Magnificadas en su importancia y utilidad “democrática” especialmente desde la llamada “primavera árabe”, las redes sociales (tuiter, feisbuc, instagram, telegram, etc) se han coinvertido en el resumidero de rencores, fobias y notables vehículos de promoción y exhibición del odio.

Dos casos recientes en los cuales los gobernadores de Chihuahua y Veracruz han sido blanco de la ira casi anónima de los usuarios de estas redes, prueban la intensidad de la biliosa posibilidad de insultar y desear la muerte de cualquiera sin consecuencia de ninguna naturaleza.

Anteayer por la tarde los mensajes de repudio a César Duarte emitidos tras el accidente del helicóptero en el cual viajaba con su esposa y la conductora de TV, Lolita Ayala (incluyendo los comentarios a los periódicos), eran verdaderamente de horror.

“Se hubiera muerto esa rata, ojalá se hubieran muerto todos; bandidos; así se le debió haber caído el banco, ni el helicóptero resiste a Duarte, Duarte, por poco justicia divina; ¿le podríamos pedir a Duarte que le preste su helicóptero a AMLO. Urge; ¡Ay! Dios, ya te los hubieras llevado, aquí no hacen falta; mala hierba…; la gente de Chihuahua está de luto, etc.”

Ante la retahíla de comentarios de esa naturaleza uno se pregunta si en verdad las redes son mecanismos de comunicación o son simples conductos para desahogos primitivos.

Si los mensajes y comentarios adversos a Duarte son por decirlo de manera elegante, de mal gusto, ya ni siquiera vale la pena meterse a analizar los vertidos en contra del otro Duarte, el de Veracruz. De asesino, represor, enemigo de la prensa, y demás, no lo bajan los mensajeros del ciberespacio.

Ya vendrá algún ocioso sociólogo a meterse en una profunda investigación acerca del significado de tanta furia vomitada por las redes y nos pueda explicar los componentes de esta actitud, pero mientras tanto el festín del desollamiento no cesa.

La condena a lo dicho en las redes solamente se emite cuando (¡horror!) algunos notables del espectáculo apoyan al Partido verde en días de veda publicitaria, pero cuando se usan para expulsar diatribas, dicterios, juicios, deseos de muerte, insultos y demás, nadie les dice nada. Son reales expresiones “democráticas”, beneficios de la comunicación y logros mayúsculos de la tecnología.

HISTORIA

Alguna vez se dijo: la historia comienza con la escritura. Los vestigios en el tiempo ágrafo, son la prehistoria.

Pero el registro del tiempo se debe dar cuando se hayan concluido y evaluado los efectos de los hechos. La historia no la escriben los hombres; cuando más le toman dictado al tiempo.

Por eso es un poco exagerado cuando a cada cosa notable o a un episodio simple, dentro de una trama compleja, se le llama histórico, de la misma forma como a cualquier función de música se le llama concierto o a cualquier plática más o menos ilustrada se le dice conferencia magistral.

Ese afán de llamar histórico algo cuando más episódico, se ha visto en los días recientes cuando John Kerry acudió a La Habana y ahí cerca del monumento a Maceo, izó de nuevo la bandera de los Estados Unidos húmeda por la brisa del malecón cubano.

EL TIEMPO

Se pregunta el diario colombiano “El tiempo” (edición dominical citada por “Proceso”) de dónde sacaba dinero Mile Virginia Martín, asesinada en Narvarte, para viajar a España, Chile, Perú, Ecuador y Curazao, si no le conocía fuente regular de ingresos “ni oficio, ni beneficio”.

“…llama la atención (dice el diario bogotano) que los asesinos terminaran ensañándose con Mile –una indocumentada de bajo perfil–, si iban por el periodista y por una activista de derechos humanos, como se dice… fue sometida a abusos físicos y sexuales por sus asesinos quienes la estrangularon, le introdujeron ropa interior en su boca (y algo más por vía no idónea) y la remataron con un disparo de una pistola de 9.mm…”

Si usted quiere respuestas busque en cualquier parte, menos en las redes sociales. Ahí no va hallar nada.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

1 thought on “Las redes del odio”

  1. Entre los males de la democracia está que Aristófanes denueste a Sócrates. Quizá el principio más ético es ‘juzga como quieres que te juzguen’. Hay tan pobre recopilación de datos respecto a un hecho que cualquiera prefiere comprar una espada flamígera y convertirse en inquisidor sin medir las consecuencias. Mis respetos, maestro Cardona.

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