El artículo de Mario Vargas Llosa publicado ayer en “Crónica” es como todos los suyos, claro, contundente y definitivo: el periodismo ha caído también en la órbita inevitable del espectáculo, de la frivolidad, de la ligereza.
El ejemplo usado por el Nobel para reflexionar de esta manera es la “entrevista” de Sean Penn con Joaquín Guzmán Loera cuyos defectos van mucho más allá de los evidentes. No se trata únicamente de una frustrada epopeya por sierras y barrancas para verse con el más perseguido (entonces) criminal de México, ni tampoco de un violín mal tocado por alguien ajeno al oficio de la in formación.
Se trata en todo caso de reflexionar si el periodismo es o no una disciplina formal cuya practica requiere algo más allá del entusiasmo o aventurero por encontrar a un hombre escondido.
Hay dos frases por las cuales todo periodista daría buena parte de su vida:
¡Paren máquinas!, como se gritaba cuando la noticia del siglo caía en las manos ya avanzado el tiro del diario y sólo se podía aprovechar con el freno de la rotativa y la sustitución de las matrices o placas y “…El doctor, Livingston, supongo…”, como dijo Stanley cuando muy cerca del Zambezi halló al misionero extraviado en Africa por cuyo destino el mundo entero (al menos el mundo lector de diarios) estaba en vilo.
Desde entonces el hallazgo de un hombre extraviado, oculto o deliberadamente escondido a los ojos de los medios ha sido una obsesión para los periodistas. Todo mundo quiso en Estados Unidos lograr una larga entrevista con Greta Garbo (después de la concedida a Mordaunt Hall en 1929) , por ejemplo, y en el mundo nuestro fue imposible hablar de frente con María Antonieta Pons oculta en Florida a las curiosidades del mundo.
H.G.Wells entrevistó a José Stalin en octubre de 1934 y su conversación generó cairinas mordaces de quienes las pedían externar, como por ejemplo Bernard Shaw quien le dijo:
“…Wells no estuvo ahí para aprender de Stalin sino para enseñarle algo a Stalin”.
“…Wells —relata en otra reseña J.M. Keynes—, (está) atléticamente consciente de la necesidad de ser cortés con su anfitrión, aunque este sea un gramófono…”
Muchas cosas más se han dicho de las conversaciones de Emil Ludwig con Benito Mussolini y gran estupor causó la entrevista de Corneluis Vanderbilt Jr., con Al Capone, si se quiere hablar de mafiosos, traficantes y asesinos.
En México se han publicado más sandeces por la reunión Scherzer- Zambada de las permisibles en un aun to de esta naturaleza. A fin de cuentas el periodista estuvo donde sus críticos jamás pudieron llegar e hizo tanto como ellos jamás lograron. Y eso también se puede decir de Penn y Guzmán, aun cuando los resultados sean pequeños en el primer caso y grotescos en el segundo.
El problema a veces es la sobrevaloración del género. Las entrevistas son en el mayor de los casos una pantomima. El periodista pregunta y el entrevistado responde como le gusta, como le conviene y el mayor acento crítico radica en la actitud personal de uno y otro. Toda entrevista es una justificación.
Capone mismo jugó con la prensa. Cuando lo entrevistaron para “The Times”, lejos de responder sobre una acusación de homicidio (habían asesinado al periodista Jack Lingle, presumiblemente metido en negocios sucios de tapadera mafiosa), Capone elogió al sistema americano de oportunidades capitalistas, casi de manera textual a como “The Times” describía las maravillas del sistema económico de libre mercado.
La entrevista jamás se publico porque el diario y sus editoriales resultaban idénticos en su pensamiento a las ideas del agudo gangster quien así se los sacudido elegantemente.
—La corrupción, dijo Capone en otra entrevista, campa por sus respetos en la vida americana de nuestros días. Es la ley allí donde no se obedece la otra ley. Esta minando este país… Y si no podemos ganarnos la vida con una profesión respetable, nos la ganamos de todos modos…”
Un poco la misma declaración del “Chapo” a Sean Penn. Sobrevivir en Badiraguato o en Chicago; sea como sea, a costa de cualquier cosa.
SUBASTA
Por premuras en el despegue del avión presidencial en Suiza, y lo imposible de proseguir la charla más tarde, Luis Videgaray no pudo o no quiso explicar cómo será el futuro sistema de subastas con el cual se ha querido controlar el especulativo mercado de dólares en detrimento del volumen de las reservas del Banco de México. La Comisión de Cambios requiere, realmente un ajuste, pero nadie sabe cómo ni cuánto.
La pregunta sería:
¿Cuánto se ha soltado al mercado en los últimos cinco años, y cuál ha sudo, en términos cambiarios, el resultado?
Es decir, sin las subastas ¿cómo estaría hoy el peso junto al dólar?