Hace algunos días, el sábado para mayor precisión, me encontré en un restaurante a un compañero de la escuela secundaria (sí, de cuando los perros estaban atados con longaniza) cuya esposa, atenta a los quehaceres profesionales de este reportero, me dijo muy seriamente:

—¿Y usted no tiene miedo? A veces dice cosas muy fuertes. Yo lo he escuchado.

Mi amigo terció:

—Pues sí, ya ves cómo este país está catalogado como uno de los más peligrosos del mundo para ustedes los periodistas.

Yo les di una respuesta condescendiente.

—Pues a lo mejor es tan peligroso como ser torero… si no se sabe torear.

—Pero nunca te han amenazado, nunca te has visto en peligro.

—No lo se, la única vez riesgosa, según yo, fue cuando un capo de cuyo nombre no quiero acordarme, me envió una paca de billetes con la oferta de su amistad. Si lo aceptaba me esclavizaba; si lo rechazaba me exponía a su coraje.

—¿Y qué hiciste?

—Bueno, hice muchas cosas, pero por lo pronto aquí estoy. Él ya esta muerto. Pero esa historia me la reservo. Es algo privado, quizá por mantenerlo privado sigo en este valle de lágrimas, enfermedades y penas.

—Bueno, ¿pero las venganzas políticas?

—Esas aun no han llegado, le respondí a mi curioso ex compañero de la adolescencia.

Cuando salí del restaurante tomé casualmente (había una avenida cerrada) por una calle donde hace años tuve un departamento. Los viernes me reunía con un grupo de amigos todos cobijados por la presencia magisterial de mi padrino de bodas, Manuel Buendía.

Jugaba bien al poker Manuel.

Casi siempre nos ganaba. Al llegar a la casa ponía su escuadra en un librero, en la parte más alta, junto al techo y por más esfuerzos como yo hacia para recargarle las cubas dobles, nunca la olvidó como era mi secreto deseo.

—Manuel, ya deje de presumir sus armas. Cuando puede declara usted su condición de empistolado, ¿no se da cuenta?; si alguien lo quiere matar le va a meter cuatro tiros por la espalda. Sobre todo si ya lo saben; de frente usted se lleva uno o dos”.

Por desgracia esa advertencia se cumplió. Cuatro tiros por la cintura alta. Hay de periodistas a periodistas y de crímenes a crímenes.

Hoy ya parece una epidemia hablar de periodistas muertos. Yo hablaría de personas asesinadas, sean o no sean periodistas. Me parece una equivocación calificar como un acto antidemocrático (prefiero la dignidad humana por en cima de la vida democrática) un atentado contra un reportero y excluirlo de la gravedad de un país hundido en la violencia y el crimen.

A mi en lo personal no me importa si un hombre o una mujer asesinados son periodistas o venden focos o son saltimbanquis, meretrices o doctores en ciencias. Un  ser humano vale sólo por eso y su muerte es grave por tan sencilla condición.

Sesgar esto y convertirlo en un ataque el derecho social a la información y por consecuencia colocarlo como violatorio de los Derechos Humanos (sin considerar a la vida como el más importante de ellos), es ir  —según yo—, demasiado lejos, especialmente cuando muchos de los “periodistas” muertos han sido  falsos profesionales, “madrinas” encubiertas, “camellos” con credencial o simples profesionales del chantaje.

De todo hay.

Obviamente en esto no se debe exculpar ni culpar a nadie de antemano. Se deben investigar sus muertes, como todas las demás y se debe hallar y castigar legalmente a los culpables.

Si el Estado no lo hace en esos y los demás casos, entonces se debe protestar enérgicamente, si se quiere con mayor visibilidad y supervisión social, sobre todo de las infaltables y siempre interesadas ONG.s, pero resultaría muy conveniente suprimir esta mitología de canonizar a todo muerto sólo por haber estado en un periódico escribiendo nota roja, blanca o amarilla.

Hasta ahora no se han probado los cientos de casos en los cuales se dice como consecuencia simple: lo asesinó (o encubrió su asesinato) el gobierno por incómodo, valiente, incorruptible y demás.

Después resulta un vulgar asunto de drogas y vendedores, como les ocurrió a los escandalosos de TV Azteca con el ajuste de cuentas contra Paco Stanley.

Y hay más casos.

ARGENTINOS

Pues ahora se ponen de moda los argentinos. Primero los clarividentes técnicos en ciencia forense quienes moran tiempo ha entre nosotros para repetir la negativa sobre la cremación y desaparición de los 43 en Cocula y luego Su Santidad.

El Papa Francisco predica desde el dogma divino. Sus paisanos, desde el dogma. Nada más.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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