Quizá la pugna real en cuanto a la naturaleza la “Reforma Educativa” en México (la revisión de los méritos para formar parte del aparato gubernamental, pues la educación en tanto servicio público se realiza a través de una burocracia) tenga un lejanísimo antecedente en las dinastías chinas Sui y Tang (581-906) cuando la pertenencia a la administración se sometió a evaluaciones universales para desplazar, así, los “derechos” de clase o rango.
La clase favorecida en aquel tiempo era la de los “shih”, descendientes de nobles y aristócratas cuya formación cultural les daba de inmediato el pasaporte para desempeñarse en los asuntos públicos como escribas o secretarios
No valían por su “derecho de origen” sino por la instrucción lograda gracias a ese origen. Eran, por decirlo así, los “sindicalistas” de una élite, si se permite el paralelismo.
“Un primer intento de reforma –dice Peter Watson en su célebre “Ideas, historia intelectual de la humanidad”—buscó hacer que quien postulara a los funcionarios fuera legalmente responsable por el desempeño de sus candidatos, pero tal solución no funcionó y desde finales del siglo VI se comenzó a introducir un sistema de pruebas escritas y orales que sirvieran de complemento al sistema de recomendaciones.
“Pero poco a poco el sistema de exámenes fue ganando partidarios durante la época Tang, en detrimento de las alternativas de los aprendices y las nominaciones, y los emperadores Song los institucionalizaron formalmente. Los exámenes, denominados “Keju”, se celebraban cada tres años. La primera ronde tenía lugar a nivel de las prefecturas o “zhou”, y estaban abiertos a estudiantes prácticamente de cualquier formación…
“…Los investigadores modernos calculan que entre 20 y 80 mil estudiantes se presentaban a los exámenes; que rara vez los aprobaban más de diez por cien de ellos y que de hecho era frecuente que ni lo hiciera sino uno por cien: las pruebas eran realmente difíciles…”
No hay registro de si algunos de ellos realizaron mítines contra ese sistema de evaluación y comprobación de sus conocimientos. Mucho menos de si lanzaban carros de caballos contra sus propios compañeros o incendiaban edificios públicos en la desmesura de sus protestas cuando los rechazaban.
Llama la atención la lejanía en el tiempo.
Los chinos, cuya condición imperial es concomitante con su historia, hacían con normalidad la calificación de sus hombres públicos y la exigencia por la excelencia desde los principios de su cultura. En México tampoco resulta algo novedoso. Siempre ha sido igual.
Pero como la actual evaluación no pretende la calidad sino el control; nada más busca romper con los cacicazgos sindicales en cuya podrida estructura se dispensaban ascenso, permanencias, expulsiones, posiciones, privilegios, prebendas y demás. Pero en un país sin empleo, con la condición magisterial convertida en seguro de vida hereditario, la resistencia resulta infernal.
El sistema de control político reparto del dinero y administración del sistema educativa del gobierno (sindical) paralelo, es una circunstancia desafiante al aparato público inadmisible en los tiempos actuales.
La burocracia sindical anquilosada, ambiciosa y siempre orientada a la molicie y la comodidad, cavó su propia tumba cuando exigió más de lo debido, especialmente en la fracción rijosa y radical a las secciones de Chiapas, Michoacán, Guerrero y Oaxaca.
Pero simplemente no pudieron (ni podrán a fin de cuentas) impedir el paso de la nueva ola.
Desaparecerán (en tanto fuerza política) como muchas otras cosas, como el sindicalismo poderoso de otros tiempos, como se desvanecieron las poderosas centrales obreras, como se resolvió en la historia la “lucha de clases” con el triunfo definitivo de la burguesía y la transformación del proletariado en un marcado de consumidores. Se extinguirán como las luciérnagas o cierto tipo de arañas.
De esa manera el neo sistema garantiza el control del proceso educativo lo cual no significa necesariamente la mejoría de la instrucción pública ni la evolución de la cultura nacional, vacía y sin contenido ideológico desde la muerte de la Revolución, sino cuando mucho el control político de la base de la pirámide social y el cumplimiento de los estándares internacionales, excepto en la educación más calificada; la impartida por grupos privados –confesionales o no– los cuales nutren la mente globalizada de los cuadros gubernamentales quienes lo reconocen hasta con la “Medalla Belisario Domínguez”,
Por eso resulta altamente paradójico (y hasta ridículo) el discurso reivindicador de la defensa educativa, laica, gratuita y pública, en boca de quienes nunca pasaron por las aulas desconchadas para cuyo remozamiento se dota a la SEP de 50 mil millones de pesos en bonos e instrumentos bursátiles mientras se le libera de la engorrosa tarea de administrar a los “creadores” de cultura, pues difícilmente podría crear cultura.
Por eso, mientras se insiste en el primer paso de la toma del control por parte del gobierno de aquello cuyo dominio estaba en manos sindicales (las dóciles del SNTE y las indóciles de la CNTE), la Secretaría de Educación Pública –cuyo secretario despliega una anticipada e incesante labor de promisión personal en pos de una candidatura presidencial al parecer ya prometida para lograr la prolongación del segundo “priato” en la historia de México—, el aparato público se dispone a dividir las responsabilidades burocráticas del proceso educativo y la “administración “ de la cultura, para la cual dice carecer de tiempo en tanto deja de lado la cuestión central de la cultura: su creación y su defensa; su asimilación, no su administración oficinesca.
Pero el concepto de construcción cultural ha sido siempre esquivo y complejo. Para llegar a él se necesitaría, primero definir la cultura. Quizá el significado antropológico sea simple: el conjunto de la obra humana el fruto de las ideas, la transformación del mundo, la mente, la imaginación… la residencia del hombre, su entorno, su medicina y su alimento, en suma, su todo.
Sin embargo para la burocracia (y la política) la cultura es un espacio administrativo. Una gestión conveniente como parte de la oferta permanente, el pan y el circo, frente a la cual no siempre hay tiempo disponible.
Quizá por eso el 4 de diciembre Aurelio Nuño dijo estas frases inexplicables:
“(EU) …uno de los principales objetivos de la creación de la Secretaría de Cultura, es poner fin a la “trampa burocrática” en la que esta atrapada la cultura en México (¿?) al formar parte de una secretaría (la SEP), “que no tiene tiempo de atenderla (como si fuera una indígena parturienta a las puertas de una clínica pública) y un Consejo Nacional que “no tiene la fuerza política para atenderla como se merece”.
Hace muchos años José Vasconcelos trató (desde mi punto de vista erróneamente) de formular la creación cultural. Lo hizo cuando comenzó la distribución de sus famosos “libros verdes”. Dijo:
“… el primer paso para la elaboración de una cultura propia es traducir todo el acervo de la cultura contemporánea (el cual se elaboró a partir de cuáles traducciones, Don José)…”
Así pues entre la “elaboración de la cultura”, como si ésta no fuera la continuidad de una idiosincrasia y la complejidad burocrática del enorme paquidermo llamado SEP (atrofiado por hipertrofia; lleno de oficinas inútiles, especialmente en áreas de medios, y una enormidad de estructuras caducas; cuya gestión pedagógica y analítica se hace imposible si no la auxilian 15 mil policías para garantizar un simple examen de evaluación en Chiapas, Michoacán Oaxaca), el país recibe como presente navideño, a una nueva estructura burocrática cuya finalidad es lograr “fuerza política” (será por el manejo de los presupuestos y la dádiva controladora a los “cultos” y “cultillos”) para atender a Doña Cultura “como se merece”.
–¿y cómo y quién determina esos merecimientos, señor secretario?