Cuando alguien discrepa de las afirmaciones de los “expertos” internacionales o la burocracia de las Naciones Unidas o la OEA en materia de Derechos Humanos, de inmediato recibe un calificativo: “…tiene el síndrome de Juan Escutia; se envuelve en la bandera”, forma un tanto boba de usar el imaginario nacionalismo para devaluar cualquier opinión. Eso me dijo Emilio Álvarez Icaza. No es para tanto.
En los tiempos de la corrección política y la corriente de la “nueva certificación” a la cual se somete a México (antes se le certificaban desde Washington sus esfuerzos contra el narcotráfico como condición para la ayuda financiera y el trato de “Nación más Favorecida”) hoy se amenaza con cuartos capítulos de una lista negra de violación sistemática e incorregible de los Derechos Humanos, pero las presiones ( y las razones) son las mismas.
Son los nuevos tiempos.
La exigencia de instituciones democráticas y la revisión con lente de aumento de los Derechos Humanos, fueron parte de los requisitos con los cuales México cayó en los muchos señuelos de la modernidad desde los tiempos del salinismo. Hoy estamos en esas condiciones frente a las cuales sólo queda jugar con inteligencia.
Y una de las críticas constantes de aquellos cuya patrocinada invitación no permite siquiera criticarlos a ellos (son perfectos, impolutos, limpios, puros y buenos) es la presencia del Ejército en las ciudades mexicanas, es la actuación del Ejército, es la capacidad de fuego del Ejército.
Antes de seguir aclaro mi relación con las Fuerzas Armadas, tal consta en dos documentos: una cartilla (liberada) del SMN, número 6662358. El otro, una licencia de Portación de Arma de Fuego, número 9741, la cual no siempre llevo conmigo. Sólo a veces. Carezco de intereses en conflicto.
En cuanto al Ejército, no importa su conducta, haga cuanto haga o deje de hacer es blanco de todas las censuras.
Si por el Fuero Militar, si por su indebida presencia en funciones policiales (las cuales no escogió, sino acató con disciplina y eficacia); si por repeler una agresión armada (Tlatlaya) o por no intervenir en un asunto en (malas) manos de la policía (Iguala). Todo está mal para los puros.
Y preocupa también la necesidad –cada vez más urgente– de abandonar su tradicional discreción y salir a su vez a los medios (signo de hartazgo) para rechazar acusaciones o pretensiones imposibles, como por ejemplo el fisgoneo de sus cuarteles.
Esto dijo el General Secretario Cienfuegos:
–«Ingresar a las instalaciones militares, a ver, ¿por qué?, la PGR hizo su investigación y no encontró ningún indicio mínimo de nuestra participación en algo ilegal.
“Lo hizo la propia Comisión de los Derechos Humanos y tampoco encontró nada. Acaba de dar su informe este grupo de expertos de la Comisión Interamericana y también dicen que no hay indicio de que el Ejército haya participado, ¿cuál es la razón o el pretexto de querer ingresar a los cuarteles indicó el general Cienfuegos.
–Ha habido pronunciamientos por parte de la CIDH, de este grupo de expertos independientes de pedir, solicitar, no sé cómo llamarle, que para integrar su trabajo los militares declaren que habían estado haciendo ese día, qué labores ¿qué dice usted?
–«Yo he estado en la posición de que no tienen por qué declarar los soldados. Primero porque no hay un señalamiento claro de algún involucramiento. Nosotros solamente respondemos a las autoridades ministeriales mexicanas.
“El convenio que hace el gobierno de la república con la comisión interamericana en ningún momento dice que pueden interrogar. No es posible, las leyes no lo permiten. No me queda claro ni puedo permitir que interroguen a mis soldados que no cometieron hasta ahorita ningún delito, ¿qué quieren saber?, ¿qué sabían los soldados? , esta todo declarado.
“Yo no puedo permitir que a los soldados los traten como criminales; que los quieran interrogar para posteriormente, hacer sentir que tienen algo que ver y no apoyarlos. Esa es mi posición y de ahí creo que no puedo ni debo salirme… “
Más clara ni el agua.