No recuerdo exactamente si fue en el quinto o en el sexto informe del presidente Gustavo Díaz Ordaz. Debe haber sido el último.

El reportero primerizo llegó (precisamente por eso) a las ocho de la mañana a las inmediaciones de Donceles.

Los empleados del desaparecido Departamento del Distrito federal mojaban las calles, barrían y colocaban las vallas por donde horas después, arropado por la infinita pedacería de papeles tricolores, como un César de vuelta de las Galias, el Presidente con una fingida y dentuda sonrisa, recorrería los escasos metros entre el recinto legislativo y el Palacio Nacional, en medio de los gritos y el alborozo del pueblo.

¡Ah!, el infalible pueblo de los acarreados y los agradecidos. Todo por una torta y una botella de agua azucarada; todo por el gozo de un  día distinto con los bazos en la valla, la banderita en la mano, el mocoso en la espalda, el día de asueto.  Viva el septiembre de los héroes, vida el Informe, viva, viva…

Cerca de las nueve horas ya fue posible entrar al edificio.

El imponente salón de plenos, con sus artesonados como de repostería francesa, sus letras de oro, su “Muro de honor”, su alta tribuna (“Entre los individuos como entre las naciones, etc,etc. Don Benito), sus grandes lienzos con el águila plegada y la serpiente apenas visible en el pico filoso y sus alfombras verde olivo, su olor de barniz nuevo y pintura fresca, sus escalera de caoba para subir al atril de la patria, sus miles de focos en el gigantesco candil suspendido en el aire, su hermosa araña de luz (nada tan hermoso como disfrutar la araña) y sus aires de solemnidad contenida, todavía lograban sorprender. Uno era joven.

Las curules alineadas con geométrica maestría hubieran podido ser presentadas como una “instalación” de esas con las cuales el arte contemporáneo transforma cualquier cosa en conmoción estética. O eso dicen. Todas vacías, todas con sus filos de oro, con sus asientos de cuero y sus pequeñas mesas al frente como pupitres de elevada condición.

–¿Ya viste quien está ahí?, preguntó un compañero también desmañanado.

Quieto, silencioso y con la vista fija en el interminable muro de las banderas, con el sombrero de quien sabe cuántas “X” colocado sobre los muslos; cerrada a medio abdomen la chamarra de piel suavísima, color miel y corte antiguo, estaba Don Gonzalo N. Santos, “El alazán tostado” (nomás, cabrones). Por la orilla de la cremallera se miraba, indiscreta la esquina de una cacha. La escuadra de reglamento. La “pavorosa 45 de las crónicas policiales.

Temeroso el reportero saluda.

–Buenos días, joven.

–Don Gonzalo, llega usted temprano.

–A estas cosas uno debe llegar antes y salirse después. Luego hay mucho lío para caminar con calma. No me gustan las bolas ni los empujones.

–Para bola aquella ¿verdad, Don Gonzalo?

El viejo cacique no se inmuta ante la ineficaz broma.

–Oiga, señor, ¿es verdad que el reglamento de la Cámara prohíbe personas armadas en el recinto?

–Sí, señor. Así es.

–Pero usted viene armado, Don Gonzalo…

–¡Ah!, ¿eso?, pues sí, joven, pero yo soy yo.

–¿Y si lo quisieran desarmar?

–Pues a ver quién se atreve, joven.

Y esta historia viene a cuento por la reciente idea de alguien cuya ocurrencia no merece nada, ni siquiera repetir su nombre, ha tenido de permitir armas de fuego en los salones parlamentarios.

Por cierto, la última vez cuando una polémica en la tribuna se iba a resolver a balazos, fue cuando José María Martínez encañonó a Diego Fernández de Cevallos, pero esa historia se la cuento otro día.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

1 thought on “Pistolas en la casa de la ley”

  1. Buenas tardes. Don Rafa muy buen comentario. El presente es para ofrecer mis felicitaciones. Soy desde hace poco tiempo lector del cristalazo y lo veo con José Cárdenas . Noté en varios de sus artículos que cambia una letra por otra en sus artículos «pecata minuta» y fué otro de los motivos para comentar, pensè que es voluntario el error y así yo como otro seguidor nos nace el comunicarnos y yo me ofrezco ( no me cotorree con que usted caliente y espumoso) como lector y no como corrector. Un saludo y felicidades.

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