Se le llamaba en el lenguaje mitológico de hace siglos, la cornucopia.
Fue una figura alegórica para significar la infinitud de los dones.
Como todos sabemos Zeus fue alimentado por la cabra Amaltea (“… amó el pezón dorado que le brindó Amaltea”, dijo un poeta lejano) y en uno de sus bruscos juegos el divino infante le rompió un cuerno al caprino y como forma de compensar el despitorre, se le concedió a quien hallara el trozo de cornamenta, la abundancia de todo cuanto de él proviniera: le salían eternamente frutos y alimentos varios.
Algunos países, especialmente pobres y por tanto esperanzados en los dones de la veleidosa fortuna), como Colombia o Perú, han puesto doradas cornucopias (también los hondureños y panameños o los chilenos en el escudo de Copiapó), pero el extremo lo vimos cuando en nuestra lejana primaria nos enseñaban en la clase de geografía la similitud del mapa de México con un cuerno de la abundancia. Del cuerno hay evidencias; de lo otro, mejor ni hablamos. La abundancia mexicana nunca ha llegado. Y al paso como marchamos, no la veremos por lo menos en este siglo.
Sin embargo hay una forma de vincular los dones prolijos con el combate a la contaminación ambiental. Y debería provenir del pago de las verificaciones vehiculares a las cuales se agregarían ahora decenas de miles de motocicletas, lo cual significa cientos de millones de pesos. No voy a hacer aquí cálculos de actuario, ni siquiera de contador.
Si bien cuando uno piensa en motocicletas automáticamente se le va la imaginación a los ásperos cuerudos de gesto fiero y casco con calaveras a bordo de una estrepitosa Harley Davidson de notorio tonelaje, y una dama de larga caballera enlazada como pulpo a sus espaldas, o un ágil tripulante de BMW, más silenciosa y elegante, la verdad es otra: en esta zona circulan muchas motocicletas de baja cilindrada, las cuales se usan para algo menos importante: trabajar. Repartidores y personas de escasos recursos, quienes han hallado en las motitos (se pueden comprar hasta en los supermercados) con las cuales soluciona así sea de manera precaria y en constante equilibrio peligro, sus problemas de transporte.
Pues bien, todos quienes hemos acudido a un centro de Verificación y vemos las carretadas de dinero como generan esos establecimientos de medición de gases, sin contar por supuesto la posibilidad de oro bajo cuerda (O “submecatum”, como decía un clásico) nos preguntamos cual es el destino de ese dinero.
Supuestamente y de acuerdo con algunas consultas hechas por esta columna, el cinco por ciento de todo cuanto se recauda por ese servicio obligatorio, se debe destinar a un misterioso Fideicomiso sin nombre pero con número o cuyo nombre es, a fin de cuentas, una cifra. El Fideicomiso 1490. ¿Por qué se llama asi? Yo tampoco lo sé.
Pero si logré saber una cosa extraña: de 2014 para acá (de la cornucopia de antes, ni me pregunte) ese Fideicomiso apenas ha logrado reunir 46 millones de pesos, lo cual es una baba de loro para el volumen de autos verificables y verificados.
Y si a eso se le van a sumar 150 o 200 mil motociclistas eso quiere decir más dinero para el Fideicomiso cuyo capital teóricamente se destina a inversiones en beneficio de la calidad del aire aun cuando nadie separa cuáles son dichas acciones.
Y por ahí ya se propone: no, le den al Fideicomiso 1490 el actual 5 por ciento del monto de las verificaciones; denle el 40 o el 5% y entonces hagan un verdadero fondo orientado a la movilidad sustentable.
–¿Será?
EXTENSION
La contaminación se ha extendido a todos los demás ámbitos, hasta la política. Hace unos días, por ejemplo, se realizó, en Campeche, la Asamblea Plenaria Ordinaria de la Comisión Nacional de Tribunales Superiores de Justicia y ahí el gobernador, Alejandro Moreno Cárdenas, kles dijo a os hoimb res de la judicatura:
“México merece una impartición de justicia sin contaminaciones políticas y que el Poder Judicial sea determinante en la consolidación del México que todos queremos”.
Algún día podría hacer una “verificación” para los procesos judiciales, aun cuando –viéndolo bien–, para eso está el Consejo de la Judicatura. En fin.