Hoy se celebra (cada quien lo hará a su modo) el Día de la Bandera.
Por una paradoja de nuestra nacionalidad, el pendón patrio se concibió el Iguala, lugar cuya sola pronunciación nos invita a mirar el oro mal habido de los Abarca, fotografiados dentro de una bóveda de áureas cadenas en el centro joyero de su propiedad, allá donde antes sólo esplendían los tamarindos y hoy se invocan las cenizas cercanas de los estudiantes pulverizados.
Pero para los mexicanos hay oros de otra naturaleza en los cuales se reflejan dichosos los brillos de la enseña nacional: los suaves contornos dorados del Oscar, cuya codiciada condición consagratoria en la industria del cine, acompaña desde hace unos días a dos artistas mexicanos, el fotógrafo Emanuel Lubesky y el director Alejandro González Iñárritu quien pronuncia un brevísimo discurso de contenido político tan inteligente como discreto.
Al parecer la media altura de la bandera o el esplendor de toda su anchura y amplitud, se expresa en las diversas formas de protestar; pero la constante en muchos ámbitos nacionales, es la queja, cuando no la estridencia para manifestarla. Veamos.
Ha dicho “El negro”:
Este premio es muy importante para México. Ruego para que encontremos el gobierno que merecemos y no tengan que venir, y que aquí (los mexicanos, en EU, cuando lleguen) puedan ser tratados con el mismo respeto y dignidad de quienes vinieron hace tiempo para poder hacer un país de inmigrantes como éste.
Obviamente Jorge Bustamante, el gran especialista en temas migratorios, no lo diría igual, pero la síntesis es muy simple: la migración puede ser vista como un efecto natural, pero también como una consecuencia natural.
Por años los mexicanos se han sentido desplazados, expulsados de este país, así como los otros Centroamericanos cuya fuga es preferible a veces sobre las precarias condiciones de una vida violenta y miserable.
Y si González Iñárritu habla de su ruego o su plegaria para lograr un gobierno merecido en la tierra prometida, implícitamente le niega esa condición meritoria al presente régimen.
No importa mucho, entonces, la cortesía del Presidente Enrique peña quien a través de su cuenta de “tuiter” le expresa sus parabienes al prestigiado cineasta:
“Alejandro González Iñárritu, qué merecido reconocimiento a tu trabajo, entrega y talento. ¡Felicidades, México lo celebra contigo!”
Pero hay otras cosas en México de las cuales ocuparse, no solo los festejos del arte cinematográfico de los Estados Unidos, pues más allá de la nacionalidad de los autores, la celebración se inscribe en otra industria, otra cultura y otro país, como lo demostró la
la señora Charyl Boon Isaacs, presidenta de la Academia, en su discurso de enorme contenido local y el encendido ardor de su defensa de la libertad de expresión.
Pero aquí la libertad de expresión la manifiestan los señores de “Mexicanos primero” (otros mexicanos no avecindados en Hollywood) quienes le exigen al gobierno la anulación de todos los acuerdos con la disidente, violenta y delictiva Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (esos calificativos son cosa del redactor), pues los consideran violatorios no solo del espíritu de la Reforma Educativa, tan necesaria como frágil y parcial, sino del derecho mismo de los niños y jóvenes necesitados de aulas de calidad y todo lo demás.
“Esperamos –le dicen a Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de Gobernación–, que usted atienda esta petición que busca dar voz a los niños y jóvenes que permanente se ven afectados en su derecho humano a la educación.”
Cada quien iza o deja a medias la bandera de su desconsuelo.