La palabra más socorrida en los tiempos recientes, por todo y para todo es seguridad. Ha llegado a resultar repugnante. Sirve, en verdad, para disimular la ineficiencia y la ineficacia al menos de algunas instituciones mayores y menores, como ya veremos.
Por seguridad –por ejemplo– los niños deben viajar en los asientos traseros de los autos; los conductores de vehículos no pueden marcar un teléfono y requieren atarse con cinturones del hombro a la cintura, excepto en los transportes públicos donde los “flecharrojazos” causan decenas de muertes cada año, pero a nadie se le ocurre hacer nada; por seguridad no podemos usar anteojos contra el sol dentro de un banco y por seguridad necesitamos identificaciones y gafetes hasta para ir al baño público.
Por seguridad necesitamos señas, contraseñas y santo y seña para abrir una computadora y el cajero automático nos cuida y nos dice, cubra usted el teclado y marque su NIP, el cual –por seguridad, obviamente—debe ser cambiado con cierta periodicidad. Por seguridad no ponemos nuestra dirección en las credenciales oficiales ni la cara de nuestro niñito en Facebook.
Por seguridad nos piden viajar con las ventanillas cerradas como si las balas se detuvieran ante la falta de una rendija por donde pasar. Pasos de seguridad les llaman a los “cebra” pintados en las esquinas. Y además pululan las compañías de seguros.
Las cámaras en las calles se llaman de seguridad y funcionan, además, en hoteles, estaciones del metro y restaurantes, sucursales bancarias, hospitales y hasta iglesias. Muchos ojos nos vigilan y en el extremo de todo esto se hallan las cárceles de alta seguridad cuyo solo nombre en los días actuales, de túneles y reinas del sur, resulta una risible broma involuntaria.
Sin embargo y a pesar de este mundo anhelante de seguridad, en abril del año pasado la señora Lucero Guadalupe Sánchez López, diputada del Partido Acción Nacional se fue a Alomoloya, se presentó en la puerta como Petra por su casa y con papeluchos insignificantes, pero de apantallamiento suficiente, embaucó a los custodios y penetró al aparentemente inexpugnable castillo de la rehabilitación social (juar, juar) y se dispuso al ameno palique con su amigo Don Joaquín Guzmán quien suspendió por un rato la supervisión del túnel más famoso del mundo.
–¿Quién podrá creer en la máxima seguridad un lugar al cual se puede ingresar con documentos falsos? A partir de eso cualquier otra cosa es creíble, ya no se necesita probar la complicidad en una fuga. Si todo el sistema es tan vulnerable como para no detectar entre lo real y lo irreal de los documentos de una visitante, las cosas están peor de lo imaginado.
O no; peor ya no puede ser.
Ya si después de Doña Lucero ser reunió a fines de año en Sinaloa, para cenar con “El Cholo” Iván o si hizo de su vida un papalote con él o con Joaquín o con quien es ella haya decidido es asunto menor. Lo mayor es el ridículo mayúsculo en el cual se ha metido al Partido Acción Nacional ahora sí, con toda seguridad.
Pero de aquí se deriva, con toda seguridad, el oportunismo político: la señora Margarita Zavala, quien hace campaña en favor de la reelección conyugal de su marido, el señor Felipe Calderón a quien el Chapo se le escabulló durante “seis años seis”, como dicen los carteles taurinos, ya se echa encima del partido y escupe al cielo para denunciar cómo los azules han sido invadidos por el narco y recomienda una disculpa a los militantes y a los ciudadanos, cuando el orden debería ser inverso por la presencia de la señora Lucero en las filas de ese probo y santo instituto político, honra y prez de la clase política derechista, católica y decente, como siempre se dijo. Ahora resulta, nadie sabe de dónde salió.
Obviamente se trata de golpear a Gustavo Madero quien ya vive en la lona de sus ambiciones (Chihuahua será su tumba) y ensanchar la brecha por donde quiere pasar con el disfraz de la ciudadana indignada.
Y el presidente el PAN, Ricardo Anaya, viendo cómo le tiran la tercera bola rápida y lo dejan con la carabina al hombro. Con toda seguridad.