Muchas son las cosas imposibles en México y una de ellas es la solución definitiva del transporte.
No sólo de personas, también de mercancías, no nada más en la ciudad sino además en las carreteras, pero por ahora y a la sombra de los problemas del lunes pasado cuando las turbas políticas asfixiaron el centro con manifestaciones de “ruleteros” (¿hace cuánto no se les dice así?) en protesta por la “invasión” de sus fuentes de trabajo, como si muchos de quienes bloquearon las calles con su queja, no fueran, de origen, piratas respaldados por el Partido de la Revolución Democrática o ahora Morena.
Sensata la queja del jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, pero un tanto tardía: la politización del taxi es un hecho tradicional en esta ciudad.
Mucha de la merma en la fuerza del PRI en el DF fue la desbandada de las coaliciones de taxistas y su abandono de las filas de la CNOP para militar donde las placas de auto de alquiler fueran más accesible botín corporativo, cuota de campaña, mecanismo controlador de grupos y votantes.
En ese complejo mundo, la prestación de servicio de transporte de pasajeros sin ruta fija, en todo el mundo llamado “taxi”, nos lleva a terrenos donde el absurdo y la corrupción se han dado la mano durante años y años. Así surgieron, entre otros, los temibles «Pantera».
Aquí hay taxis rojos con oro, rosa mexicano; con placas de lámina o facsímiles de papel enmicado, “tolerados” y regularizados. Pero no hay un servicio digno, excepto el del Viber y ante su arribo al mercado, los “tradicionales” de la componenda, quienes han hecho ricos a tantos secretarios de Vialidad y Transporte Urbano, quienes han engordado las mafias de flotilleros y choferes coludidos con delincuentes, se tiran de los pelos y se manifiestan de la peor manera: con el bloqueo típico de la izquierda bloqueadora.
“Bloqueo, luego existo”, dicen estos modernos Cartesios del banderazo simbólico.
Es la botica de las ambiciones sobre ruedas, el anuncio de placas al mejor postor en las páginas de los diarios de ocasión, el disimulo, la prestación de servicio por parte de privados con hambre, muy serios señores abogados cuyo automóvil se paga con las dejadas en la colonia o el barrio; entre amigos, con conocidos. Deja más la “chofereada” y menos la expectativa de convertirse en burocrático abogado por 7 o 10 mil pesos mensuales en ínfimo despacho.
Un tiempo hubo en el cual la autoridad metió su dedito en la boca de los crédulos ciudadanos y creó el Instituto del Taxi, una patraña más de la Revolución Democrática para lucrar con el servicio.
Hoy duden los taxistas contras Uber y demás oportunidades de alquiler: nosotros pintamos los autos, vamos a la revista (la pasen o no; lo mismo da), pagamos cuotas, pagamos placas, movilizamos unidades para las campañas, nos ponemos “amarillos” y ellos nos compiten con deslealtad. No lo permitiremos.
CROMÁTICA
La obligación de pintar los automóviles de un color o con un diseño propio de cada sexenio, se llama “cromática”.
–¿Cuál es la “cromática” de los taxis usados en las protestas?, es “Morena”.
ACTIVIDADES
Pero no sólo la lógica queda atropellada en cuanto al servicio de taxis.
En la publicidad exterior, como se llama a los anuncios enormes sobre azoteas y postes en excesiva proliferación por toda la ciudad, se ha puesto la mano dura (¡Ajá!) y para ocultar un anuncio irregular, se le pone encima ¡otro anuncio!, con aspiraciones de clausura.
Suspensión de actividades, dicen las enormes letras rojas sobre los censurados espectaculares, por ejemplo, del Viaducto Miguel Alemán.
Y uno se pregunta ¿los anuncios desarrollan actividades? Si actividad es movimiento, acción, dinamismo, ¿cómo se puede suspender la actividad de algo cuya naturaleza inmóvil no se lo permite? Misterios de la burocracia cuya amistad con el lenguaje no parece existir.
Con la lógica, ni hablamos.