolores parece disiparse al menos en el ambiente festivo de sus calles y los preparativos para un enorme concierto de Juan Gabriel, cuya convocatoria de cien mil o más miles de personas ha causado atascos tan graves como si los congestionados ríos de la ciudad de México se hubieran puesto a los pies de esa enorme “X” de color escarlata, cuyos brazos abiertos nos muestran, como pudiera haber dicho Pessoa, dónde comienza México y dónde terminan los Estados Unidos.
“Allá en el lomerío de rojos atardeceres, los texanos han puesto una estrella solitaria con foquitos como de nacimiento, pero los orgullosos juarenses le pidieron a Sebastián, hijo de Santa Rosalía, una letra gigantesca y roja, bien roja, con un óvalo en el cruce de las aspas, para señalar el punto donde la tierra sigue hablando el español bronco del desierto y donde, con más contundencia de la vieja y poca agua del río, nace y se extiende, eterno, el suelo de México…”
Hoy el gobierno reacciona con rapidez y como sucedió con el cuerpo de Jorge Negreta, habrá necesidad de apretar a través del consulado en Los Ángeles para trasladar a México los restos. México lindo y querido, si muero lejos de ti, seguiremos cantando como Chucho Monge.
Rafael Tovar y de Teresa, secretario de Cultura, revela reflejos veloces y abre de inmediato las puertas del Palacio de las Bellas Artes para una ceremonia luctuosa de cuerpo presente, mientras César Duarte pide mano desde Chihuahua, pues Ciudad Juárez tanto le debe y tanto le dio al desaparecido autor, al hombre cuya sensibilidad fue reflejo y modelo a un tiempo.
Pero si de homenajes se trata bien se podría pensar, como hizo Gustavo Díaz Ordaz con Agustín Lara, proponer su inhumación en la Rotonda para irrepetibles, cursimente llamada ahora “de las personas ilustres”.
Mientras tanto repitamos con los dueños de tanto lugar común: la vida es una y se va en cualquier momento. Y antes de su término, vamos al Noa-Noa.
DISTANCIA
Lejos muy lejos se ve aquel tiempo en el cual la propaganda política nos recetaba aquel, ni “Temo” ni “Chente”, Francisco será presidente, mientras a pleno pulmón Carmen Salinas decía de Fox: ese güey está loco… y Kate del Castillo se convertía en portavoz de una decepcionada juventud cuyo único camino era votar por el PAN.
–Cómo hemos cambiado…