Con bien calculada precisión los adversarios políticos del presidente Enrique Peña Nieto, con la colaboración de algunos medios, detonaron desde el sábado pasado una bomba de alta capacidad destructiva.
No es un artefacto atómico, pero sí se le podría comparar con un explosivo “de racimo”: estalla en varias direcciones y mancha lo mismo a una fracción de la Iglesia Católica (la encabezada por Norberto Rivera, arzobispo de la Ciudad de México) como al propio Papa Bergoglio a quien muestran al menos, como indiferente ante un asunto injusto del cual debió haberse interesado, según quienes divulgan la información.
De acuerdo con los datos proporcionados a los periodistas, sobre los cuales ellos (así se hace siempre) montaron su propia indagatoria en un caso fomentado no por una “garganta profunda” sino por una “hostia profunda”, la nulidad del primero matrimonio de la señora Angélica Rivera, gracias a la cual pudo casarse en segunda nupcias con el viudo Enrique Peña Nieto en la catedral de Toluca, fue lograda mediante un montaje grosero en cuya confección un sacerdote fue puesto como “chivo expiatorio”.
La historia del padre José Luis Salinas, quien habría facilitado un matrimonio en medio de un mar de defectos e irregularidades, parece obtenida de un libro de Dan Brown. Los personajes ligados a la escabrosa trama (escabrosa de por uñí o por la forma como se ha presentado a los medios) van desde un Presidente, un Papa y un cardenal, hasta personajes del mundo de la televisión y el espectáculo y dejan en el fondo un sólo sabor: en este país todo se corrompe, hasta la iglesia.
Y esas revelaciones, de las cuales ya se habían publicado indicios casi inmediatamente después de la boda entre el actual presidente y la señora Rivera, en noviembre del 2010, meten en un mismo saco de maniobras y tejemanejes a la Iglesia, la televisión y El Vaticano.
El sacerdote sujeto a persecución por parte de la Mitra, José Luis Salinas, le envió una carta al Papa. La información no dice si el Santo Padre la recibió o no. Tampoco si la respondió o no. Tampoco si le importó o no.
“…Cuando mi estado de salud era más grave, y luego de un periodo de 25 días en estado de coma, que me tuvo al borde de la muerte, es que se apersonó un propio enviado por el tribunal de la Arquidiócesis de México, porfa entregarme hasta el mismo cuarto del hospital, un decreto de suspensiones (sic) que, por órdenes expresas del cardenal (Rivera Carrera) firmaban el presidente del tribunal y todos los jueces que lo conforman.
“La razón fundamental por la que se me suspendía en el ejercicio del ministerio, se apoyaba en la falsa acusación de haber celebrado un matrimonio sin las debidas licencias ni delegación alguna; matrimonio del que, por otra parte, la cónyuge ya había solicitado la anulación, con el deseo de quedar en libertad para celebrar nuevas nupcias con quien en ese momento era gobernador del estado de México, y además se perfilaba como el candidato más fuerte hacia la Presidencia y quien actualmente es, desde hace menos de un año, el Presidente de la República…”
La carta de un hombre desesperado y muy enfermo (moriría poco tiempo después) termina con una plegaria cuya respuesta, si la hay, nadie conoce:
“…lo hago con el corazón en la mano y m olvido por la enorme confianza en la misericordia que le distingue. Pongo confiadamente en su corazón de padre y pastor esa situación que me agobia.”
Las revelaciones (sesgadas o no) de este asunto sobre indebidas nulidades matrimoniales, mensajes, cartas, personajes de alta distinción, sacerdotes, curas y hombres de le Iglesia en cualquier jerarquía habrían sido notables y explosivas en cualquier momeen to, pero en estos días, cuando la visita papal está siendo vista como una especie de admonición esperada de Francisco hacia el gobierno de México, no pueden ser calificadas sino de altamente nocivas para la noción misma de laicidad republicana.
Sugieren la ablación de presiones gubernamentales para distorsionar procedimientos rituales de la iglesia en la impartición al menos de uno de los sacramentos: el matrimonio, base de la organización católica de la familia y la sociedad.
Un analista (cuyo nombre me reservo) me ha dicho: es —entre otras cosas—, la venganza de una parte de la iglesia asociada con la prensa más crítica, por el reconocimiento jurídico a los matrimonios entre homosexuales.
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