A raíz de los brutales crímenes en  el semanario “Charlie Hebdo” (no analicemos ahora su calidad) sobre cuyas repercusiones en Francia ya se ha hablado hasta el cansancio y cuyas consecuencias en el endurecimiento de la vida europea en general son aun imprevisibles, pues la vieja Europa se va a convertir en una zona restringida de los Pirineos a los Alpes  y del Mediterráneo a los fiordos de Noruega, un tema debería estar por encima de todos: la tolerancia.

Personalmente esa palabra nunca me ha gustado para definir una garantía de convivencia civilizada. Prefiero la simple y rotunda voz de respeto. El respeto implica una cierta noción de igualdad. La tolerancia, en cambio, me deja un  sabor de cierta condescendencia altiva: como soy muy civilizado, te tolero aunque en el fondo te desprecie.

 

Por ejemplo, si a las tres de la mañana el vecino toca  el tambor o ensaya  con la batería, lo tolero a regañadientes. Si no lo hace, él respeta a los demás. Algo por ahí.

 

Pero con “tolerancia” o sin ella (hasta un museo tenemos dedicado a esta actitud tan políticamente correcta), casi todos transgredimos las cosas de los demás. El respeto al derecho ajeno, nos dijo Juárez, es fórmula para vivir en paz. Nunca habló el indio de tolerar; siempre indujo a respetar. Pero en fin.

 

La pregunta ahora, evadida por muchos es si la “libertad de expresión” es tan absoluta como para no conocer ni siquiera los límites elementales de la prudencia, la conveniencia o la simple y llana utilidad. Muchas cosas se pueden decir en la vida, menos la verdad.

 

Obviamente esta columna no pretende pontificar, comprendida esta expresión como hablar tal si se fuera un Papa infalible, pero quien si es Papa  es Francisco, el jesuita argentino sentado en el trono de Pedro, y él ha dicho una de las cosas más importantes de todo esto en cuanto a la libertad y la conveniencia; la prudencia, el tacto y la respetabilidad de los críticos mismos, los ironistas crónicos o los chistosos de profesión.

 

La displicente actitud de los humoristas europeos de caricaturizar a Mahoma, en agravio de la fe  de millones de creyentes (fanáticos o no) ha levantado la ira violenta de los ofendidos.

 

Y ha dicho al Papa:

 

“…que ni la libertad de religión ni la libertad de expresión deben ser utilizadas para ofender a los demás. Sencillamente, «no se puede insultar la fe del Islam… (ABC)»

“…En tono informal, comentó:

–«Si alguien dice una palabrota sobre mi madre puede esperarse un puñetazo».

“Al mismo tiempo, excluyó que ni siquiera la blasfemia justifique el atentado de Paris, pues «no se puede matar en nombre de la propia religión, no se puede matar en nombre de Dios». Echando una ojeada a la historia de los cristianos, reconoció que «también nosotros hemos sido pecadores en esto, pero matar en nombre de Dios es una aberración».

 

No imagino al Papa con la derecha suelta como Firpo o Monzón, por hablar de notables púgiles argentinos, ni tampoco atacando a alguien con un cabezazo sorpresivo como hacen los “ñeros” de la Guerrero, Tepito y zonas vecinas, pero es altamente gratificante una voz de tan alta sensatez como la suya.

 

¿No es posible ejercer la crítica sin ofender las creencias religiosas de los demás?

Pues sí, si es posible y además conveniente.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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