Hace muchos años, cuando la política mexicana llegó al extremo de los absurdos, una decisión sin nadie para elegir, pues votar significa decidir entre opciones y en aquella ocasión sólo había un candidato previamente ungido y dispuesto, alguien le preguntó a José López Portillo si se identificaba con la izquierda o la derecha y él respondió en contra la “geometría política”.
El término, sin embargo, se quedó, con esa facilidad nacional para convertir cualquier frase en definición para la posteridad, como la “caída del sistema”; el “fraude patriótico” o cualquiera de ellas. Son tantas.
Sin embargo las clasificaciones del pensamiento político o al menos la estrategia invocada en esas definiciones, nos separa en los grandes campos: la derecha, la izquierda y el centro. Claro, hay matices, como el célebre del priismo “lopezmateísta” de la izquierda dentro de la Constitución, la atinada izquierda o la “izquierda sin dueño” de Miguel Ángel Mancera.
Pero como en verdad las ideologías no domina la política, sino como invocaciones para justificar posturas, cada quien fabrica y patenta su nicho en el enorme retablo barroco de la rentable oposición.
Ha habido cursis cuyo discurso (“discursi”) habla de la izquierda del lado del corazón, aun cuando después terminen trabajando para el PRI, en espera del salto a una nave transexenal más segura. En fin.
Pero hoy la concurrencia desordenada de tendencias, corrientes, segmentos o tribus, como se les quiera decir en el Partido de la Revolución Democrática parece haberse tomado un respiro en la pendencia interna y con una mayoría abrumadora y visible logra por fin un acuerdo: entregarle la dirección del bajel desarbolado y con malos marinos, a la ex dirigente sindical Alejandra Barrales cuyos méritos son visibles y cuya trayectoria en la militancia no conoce desviación. Siempre ha estado ahí.
Si bien su cercanía con el actual jefe de Gobierno de la CDMX, Miguel Ángel Mancera hace suponer el fortalecimiento de éste y los suyos en la futura contienda presidencia, de la cual se podría derivar una candidatura para ella misma como jefa de Gobierno (cargo por el cual contendió contra MAM), no será esa la tarea difícil. Más complejo será el principio en unidad.
Pero, ¿unidad con qué propósito? ¿Les sirve de algo a los ciudadanos un partido unido internamente sin programas sensatos, ni viabilidad administrativa?
Quizá la unidad garantice triunfos, pero las victorias no ofrecen nada si no se tiene algo para respaldar una obra. Es la diferencia entre la política y la grilla simple. Muy bien, ya ganamos y ahora, ¿hay algo más o sólo un pastel por repartir?
Obviamente la unidad del PRD, si Alejandra Barrales la consigue (asunto en el cual fracasaron todos, desde Cuauhtémoc Cárdenas hasta Agustín Basave) le permitiría enfrentar a su peor enemigo: el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).
Barrales ya ha dicho su palabra: alianzas posiblemente con cualquiera, menos con el PRI. Y Andrés Manuel, líder y propietario de Morena, la franquicia de la izquierda real, como él mismo la llama, ya los ha condicionado a ver cómo se portan.
Pero todos esos movimientos guardan relación únicamente con asuntos electorales. No se adquiere ni se sostiene (mucho menos se practica) una ideología mediante alianzas, aun cuando a esta hora cínica del pragmatismo a ultranza, la ideología sea un estorbo, como la actitud, la coherencia, la sustentabilidad, los principios.
Me dijo un amigo destacado en la vida pública: en política son más importantes los fines que los principios y como aquellos justifican a los medios, la ideología no es necesaria.
Hoy Alejandra Barrales necesita construir una opción electoral respaldada por una idea política renovadora, más allá del clientelismo simplón, facilote y corrupto; invasor de predios o acaparador de placas de taxistas tolerados y ancianos menesterosos. La hora de la dádiva; del “programa social”, de la compra anticipada de votos por el camino de la gratitud estomacal, parece ya no ser suficiente ni conveniente.
Hoy los ciudadanos exigen otras cosas; empleos, seguridad, buena vida, mejor transporte, mejor aire, mejor ciudad y por extensión, mejor país.
VIRGILIO
Como era previsible, Virgilio Andrade sale de la cacofónica Sefupu con algo pena y sin conocer la gloria.
Desde su llegada, como ha sido desde el inútil nacimiento de esa secretaría, cuando era –otra cacofonía– (Secogef), todos los encargados de tan ruin despacho han servido para untárselos al Camenbert o al asadero. Nada.
El pretexto para removerlo es lo de menos. El nuevo sistema contra la corrupción ya está listo, sólo falta una cosa: probar su utilidad mediante su funcionalidad. Y para eso, falta tiempo.
–La pregunta es: ¿podremos los mexicanos vivir sin corrupción, por primera vez en toda nuestra historia. ¿lograremos vencer al ADN?
Lo dudo.