No podía ser de otra manera. Cuando el gobierno es incapaz de resolver y problema, prefiere convivir con él.
La liberalización en el consumo de la mariguana, cuya combustión cotidiana es un hecho ya presente en la vida nacional, no sólo con el beneplácito de la corrección política sino hasta con la repulsión contra quien no comparta la idea de un mundo canábico, al cual se hostilizará con calificativos de cavernario, reaccionario, atrasado, anacrónico y demás, se inició, como todos recordamos, con la exageración sobre sus aplicaciones médicas.
Ya no era solamente la friega de hierbas maceradas en alcohol para disminuir los rigores reumáticos, sino la extracción de sustancias básicas llamadas canabinoides, las cuales tienen efectos anticonvulsivos. Entonces ya no es el uso medicinal de la mariguana, sino de uno de sus componentes. No es lo mismo.
Pero como para comer alitas de pollo, primero hace falta el pollo, pues venga a promover la siembra y comercialización de mariguana. Y con eso de pasadita, acudir al meollo del asunto: convertir un negocio clandestino de pocos, en un negociazo extendido de muchos. Eso es todo.
Y como de costumbre, manejado desde los Estados Unidos, como el tabaco, por ejemplo.
Pero ahora ya viene la segunda temporada de esta serie: ya se habla de los efectos medicinales de la amapola, cuando la morfina es algo tan antiguo como el dolor mismo. La morfina, dicen, es tan poderosa, como para aliviar los dolores hasta del alma; del amor misterioso y complicado de las novelas románticas (como en “La nardo”, de Ramón Gómez de la Serna) o una fractura, una herida grave, un cáncer terminal, una muela insumisa o un cólico nefrítico o un hijo muerto.
En todos los grandes centros hospitalarios hay las llamadas clínicas del dolor, cuyo medicamento principal y controlado, es la morfina. Esta y su hermana gemela, la heroína, hunden a la persona en una profunda y silenciosa placidez onírica y deleitosa cuya mejor comparación, aseguran sus usuarios, es el Nirvana.
Cosa extraña, porque ninguno de ellos ha conocido ese paraíso de inagotable calma, ni mucho menos el budista Océano de la Paz Celestial. Tampoco el Mar de la Tranquilidad donde dicen, bajaron los primeros hombres a la Luna.
El opio ( y todos los demás opiáceos, pues esa es su clasificación) proveniente de la amapola ha sido el elemento por el cual se construyó la civilización asiática. Pablo Neruda (para quien tenga tiempo de consultar su hermoso libro autobiográfico, “Confieso que he vivido”) tiene un buen número de hermosas páginas en las cuales detalla el binomio de la explotación y el control de las drogas, especialmente el opio, cuyo dominio llevó a los imperialistas británicos a sostener la llamada “Guerra del Opio” en los años cuarenta del siglo ante pasado.
Los británicos querían liberalizar la venta de opio y los chinos imperiales controlar su producción y su consumo para fines de dominio político. Y en sucesivas guerras se dieron de balazos. Hoy los británicos ya no tienen posesiones en China.
Pero no todas las cosas son tan románticas cuando se evocan. No todo son las guerras por controlar la “Ruta de la seda” ni el “Camino de las especias”. Las drogas son muy viejas y más añejo aun el afán del hombre por evadirse con su prometedora ensoñación.
Hoy ya nos anda por salir del atolladero y la única solución hasta ahora no ensayada es la despenalización de algunas actividades. La Suprema Corte de Justicia de la Nación, al menos, no tuvo empacho en aprobar el uso “recreativo y lúdico de la mariguana”, con lo cual se ahorró toda esta farragosa discusión sobre los usos medicinas como si fueran iguales la gimnasia y la magnesia.
Alcohol significa espíritu y el viaje del alma propiciado por el vino, ya ha sido cantado por Omar Kayham entre otros grandes bardos, además de José Alfredo Jiménez. No seré yo quien elogie la marranilla. Ya no.
Pero bastó la clarinada del gobernador de Guerrero, Héctor Astudillo quien inconforme con la imposibilidad para controlar Acapulco y el resto del Estado, busca la solución donde quizá no la hayan querido ver otros: legalizar la amapola, permitir su comercio, vender la goma, rallar los bulbos, y hasta asociarse con los traficantes antes de sucumbir ante ellos con dos agujeros en la cabeza.
A fin de cuentas todas las drogas tienen relación con la medicina. La medicina las usa y las seguirá usando. Con o sin prohibiciones, con y sin ocurrencias.
Su uso medicinal no genera la delincuencia. El delito tiene causas sociales, no clínicas. No son iguales –ni en sus efectos ni en su valor–, la mata de coca y la cocaína, por ejemplo.
Lo demás es hacerse como el Tío Lolo.