En este mundo son muchas las cosas misteriosas.

Asuntos oscuros cuya naturaleza, promoción o autoría quedan para siempre en el pesado y negro manto de lo desconocido. Nadie sabe, por ejemplo, quién ordenó el asesinato de Luis Donaldo Colosio; ninguno conoce dónde quedaron todos los restos de los “ayotzinapos” asesinados en Iguala, todos ignoramos igualmente cómo se va a resultar la Constitución de la Ciudad de México.

Sabemos la mecánica, lo cual es saber muy poco.

Tenemos indicios de la enorme ensalada con la cual se propondrá el texto inicial (llamémosle el texto oficial) con un  grupo muy extraño conformado por toda clase de talentos. Y algunos hasta sin talento pero con representatividad en ciertos sectores políticamente presentables y hasta necesarios para los fines de la pluralidad; nueva denominación para el corporativismo de las minorías.

Pero la conformación del grupo es un revoltijo entre los constituyentes designados por los partidos, las cámaras y los gobernantes (el Ejecutivo Federal y el jefe de Gobierno). Y si eso no fuera suficiente se tiene el concurso a veces impresentable de los llamados “independientes” cuyos mensajes por radio o televisión resultan tan repugnantes como los besos de la suegra. O la madrastra, para no ofender a nadie o terminar molestando a más.

Pero la votación del grupo constituyente, presentada como la oportunidad de construir “la ciudad a la cual aspiramos”, es una patraña. Una ciudad no se construye con  una Constitución, ni siquiera con un cambio jurídico.

–¿Nos va a resolver la Constitución los problemas urbanos cuyo origen no necesariamente se originó en su condición superada de Distrito Federal?

Obviamente no.

Una Constitución es un  pacto, no un instructivo. Para eso está todo el cuerpo jurídico de la ciudad cuyos elementos de sentido común no deberían variar pues supuestamente se derivan del consenso y la experiencia acumulada a lo largo del tiempo.

La Constitución de la ciudad ha sido invocada –aun antes de haberse escrito la primera línea–, como el bálsamo de Fierabrás, ese emplasto antiguo y mágico, cuya potencia curativa provenía de los barriles con residuos del aceite con el cual fue amortajado el cuerpo de Cristo (hallados por el rey Balán y su hijo Fierabrás  durante la conquista de Roma), pero cuya confección apresurada por el Caballero de la Triste Figura, sólo les produjo a Don Alonso y su escudero, vómitos y seguidillas.

Vamos a ver si la ciudad no corre suerte igual y el emplasto maravilloso se convierte en un laxante innecesario.

Y cuando los purgantes surten efecto, ya sabemos todos cuál es el producto al aire.

POSITIVOS

Los encuestadores, sociólogos y “demóscopos”, miden lo bueno y lo malo de los políticos, no sólo con  las opiniones directas  de los ciudadanos sino también con la evaluación de sus buenas o malas características. Los llaman, positivos y negativos.

–¿Cuáles son los positivos?

Por lo general confiabilidad, honestidad, buena fama, laboriosidad comprobada; respeto por la ley y algunas cosas por el estilo.

Los negativos, pues obviamente los contarios de esas actitudes o maneras y algunos otros, como –por ejemplo– ser pederasta como le han dicho a uno de los más notables candidatos en el actual proceso.

Pero en el caso de los aspirantes a una futura candidatura para la Presidencia de la República (2018), alguien se ha  plantado con un “positivo” de buenas dimensiones: Aurelio Nuño, cuya actitud firme en cuanto a los despidos de faltistas y revoltosos (o ausentes por consigna) le acarrea ahora el buen punto  de hombre comprometido con la legalidad.

–Ya era hora, dicen quienes saben de política lo elemental: es una actividad para la cual se necesitan compromisos confesables. Y el esencial debería ser asumir como verdad la protesta de los cargos públicos: cumplir y hacer cumplir la ley.

Pero de la otra banda esa actitud se ve como asunto suficiente para oponerse a una reforma cuyos aspectos administrativos y laborales son nada más la primera y necesaria fase antes de modificar un sistema educativo completo.

No se les puede habar de pedagogía a quienes han hecho del sindicalismo magisterial un negocio ruin y un enclave de prebendas económicas intolerable en cualquier estado moderno.

Si Aurelio Nuño, cuya breve carrera en la Secretaría de Educación Pública puede ser su plataforma para la candidatura del PRI a la Presidencia logra imponer la ley y sofocar institucionalmente las protestas, al menos en el campo de su competencia (lo demás le corresponde a Gobernación),  indudablemente será un finalista en la maratón sexenal.

Bueno, eso si desde Bucareli no le estorba Luis Miranda, como tantas otras veces.

J o X

¿México o Méjico?, como escriben los tradicionalistas hispanos.

¿Don Quijote o Don Quixote? como dice la portada del libro en su primera edición.

La “J” y la “X”, simples letras, simples sonidos matizados por el uso y el desuso.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

Deja una respuesta