En el año 1933, cuando apenas tenía 22 años de edad, E.M.Cioran, escribió algo cuya densidad me lleva siempre a la incomprensible carga simbólica de la figura de los vampiros.
No se si el hecho mismo de haberlo creado en la ciudad de Sibiu, en Transilvania (residencia del célebre Vlad Tepes, Drácula), haya contribuido a la libre asociación de algunas ideas cuyo contenido quisiera después aplicar a la política y algunos otros aspectos de la vida, incluyendo las relaciones humanas.
“Has conocido el dolor, la vejez y la muerte, y has concluido que el placer es una ilusión, que los epicúreos, víctimas de esa ilusión –la mayor que existe–, no comprenden nada sobre la inestabilidad de las cosas. Entonces has huido del mundo, convencido del carácter efímero de la belleza y de todos los encantos de la vida. No volveré, dijiste, mientras no haya evitado el nacimiento, la vejez y la muerte”.
Vivir más allá de la muerte, superar la enfermedad, vencer al tiempo y la vejez es el anhelo de todos. Un anhelo imposible excepto si logramos un pacto con lo sobrenatural. Vivir muerto, como le sucede al vampiro cuya naturaleza transformada no le permite ver la luz del sol, pero le da capacidad para vivir en el mundo oscuro.
Pero más allá de estas ideas, el mundo vampírico (al cual hoy me refiero debido, obviamente, por la muerte de Germán Robles, dueño de nuestros miedos infantiles), necesita como forma de vida del sometimiento. Las relaciones destructivas, dependientes, obsesivas, son simbolizadas, como de ninguna a otra manera, por el extraño habitante de la noche cuya mezcla de erotismo y alimento, somete a la otra parte de la pareja al debilitamiento de la voluntad y finalmente a la muerte y la vida posible sólo si se sigue en la dependencia.
Pero eso es demasiado obvio. Hay otras formas de la dependencia; hay otras formas de “vampirismo” y una de ellas es el ejercicio del poder.
–¿No ha sido, por ejemplo, Fidel Castro un casi eterno vampiro cuya vitalidad depende de cómo ha succionado la voluntad de aquellos a quienes ha sometido?
Fue, durante muchos años el caso de Caeusescu en Rumania, donde mucho se sabe de estas cosas.
¿No “vampirizan” los líderes religiosos a sus seguidores, a sus ovejas y creyentes solo para sostenerse en un poder cuya finalidad es la vida eterna y los poderes del alma inmortal. Pueden ser las aguas lustrales o la sangre de la arteria en el cuello mordido, pero las cosas son así. En el mundo de los símbolos cabe casi todo.
Todo cabe en un misterio, sabiéndolo acomodar:
la actitud de los pueblos o, mejor dicho, las masas es notablemente proclive a este tipo de sometimiento. El grupo le otorga su sangre (como el pago de impuestos, las primicias, el diezmo, etc.) al hombre cuyo poder simboliza el Todo del Estado y éste a su vez se inmortaliza por sí mismo o por medio de una cofradía llamada “partido”; una especie de moderna hermandad sin catacumbas, ritos de iniciación con chivos sacrificados y ovejas degolladas.
Si Hobbes decía del hombre; es el lobo del hombre, la leyenda vampírica, las películas (quizá sin saberlo más allá de su anécdota entre asustadiza y divertida) nos dice: el poder es el Vampiro del hombre.
Por eso ahora, cuando veo ese viejo cartel dibujado quizá por Jorge Carreño en el cual los largos y blancos colmillos de Germán Robles se hunden en el cuello (alabastrino, se debe decir en memoria de Lara) de Ariadne Welter en la malísima pero inmortal película de Arturo Ripstein (los murciélagos volaban sujetos por alambres invisibles), solo puedo recordar el estremecimiento infantil en el viejo cine Majestic de la calle de Carpio cuando la colonia Santa María la Ribera todavía era un sitio agradable para vivir en paz y no necesitábamos a Bela Lugosi, pues Germán Robles colmaba nuestra necesidad de susto cinematográfico.
NERI
Se menciona el nombre de Porfirio Muñoz Ledo para recibir la medalla Eduardo Neri. Sería un acto de justicia a quien le devolvió a la Cámara de Diputados un papel olvidado. De su irrupción en el informe de Miguel de la Madrid a la formación de un bloque opositor cuya astucia dejó para siempre de lado la mayoría absoluta de “los absolutos”, han pasado muchos años, pero aun queda su capacidad de organización y su amplia visión política.