Muchas veces se ha dicho y sobredimensionado el mérito de las redes sociales en la moderna comunicación contemporánea. Si para algunos las redes son cháchara desinformada y maliciosa, para otros son ágora, púlpito, tribuna y tribunal; espacio crítico de amplia riqueza democrática, ojo implacable, voz insobornable, evidencia única de la opinión pública y publicada; testimonio, advertencia, tendencia, juicio exacto, palabra divina. Todo a un tiempo. Para mí son nada de eso, pero la opinión de este modesto redactor es ahora poco interesante y menos importante.
La esclavitud autoimpuesta y expuesta de las redes sociales (las personalidades omnipresentes en el Facebook y el twitter y todas las demás “aplicaciones”, son a veces hartantes) ya es una especie de cilicio para muchos; cencerro en el ruido de la manada para otros y distintivo de actualidad para la mayoría.
–No se puede vivir fuera de las redes sociales, es el nuevo dogma de los políticamente actuales y anhelantes.
Sin embargo y por encima de las preferencias personales y el establecimiento de compunción instantánea y superficial entre amigos y conocidos; familiares y cofrades, la mejor evidencia del riesgo de las redes es su condición de verdad inapelable cuando se convierten en tribunales expeditos de la circunstancia política o social.
El virtual anonimato y la posibilidad de decir cualquier cosa sin necesidad de reflexión, exposición o consecuencia, es un peligro constante.
En días recientes ha habido “tending topics” bastante vergonzosos por su falta de tino y su abusiva condición de tiro franco en contra de personas desprotegidas, así ellas mismas dispongan de legiones de seguidores quienes podrían actuar en su defensa.
En este sentido y como un paréntesis, una contabilidad reciente le otorga millones de seguidores a los muertos: Michael Jackson, por ejemplo. Y no se diga la cantidad de eslabonados en la cuenta tuitero y de Instagram y demás de Cristiano Ronaldo: más de 120 millones de ciber-asociados.
Dónde quedaría ahora aquella queja presuntuosa de John Lennon cuando afirmaba de los Beatles, entre orgulloso y sorprendido; ya somos más famosos que Jesucristo. En fin.
Pero volvamos a los asuntos de hogaño. Uno es el caso de Kate del Castillo y otro el de los animadores (presentadores, conductores o como se les quiera piadosamente llamar a esos merolicos) de la televisión matutina (la más ñoña, boba y mensa de toda la programación), Andrea Legarreta y Armando Araiza, quienes se han distinguido a lo largo de la vida por su tendencia a la superficialidad matutina o su proclividad para darle voz e imagen a cuanta estupidez aparezca por la cabeza de los productores de TV quienes son fecundos en ese campo.
Pero si los productores de TV son un horror, lo son más cuando se juntan con los publicistas del gobierno, quienes parten de la idea de una idiotez colectiva sobre la cual pueden cimentar el imperio de sus rollos interminables. Convertir los programas “de amas de casa” en espacios para la divulgación de rollos políticos y peor aún, económicos, es una de sus grandes aportaciones a la incomunicación.
Y no por grande la idea ha dejado de ser un fracaso. No convencen a nadie, se les nota la oreja a cada paso y sus propósitos naufragan en el mar de la obviedad descubierta.
Eso no se lo traga nadie. Y el linchamiento de estos dos pobres metidos a expertos en economía resultó patético. Sus explicaciones ya fueron peor: resultaron ridículos y dejaron un delito al descubierto.
Y en el caso de la señora Del Castillo pues el horror ha sido enorme. La han acusado de todo, la han zaherido y desprestigiado y la han sometido a un inapelable tribunal de cruel superficialidad.
–¿Y todo por qué?
Pues porque se puede, porque las redes son espacios de impunidad, no de libertad como dicen sus defensores a ultranza, los trolls y los anónimos. Por la velocidad para dispersar mentiras, insultos o exageraciones como virus por el ciberespacio, y por la triste facilidad de convertir en diosecillos a todos quienes tienen un teléfono inteligente y puedan lanzar mensajes sin ton ni son en cualquier sentido.
SAGARPA
Después de una brillante labor en la divulgación del sector agroindustrial, entre otras cosas, Abelardo Martín se retira de SAGARPA.
Su lugar en la coordinación de Comunicación Social (cuyo trabajo ha merecido hasta premios de periodismo), queda ahora en manos de un señor licenciado (como debe ser, dicen) cuya obra no dependerá del secretario José Calzada sino del Oficial Mayor.
Como se quiera ver una pérdida institucional y una victoria de la burocracia.