San Lázaro y La Candelaria de los Patos son barrios vecinos.

En medio de ambos –flanqueada por sendas estaciones del Metro, con los nombres de esos lugares–, está la Cámara de Diputados, incrustada en la delegación Venustiano Carranza, si se pudiera simplificar así, una de las partes más fea –entre las muchas horrorosas–, de la ciudad de México. Horrible en muchos sentidos, tanto como la vecina colonia Morelos y su mala fama, la memoria de Lecumberri  o las actuales condiciones del Sistema de Transporte Colectivo.

Sin embargo hasta hace algunos meses, ahí se le rendían honores y amores a Marcelo Ebrard , quien ahora sufre o al menos hace como si sufriera por una embestida en su contra iniciada, según ha dicho desde la semana pasada  (¿dónde se fueron los amores de antaño?) por las denuncias de irregularidades múltiples en cuanto a la construcción de esa desastrosa llamada «Línea Dorada o Línea del Bicentenario”, la cual es la obra pública más grande realizada por ese amasijo de corruptelas, cinismo y chambonería llamado Revolución Democrática.

Si ya desde la semana pasada utilizando los siempre disponibles micrófonos de la radio matutina y su buen olfato para el escándalo, Marcelo Ebrard emprendió el camino de su auto defensa mediante el sencillo procedimiento de exhibirse como un perseguido político víctima de las malas artes de Miguel Ángel Mancera y sus segundos.

Ahora, en víspera del día de La Candelaria –como si fuera el pago de una deuda tamalera por haber sacado el niño de la rosca o el tigre de la rifa, en este caso–, irrumpe en una sala de la Cámara de Diputados, en San Lázaro, donde actúa la comisión investigadora del desmadre del Metro, y porta –como si fuera un “ayotzinapo” más-,  un simpático cartelito:

“Derecho de audiencia”. Lindo.

Y su intervención, cobijado por el senador, Mario Delgado y algunos otros quienes en su tiempo se favorecieron de su munificencia y su confianza (eso son los “equipos” políticos) y frenada por los adversarios,  causa una batahola, una barahúnda o una “cena de negros” (expresión impropia pues ahora se debe decir una cena de afromexicanos, en todo caso) y convierte la Cámara de Diputados en una “Cámara Húngara” (con respeto a los naturales de Budapest, Szeged o Debrecen, lugares de enorme belleza, superiores, por cierto, a la colonia Federal o el Peñón  de los Baños).

Pero más allá de asuntos de geografía o urbanismo fracasado, Ebrard ha conseguido su propósito: llamar la atención ofrecerse como víctima y denunciar una persecución en su contra. Quieren, ha dicho, cerrarme el paso para avanzar como diputado.

Impedirle a un señor sentarse en muelle curul en San Lázaro no justificaría tan enorme movilización denunciatoria en cuanto al caos de la línea dorada y los miles de millones de pesos tirados a la basura en una obra fallida y mal hecha.

Más bien parece lo contrario, Marcelo necesita la protección del fuero para impedir la propagación del fuego en los aparejos, lo cual parece haberle sucedido desde ahora.

Pero sobreviviría como lo ha hecho a muchas otras desventuras de la vida.  Si libró las muertes de Tláhuac, si se saltó los escollos cadavéricos del “News Divine “ (donde su jefe de policía era el actual Director del STC, por cierto) saldrá de este atolladero. El nombre real de la política es “impunidad”.

Lo demás, pura mascarada con valses de Strauss.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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