La enorme sabiduría acumulada durante siglois por la Iglesia Católica la convierte en un caso excepcional entre las religiones del mundo: ser a un tiempo representante de la espiritualidad de una fe llena de misterios y dogmas y por otra parte encarnación absoluta de un poder temporal con ramificaciones en la política, la educación, la salud y la obra social a lo largo y ancho del planeta.
Es la única religión asentada en un Estado (minúsculo, pero jurídicamente igual a cualquiera otro) con representación en los organismos internacionales. Teóricamente el Vaticano (o la Santa Sede) podría formar parte del Consejo de Seguridad de la ONU junto a las potencias atómica y económicas del mundo. El poder del Vaticano es enorme: se basa únicamente en su influencia en la menta y la conducta de miles de millones de personas en el mundo.
No tiene un solo cañón ni un barco ni un avión (el Papa vuela por Alitalia); nada, sólo el poder de la palabra y la fe.
Y eso no es poco. Ninguna religión tiene un Estado tras de sí. No existe ni en el Islam (el llamado “Estado Islámico”, no es tal) ni en el budismo, por decir algo, así el publicitario Dalai Lama se empeñe en arrebatarle el Tíbet al gobierno chino el cual jamás abandonará su territorio y les entregará Lasha así Brad Pitt haga pucheros.
Por eso a nadie le conviene la advertencia cervantina: topar con la Iglesia.
Y la Santa Madre extiende sus actividades a otros campos negocios, bancos, empresas inmobiliarias. Y en cada uno de sus pasos se advierte su dual condición.Por una parte la atención espiritual y por la otra el asiento firme en el mundo de los bienes temporales. Esa es su invencible circunstancia.
Sin embargo todo se asienta en la religiosidad, la cual esta determinada por la creencia. Y en ese sentido llama la atención el estudio presentado públicamente en días cercanos por el analista de asuntos religiosos, Elio Masferrer, quien advierte una baja en la aceptación y apego a la región católica, la cual, a pesar de todo, sigue siendo (al menos socialmente) la más practicada en México.
Hay datos muy elocuentes. Por ejemplo, en el año 1980 hubo dos millones de bautizaos. En el 2008; un millón 800 mil. Considerable merma. En el año 1980 el 80 por ciento de los matrimonios se realizaba frente al altar así fuera por tradición; no por convicción) mientras en el dos mil ocho nada más el 51 por ciento de los desposados lo hacia a orillas del presbiterio.
De acuerdo con algunos especialistas la irrupción de otras religiones “fabricadas” con la velocidad de la vida moderna, el falso espiritualismo de modas y búsquedas novedosas (cabalistas, “new age”, cienciólogos y demás; entre otras extravagancias con disfraz de trascendencia) han contribuido a la merma de la más extendida fe entre los mexicanos desde 1531, fecha de la “aparición” guadalupana.
Si n embargo a cualquier Estado le conviene la cercanía del Papa. Y al Obispo de Roma, también.
Cuando Luis Echeverría deliraba por el mundo en un afán de obsesiva megalomanía, fue al Vaticano y pidió el respaldo ético de Paulo VI para la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados, con la cual pretendía impulsarse hacia la secretaría general de las Naciones Unidas con la bandera el tercer Mundo en la otra mano.
En aquel tiempo México no tenía relaciones con la Santa Sede. La iglesia carecía de personalidad jurídica y las relaciones se daban casi en la oscuridad a través de un delegado apostólico. El favor prestado al presidente de México, tuvo cobranza en el siguiente régimen: José López Portillo recibió a Juan Pablo II (el primero se había muerto de muerte natural a pocas semanas de ascender al trono de Pedro) y las relaciones se reanudaron con enormes ventajas para la iglesia mexicana cuya paciencia quedó ampliamente satisfecha. Le dinero todo cuanto quiso y quiere más.
Hoy la Iglesia, a través de organismos paralelos como las organizaciones jesuitas de Derechos Humanos, presiona fuertemente al gobierno mexicano. Uno de los campos de su intervención es el caso Iguala. El nuncio ha ido a dar misa a Ayotzinapa y se ha insistido con vehemencia en la entrevista del papa con los familiares de los desaparecidos.
Cuando Francisco, el revolucionario pontífice cuyo discurso no alcanza para remover ni un miligramo del dogma eterno de la Iglesia, pero si para convocar simpatías, hable del caso, veremos si le otorga una salida al gobierno.
–¿Se va a convertir en juez implacable o en misericordioso hombre de conciliación nacional?
Esa pregunta nadie la puede responder por ahora. Pero muy pronto conoceremos el tamaño del favor y la dimensión de la factura. Pronto.