La abundancia mineral de México es parte de su infinita y desaprovechada riqueza y también motivo de sus gigantescas desgracias. Ya se hable de metales, minerales o petróleo. Si el suelo es ópimo, el subsuelo es ubérrimo, pero el país es pobre.
“En piso de metal vives al día, de milagro, como la lotería…” dijo el gran Ramón.
La extracción de minerales condujo a los colonizadores al expolio fecundo y dejó en la patria mexicana, cuando mucho, una empobrecida masa de obreros del socavón. Esas condiciones no han variado en cinco siglos.
Hoy los mexicanos seguimos siendo tierra de conquista y basta revisar los datos del reportaje de Alejandro Sánchez en Crónica, para sentir unas enormes ganas de salir corriendo o hundirse en una profunda tristeza como cuando se muere la madre o una tía cercana y comprensiva: de acuerdo con datos del Coordinador General de Minería de la Secretaría de Economía (en algún tiempo hubo un ministerio de Energía, Minas e Industria Paraestatal), doscientas empresas canadienses sacan riqueza de la tierra mexicana a cambio de nuestra subyugada actitud de agradecerles sus inversiones.
¿No podemos nosotros invertir en nuestro suelo, obtener su riqueza y aprovechar su comercialización? Por lo visto no. Y cuando lo hacemos generamos una casta depredadora como la de Larrea y Bailleres, cuyas malas prácticas industriales contaminan ríos y suelos sin nadie para ponerle remedio.
Los canadienses, sin necesidad de mayor escandalera, han logrado su cometido: ir al traspatio de los estadunidenses y obtener riquezas enormes. Es tan grande el volumen de su ganancia como para ni siquiera hacer del robo de una tonelada de oro un asunto de queja o reclamación oficial. Tampoco consideran el hurto como obstáculo para sus futuras operaciones, ni alteran por esa minucia el volumen de sus estimaciones.
Todo se quedó en la anécdota y Mc Ewing Mining la empresa operadora de la mina de oro, seguirá disfrutando su dorado negocio. Gajes del oficio, dirán mientras indagan si todo fue obra de la delincuencia organizada o de los desleales de dentro, coludidos con las bandas de Badiraguato.
Pero más allá de este incidente llama la atención un dato hasta hace poco tiempo desestimado: los cárteles de la droga se han extendido a la actividad minera mediante el viejo método de la venta de protección o el llamado “derecho de piso y de paso”.
AVESTRUZ Y BURRO BLANCO
El Instituto Politécnico Nacional tiene, jurídicamente, la misma importancia del jardín de niños Maestra Rosaura Zapata de Motozintla, Chiapas (si este existe). Simplemente es una escuela más del sistema educativo operado por la Secretaría de Educación Pública.
Ese instituto es una muestra de la incongruencia de la burocracia nacional y los usos de ésta. Para paliar un problema político, el secretario Emilio Chuayffet ha cedido la autoridad institucional con la mano en la cintura, mientras otros lo hacen desde Bucareli con la mano en la cartera.
En los meses recientes la SEP se ha convertido en la “Secretaría de Cesión Pública”: los engallados activistas del asambleísmo perpetuo en el IPN, han echado abajo no sólo a la Directora General (con el pretexto de un reglamento inconveniente a sus intereses) sino a ¡treinta directores! de otras tantas escuelas del instituto.
Si las cosas siguen así los autogestivos politécnicos pronto van a decidir quien será el próximo secretario de Educación. Poco les falta. Chuayffet –como avestruz–, sigue “el camino de Gabino”; sí a todo.