Dice Roger Bartra en una cita del filósofo Byung-Chul-Han: la saturación furibunda e irreflexiva de los mensajes distribuidos sin ton ni son (esto último lo pongo yo) por las redes sociales, el zumbón bisbiseo de la planetaria colmena cibernética de “memes, tags y hashes”, es una situación definida casi escatológicamente como una (perfecta) tormenta de mierda (shitstorm).

La expresión es muy antigua, en verdad. Solo faltaba colocarla en la moderna red cuya ubicua circunstancia sustituye al viejo ventilador de la frase americana de tiempo atrás: “when the shit hits the fan”.

Hoy vivimos gozosa e irreflexivamente en el regodeo de la trituración masiva de famas y prestigios, de alusiones y acusaciones a boca de jarro, para cuyos efectos perniciosos no hay ni defensa ni contraofensiva posible. “Calumnia, que algo queda” dijo Voltaire en su tuiter.

La impunidad de las redes nos hace pensar si en verdad son tan benéficas para la comunicación como dicen sus defensores y usuarios empedernidos o han deshumanizado, trivializado y llenado de crueldad infecunda nuestras mentes.

-¿De veras sirven para algo, usadas así como si fueran mínimos proyectiles contra cualquier situación o persona?

Yo lo dudo, mientras miro a los jóvenes hundidos en la pantallita  de sus “smart phones”, leyendo huevadas  y asumiendo como suyos agresivos pensamientos o frases ajenas, felices en la ludopatía de la aparente crítica social o política, superficial, reiterativa, hilarante y sin sentido.

–¿Ya viste?, se lo están acabando en las redes. Lo están desollando. Me dejo despellejar.

La impunidad de las redes sociales ha extendido esa condición al resto de los medios, especialmente los tradicionales, los cuales hace mucho ya gozaban de ella. Si verse publicado con infamia es nocivo, rectificarlo es peor.

En ese sentido llama  la atención el anuncio una nueva novela de Umberto Eco, de cuya calidad ética pocos tendrían duda. El semiótico señor Eco, cuya obra literaria quizá supere sus trabajos anteriores (sólo “El nombre de la rosa” podría ser razón para el Nobel), plantea una pregunta interesante (“Número cero”):

¿Cuáles son los límites de la información?

Planteada así la interrogante resulta vaga. Pero si se plantea de otro modo, por ejemplo, ¿debe tener límites la información y quién debe garantizarlos, vigilarlos y aun imponerlos? La cuestión se vuelve espinosa y políticamente incorrecta. Como todos sabemos la política y el periodismo son ramas del mismo árbol. La política es la búsqueda del poder y el periodismo (en un sentido amplio, por no decir la comunicación) es su herramienta principal.

Cuando leemos el más reciente escándalo político, ya sea bancario o inmobiliario; de políticos o de famosos de diverso ámbito, nunca reflexionamos si es un verdadero motivo para escandalizarse o nos alarmamos notoriamente debido a  la inducción del caso (manipulación, forma de presentación, efecto sicológico) en favor de quien  hurga, busca, propala e incendia la pradera de la opinión en beneficio propio o de sus patronos o patrocinadores.

Los medios, no crean la información; en todo caso la divulgan.

Son, para repetir a Eco, altoparlantes a través de los cuales los grupos de poder se entrecruzan mensajes por encima de la cabeza de la sociedad.

Y el ciudadano se consuela con esos bocados, se siente bien, se le sube a la cabeza la adrenalina de sus emociones justicieras, a la manera de la adolescente melancólica con una caja de chocolates confundida entre el  amor y las emociones del cacao.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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