Durante los días recientes un zumbido insoportable recorre los medios. Todos murmuran, gritonean, algunos vociferan y otros simplemente hablan como si supieran. No son pocos quienes enjuician sin saber nada de nada, sin haber visto la realidad cara a cara (ya no digamos haber ejercido el oficio), sin haber vivido jamás en una redacción o haber dirigido un medio. Mucho menos haber estado en la posición de administrar información (y supervivencia) desde el poder público.
Obviamente esta concurrencia de opiniones, diagnósticos cuando el toro se ha pasado, fue originada por la interminable polémica sobre los méritos profesionales de Jacobo Zabludovsky sobre los cuales no agregaré ni un miligramo. Cuanto he opinado de él consta en actas, como dicen los abogados.
Pero para plantear un principio de entendimiento, si con alguien (además de los lectores de cuyo favor gozo) me debiera entender, planteo una premisa: el periodismo es un hecho intrínseca e inevitablemente político.
Sí, también cultural, también formalmente literario en algunos de sus mejores momentos si se quiere, pero básicamente, como vehículo de transmisión constante de ideas, como flujo de planteamientos críticos, es una actividad política. No busca el poder, pero sí su alianza, su protección, su patrocinio o su contrapeso. Y en algunos casos el poder sin su ejercicio desde un cargo. Otro poder.
Los periódicos (y aquí impongo una sinécdoque cuya brevedad engloba a los medios) son a un tiempo anuncio de formas de pensar, herramientas de divulgación, promoción de ideas, propaganda, publicidad y molde. Son escudos y bocinas. Defienden a quienes proponen tesis y permiten la intercomunicación entre los poderes actuantes.
Detrás de cada periódico siempre hay una fuerza política activa. Los medios son doctrina y altavoz. A veces dogma.
La libre circulación de las ideas representa una fuerza descomunal.
Por eso todos los sistemas políticos han necesitado su control y si no, al menos una mínima certeza de hacia donde se dirigen y cuáles son los intereses impulsores, propulsores y cuáles son sus objetivos. La idea romántica de medios absolutamente puros, es tan simplona y pueril como la inocencia de la “sociedad civil”.
Todos los sistemas tienen formas de propiedad y control de los medios. Todas las corrientes políticas y todas las formas de poder disponen de medios a su servicio. Ya sea el poder político, el religioso o el empresarial, financiero o deportivo. Todos tienen voces y voceros. Y la disidencia obedece en sí misma a otro poder, el antagónico o anti sistémico.
Algunos dirían, el mercado es el mejor control, lo cual es falso. Los medios viven de subsidios disfrazados de publicidad, nunca de su sola circulación o audiencia.
En todo caso la ideología ( o los intereses de sus propietarios y su defensa) son las formas de control de algunos medios. Los requisitos de operación, ya sean concesiones federales, como en los casos de la radio y la TV, son a su vez el inicio de controles posteriores.
Concesiones renovables, formas de abatir o estimular la competencia, acceso a los satélites, facilidades de operación, etc. Todo puede traducirse en una forma velada de la censura o la clausura, según el grado de civilidad y modernidad de un sistema.
En esas condiciones es necesario comprender la naturaleza de los medios. Y al margen de todo esto, las redes sociales, cuya seriedad aun esta por verse.
Dice Umberto Eco en su reciente novela (“Número cero”) una perogrullada de aquellas, pero Pero Grullo no mentía. Cuando mucho repetida cosas tan obvias como para quedar inadvertidas frente a los ojos de los ignorantes:
“Las noticias no hacen a los periódicos, los periódicos hacen a las noticias”.
La única diferencia es la calidad. En algunos sistemas se hace bien; en otros se hace mal. Algunos dejan ver los controles, otros son sigilosos, sublimes, delicados, atentos.
Pero todos pasan por una aduana. El problema no es el bloqueo de la verdad; el problema es el choque de los intereses.