Caballeroso un doctor se acerca a este columnista. Lo aborda con educada cortesía (seguro preludio de discordia, como suele ocurrir con cierta frecuencia) y le dice:

–¿Cómo vio?

–¿Cómo vi qué?, le repregunto.

–Las elecciones. ¿Usted entiende cómo fue posible que con tanto descontento social el PRI haya ganado lo que ganó, que se haya quedado con la Cámara de Diputados?. Es el colmo. La verdad no entiendo.

–Bueno, una explicación  podría estar en los malos cálculos sobre el descontento social, ¿no lo cree? ¿Estamos hablando en realidad de una convicción arraigada en  los ciudadanos o hablamos de las opiniones de un centenar de profesionales de la verborrea (interesadas y adobadas de heroísmo para ocultar su terrible superficialidad); periodistas interesados, intelectuales patrocinados, enemigos del régimen, adversarios políticos, “oenegés” con agenda fija y demás?

“Quizá sea –le digo—la divergencia entre esos dos hechos descritos alguna vez de manera brillante por Felipe González cuando era una de las más altas inteligencias políticas de su tiempo: una cosa es la opinión pública y otra la opinión publicada. Una cosa sería la interpretación del pensamiento social y la otra la adjudicación de ese pensamiento universal como la explicación de las propias profecías en busca de auto cumplimiento”.

El caballero comienza a sacar las uñas como gato en un rincón:

–“Bueno, eso piensa usted pero…”

–No señor, le digo. Eso no lo pienso yo, eso lo piensan quienes pusieron al PRI y a sus aliados en la mayoría de la Cámara. Y le voy a decir un  secreto; yo ni siquiera tuve tiempo de ir a votar. No fui un “anulista”,  fui un ausente.”

–Pero la gente  (¿quién y por qué habla en nombre de “la gente”, ese colectivo siempre amorfo, indefinible e ilocalizable?) está harta de la corrupción, del mal gobierno, por eso votaron por “El bronco”, insiste mi casual interlocutor quien antes de irse celebra esta:

–Oiga, pues si “El bronco” significa el fin de la corrupción en este pamo se va a portar.»eimnte, de una vez… pero nunca lo he vistyo en em,po de eir a votar. No fue un nulom fui un ausente.»ís,  traigan otros veinte, de una vez… y manden alguno de ellos a la FIFA, pero yo nunca lo he visto en acción. No se cómo se va a portar.”

Más tarde leo a Armando Bartra cuyo análisis

de las recientes elecciones queda sintetizado en este “lead” de la entrevista de Judith Amador en la revista “Proceso”:

“El voto nulo y la abstención en las recientes elecciones no representaron desaprobación o castigo para el gobierno de Enrique Peña Nieto y su partido el Revolucionario Institucional (PRI); por el contrario, jugaron un papel en su consolidación como mayoría en la Cámara de Diputados, aliado con el Partido Verde Ecologista, al cual protegió deliberadamente con ese fin.”

“A decir de Bartra –publica la citada revista–, no hay ahí una aprobación  (en el voto de respaldo al PRI) sino por un lado el voto cautivo o duro (liberado y reblandecido cuando perdieron dos elecciones presidenciales consecutivas, digo yo) , y por el otro “un descontento pasivo abstinente”, esto es que la gente suele expresar en las encuestas aleatorias o en opiniones, su descontento con las políticas de gobierno, pero no significa que participe activamente en la vida política y social del país”.

Lo anterior me parece una generalización aventurada. Votar es una forma de participar y si los índices de abstención no fueron tan grandes como en otros periodos similares, eso implica una mínima forma de estar presente en los fenómenos sociales y políticos.

Sin embargo Bartra insiste en la citada entrevista en el papel de los nulos electorales y los abstinentes.

“Si esa franja que se abstuvo y que sin embargo está descontenta (pero no tanto como para castigar directamente, sino con el disimulo o la hueva) no lo hubiera hecho, se habría podido impedir que el PRI se quedara con la mayoría.”

Claro,  y si mi tía tuviera ruedas…

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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