Fuera del previsto ajuste en el gabinete presidencial, por cierto incumplido hasta ahora, quizá por no haber sido anunciado sino especulado, el Presidente Enrique Peña ha sustituido a su coordinador de Comunicación Social, el veterano David López. La cercanía de este hombre con el Presidente hace difícil  comprender el cambio, especialmente para los ajenos.

Dentro de la esfera política, se sabía desde tiempo atrás el conflicto interno: Eduardo Sánchez –el sucesor–, empujado por Aurelio Nuño, intervenía y distorsionaba el trabajo ajeno. La situación se resolvió por el camino político: López a la Cámara de Diputados y Sánchez a consolidad una forma “moderna” de comunicar.

–¿Por qué no se tomó la decisión  contraria? Eso no lo sabe nadie, ni quienes dicen conocer los motivos del Presidente. Se hizo así y punto. ¿Cambiarán las cosas? No lo creo.

El problema de la Comunicación Social (esa denominación proveniente desde el Concilio Vaticano II) consiste en algo muy simple: cómo resolver el conflicto del choque de naturalezas. Es decir, la finalidad del poder es el afianzamiento, la actitud de la sociedad es criticar al poder.

Para afianzarse el poder necesita convicción y convencimiento. Certeza y confianza, diría alguien. Si no los tiene o los impone o los compra. Compra apariencias, no conciencias.

Al ciudadano nada más le queda evaluar aceptar, aplaudir (cada vez menos) o censurar, criticar y en algunos casos descreer y desconfiar, como al parecer sucede ahora mismo.

Con todo y eso los hombres del país (y mujeres, como si no hubiera otra formas de decirlo, especialmente en tan femenina ocasión), necesitamos explicaciones y claridad. Esa sería la naturaleza de la comunicación: ofrecer elementos de comprensión y consecuente respaldo.

Pero en el afán de la consolidación del poder y la satisfacción de la vanidad ejecutiva (en este y cualquier lugar del mundo) el sistema prefiere la propaganda, la inducción, la promoción, en lugar de la comunicación.

Es decir, la transmisión de información en lugar de la comunión de ideas.

Para lograr esa finalidad el gobierno tiene varias cosas, entre ellas dinero. Mucho dinero para comprar especio en los medios y divulgar la obra bienhechora. Por eso la relación es con los medios, no con los ciudadanos, de la misma forma como la democracia representativa representa a los partidos y no a los individuos.

Sin embargo estanos lejos de un verdadero proyecto capaz de separar las obligaciones de la propaganda o la mercadotecnia de la imagen justificada del Presidente.

La profusión de oficinas de Comunicación Social en todas las secretarías y dependencias ha construido una especie de secretaría invisible donde se hacen las funciones reservadas en otros lugares del mundo a los Ministerios de Información, nacidos para promover y controlar; administrar, no convencer o para informar.

Vendedores de espejitos, les decía Manuel Buendía a los jefes de prensa promotores de famas efímeras e ilusiones casi siempre incumplidas. Y él manejó varias oficinas de medios.

El gobierno tiene medios, canales, sistemas de TV pública, lánguidas radiodifusoras y oxidados proyectos burocráticos, pero el intento sacralizador y la publicidad, sustituyen a la descripción comprensible de los hechos.

Se ha querido en todo este binomio insuficiente exhibir la paz democrática de la libre información: los medios hacen cuanto les conviene económicamente; el gobierno dice lo conveniente para sus fines, pero nadie entiende nada.

Cuando más tenemos el respeto a la estridencia; los memes, los tuits, los spots, el barullo.

Pero nos falta la comprensión.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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