Posiblemente ninguna frase le haya causado más daño a López Obrador y al mismo tiempo haya explicado mejor una concepción política como aquella de “Al diablo con SUS instituciones”.
Nunca dijo, es verdad, al diablo con LAS instituciones. Pero el enunciado real revela una forma de pensar y hacer política. Más allá del “cesarismo”, el monárquico afán de personalizar al Estado (la institución verdadera soy yo, árbitro y ejecutor) o el velado intento de sustituir a las instituciones de los otros por las propias, Andrés Manuel mostró cómo se pueden crear segundos pisos sobre el edificio político establecido.
La historia la conocemos todos. Clara Brugada fue impedida por el Tribunal Electoral para participar por el PRD como candidata al gobierno delegacional de Iztapalapa y AMLO echó mano de un oscuro y pintoresco personaje (Rafael Acosta, de mote “Juanito”) propuesto por el PT.
Instruyó a los fieles a entregarle voto y cargo y públicamente lo comprometió a renunciar en favor de Clara (cosa cuya cumplimiento se realizó no sin tironeos) a quien –con la fuerza del jefe de Gobierno, en ese tiempo Marcelo Ebrard,–, la Asamblea de la ciudad le entregaría el cargo.
La vuelta del carrusel haría a Clara delegada por encima de la opinión del tribunal. Y así fue.
Una proeza política, dijeron algunos como Ignacio Marván, politólogo del CIDE.
Una muestra de cómo es posible saltar las reglas sin violarlas, opinamos otros. Y también una demostración de cómo se puede mandar al demonio las instituciones “de otros”; es decir, las de todos cuando su funcionamiento no me favorece, y “truquearlas” hasta hacerlas propias, en beneficio de una causa política o personal.
Pero esa maniobra, de enorme creatividad y audacia (se debe reconocer casi como la habilidad de Maradona para llamar en su auxilio a la mano divina) no contó con la complicidad de una autoridad electoral suprema; es más se hizo desde una fuerza política en contra de un fallo judicial.
Pero en el caso actual, el registro de Marcelo Ebrard como candidato a diputado suplente (cuyo análisis intentaremos después) la habilidad política para escabullirse de los tentáculos del tribunal proviene de un arreglo con el Instituto Nacional Electoral no de la astucia partidaria de un político zorruno y cazurro como Andrés Manuel.
Marcelo Ebrard fue inicialmente impedido para registrarse como candidato a diputado por el Movimiento Ciudadano por una simpleza procesal. Había jugado con dobles cartas porque inicialmente militaba en el Partido de la Revolución Democrática y su renuncia no fue presentada “en tiempo y forma”, como se supone debió hacerlo.
Como es lógico Ebrard se inconformó y aludió a la vigencia de sus derechos políticos y señaló su caso como una persecución desde Los Pinos. El vengativo despojo –según él—probaba la intolerancia del régimen, el regreso del autoritarismo priista, el dinosaurismo intransigente y todo cuanto usted (o él) quiera agregar.
Mientras se preparaba la maniobra, se marchó a París, pues como se dice en aquella célebre película por todos recordada, “…siempre tendremos París…”, cuya maravilla bien vale muchas misas.
Pero dejó una bomba debajo del escritorio: su amenaza de llevar su caso (como ahora, por otras razones, hace el Partido Verde) a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (OEA), tal en su tiempo hizo Jorge Castañeda cuando se frenaba su derecho de ser candidato independiente. Y si bien las historias son distintas, hay algo en común en ambas: el pavor del gobierno mexicano ante las intervenciones de la dicha comisión. Pero ese es otro tema.
Así pues Marcelo recibió un dictamen favorable por parte del INE: no se puede registrar como candidato a diputado, pero puede como diputado suplente, lo cual supera los límites de la burla.
No quisiera cometer el sacrilegio de atribuir a estos detalles escapistas tan alto mérito como la enseñanza “shakespiriana” expresada en la cobranza de la carne y el respeto a la sangre de Antonio a quien Shylock (el rico judío cuya imagen nos persigue hasta ahora), le reclamaba como interés adicional por un pagaré firmado, una libra de su carne, pero sobre lo cual el astuto juez Porcia, halló la salvación del deudor: tomar la carne, sin tocar la sangre. Compararlo así, sería demasiado.
Pero el caso es simple: las decisión del Instituto Electoral se contrapone en esencia jurídica a la decisión del tribunal y se sostiene firme nada más en la inexistencia (hasta ahora cuando escribo) de una queja –en el mismo tribunal–, en contra de tal registro.
La segunda querella, por las razones invocadas por el propio afectado, quizá no prospere, como en el primer caso ocurrió a instancias del Partido Verde, cuyo papel de víctima del mismo Instituto ya le daría otra categoría a la nueva denuncia.
Por lo pronto el candidato René Cervera, cuyo trabajo en la fundación promotora de la candidatura de Marcelo Ebrard, “Equidad y progreso” fue un desastre de mala hechura y actual aspirante a la propiedad de la curul en cuestión, se ha prestado al triste papel.
Lo harán renunciar para darle espacio a quien ha sido su jefe y protector durante mucho tiempo.
En síntesis nos queda algo muy claro a todos: la disparidad de criterios entre lo jurídico y lo político le da una vez más preeminencia lo segundo por encima de lo primero. Es decir, el acomodo de la ley de acuerdo con la conveniencia coyuntural de las cosas, lo cual es lo opuesto al funcionamiento institucional de la vida pública.
Las instituciones, por eso se habla de su firmeza y solidez, están hechas para sobreponerse a las coyunturas por urgentes como estas sea, por acuciantes como resulten las circunstancias. Esa es la solidez del aparato público.
Cuando eso se pierde, por salir del paso, evitar una presión o ceder a ella, se pierde lo básico: el avance colectivo.
Si este caso está cerrado o no, lo veremos más adelante. Pero la vergüenza de la decisión del INE al contraponerse con el “alto” tribunal, ya queda para el registro y la memoria como también quedan, para después, las muestras de audacia, astucia y habilidad de quienes tuercen las cosas y salvan la sangre pero toman la carne.
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Le preguntan a Manlio Fabio Beltrones sobre su futuro y sobre el Partido Revolucionario Institucional. Veamos:
–“Soy un hombre de trabajo pero no de obsesiones.
“De tal manera que si alguien me hace una pregunta merece una respuesta, y yo soy un militante del PRI de muchos años, y esa militancia me da derecho a decir que no hay ningún militante –que se respete– de cualquier partido político, que no desearía ser el presidente de ese partido.
“En ese caso me encuentro yo, pero sin obsesiones, creo que con méritos suficientes, pero se que la vida como la política habrá de decir cuál es mi destino.
“Lo que sí estoy seguro que no va suceder, es que deje de hacer política”.
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Oportuna la frase del jefe del gobierno de la CDMX: se debe distinguir entre el interés político y el interés público.
–Yo trabajo por lo segundo.