Quizá vengan nuevos tiempos en los cuales será posible recordar la época actual con la sola mención de una palabra: Ayotzinapa, lugar donde, por cierto, hace mucho tiempo no sucede nada notable, pues los hechos de horror y escándalo no ocurrieron ahí sino a muchos kilómetros de distancia. El surco de la sangre y el fuego pasa por Iguala y por Cocula.
De Ayotzinapa, como ha ocurrido con frecuencia en tiempos recientes, salieron los normalistas rurales de la escuela Isidro Burgos a movilizarse en la incesante labor política y de expresión aguerrida a la cual se han dedicado desde siempre con pretexto de la educación popular, y tras el robo de autobuses se fueron a Iguala donde ya todos sabemos los municipales y los bandoleros, los traficantes y sus protectores, los mafiosos y sus socios en el poder político local, los secuestraron y presumiblemente asesinaron para zanjar las diferencias y todo cuanto usted se quiera imaginar y aquello para lo cual no requiere facultades mayores sino revisar los diarios de las últimas semanas.
Pero quizá la sonoridad del vocablo, Ayotzinapa, nos lleve a definir con su sola pronunciación el rostro de un tiempo.
Por eso es interesante, al menos, analizar esta parte del mensaje nacional dirigido a todos los mexicanos desde la autoridad del presidente Enrique Peña, quien en el decálogo transformador de un sistema de justicia y desarrollo para la región donde más se han acentuado las contradicciones nacionales y por consecuencia generado la violencia, planteado un discurso insólito para plantear las consecuencias de un hecho en el cual el Ejecutivo y sus dependencias directas no tuvieron responsabilidad ninguna, vistos los hechos a la distancia.
“Los lamentables hechos de Iguala –dijo severo— han exhibido que México tiene rezagos y condiciones
inaceptables por vencer”.
“Estos hechos de violencia nos exigen redoblar los esfuerzos para lograr la vigencia plena del Estado de Derecho”.
“Nuestro país se ha estremecido ante la crueldad y la barbarie.
“El grito de: ¡Todos somos Ayotzinapa!, demuestra ese dolor colectivo”.
“El grito de: ¡Todos somos Ayotzinapa!, es ejemplo de que somos una nación que se une y se solidariza en momentos de dificultad”.
“El grito de: ¡Todos somos Ayotzinapa!, es un llamado a seguir transformando a México”.
“Como sociedad, debemos tener la capacidad de encauzar nuestro dolor e indignación hacia propósitos constructivos”.
“El camino de México debe ser el de la paz, la unidad y el desarrollo. Tenemos que seguir avanzando juntos para superar la pobreza, la marginación y la desigualdad, que lastiman especialmente al sur del país.
“Como Presidente de México, los convoco a avanzar por esa ruta y a que continuemos impulsando los cambios de fondo que requiere el país, para cerrarle el paso a la criminalidad, la corrupción y la impunidad. Las medidas que hoy he anunciado se suman a las reformas aprobadas y en su conjunto contribuirán a la transformación positiva de toda la nación”.
“El camino hacia un mejor México no ha sido ni será fácil. Nos seguirá exigiendo esfuerzo y perseverancia. Seguirán existiendo obstáculos y resistencias, pero la fuerza y la voluntad de cambio de los mexicanos siempre podrán superarlos”.
En las palabras presidenciales hemos visto, diría el senador Emilio Gamboa, la posibilidad de otro rumbo “una nueva etapa en materia de reformas, que se van a alcanzar en el Legislativo”, a pesar de los grupos opositores.
“México –afirma el senador—, está en un momento clave para dar un paso hacia el desarrollo y la prosperidad, con un grito y un clamor unísono: que no vuelva a suceder lo que pasó en Iguala”.
Pero por desgracia hay hechos reales cuya irrupción parece una maniobra macabra, pues precisamente cuando el Presidente invoca la paz como sendero único para el tránsito de la vida nacional, se reinicia el descabezadero.
“(AN) Los cuerpos de 11 personas fueron encontrados ayer, parcialmente quemados y decapitados, en la comunidad de Ayahualulco, municipio de Chilapa de Álvarez, en la montaña baja de Guerrero”.
“Junto a ellos fue dejada una cartulina con un mensaje dirigido a un grupo criminal apodado ‘Los ardillos’ que rezaba: “Ahí está, basura”. Los muertos tenían entre 20 y 25 años y presentaban también heridas de armas de grueso calibre.
“La Procuraduría General de la República atrajo la investigación del homicidio de 11 personas, cuyos cuerpos fueron localizados decapitados y semicalcinados en el municipio de Chilapa, Guerrero, informó el encargado de despacho de la Subprocuraduría de Control Regional, Procedimientos Penales y Amparo (Scrapa), Rodrigo Archundia Barrientos”.
Así, mientras los rumores contra su salud progresan y las insidias en favor de su dimisión continúan, el Procurador Jesús Murillo Karam se convierte en la parte magnética del gobierno: todo lo atrae la Procuraduría General de la República y no hallan los especialistas tiempo para resolver tanta mortandad, tantos delitos, tantas irregularidades en un país donde, sin duda, sólo los cambios profundos pueden ofrecer resultados mayores, pero el tiempo corre contra quienes buscan salidas y quienes tapan los accesos y las rutas de emergencia.
Por ahora ya tiene el Plan Peña muchos seguidores, adeptos y respaldos. La Conferencia Nacional de Gobernadores publica un comedido desplegado de seis puntos, en el cual ofrece su firme y decidida adhesión a los planteamientos del decálogo presidencial contra la corrupción y la violencia y a favor de la justicia, la seguridad pública y los derechos humanos.
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Eran los días de celebración de la “Hispania Fecunda” a los cuales dóciles y felices se sumaban –quinientos años después de la hazaña de Colón—, todos los hispano-parlantes en una rotunda ceremonia en la bella ciudad de Zacatecas.
Se había organizado (1997) un magno congreso de la palabra castellana y modestamente se presentaban las ideas de tres premios Nobel, tres, como diría un cartel sevillano y se completaba el verboso programa con otros hombres de pluma de menores famas pero con importancia probada.
Y el más discreto de todos ellos, el silencioso en una mesa del banquete con el rey Juan Carlos de Borbón —ese cuyos devaneos eróticos, crematísticos y cinegéticos lo echaron al tacho de la historia—, era Roberto Gómez Bolaños cuyo “Chapulín Colorado” nada reclamaba junto a José Arcadio Buendía o Pascual Duarte, pues si Colombia enviaba al Gabo y España a Camilo José Cela, los mexicanos estaban ahí presentes a través de un video de Octavio Paz y la presencia sencilla pero notable de Chespirito.
Ahora recuerdo los baños del Museo Rafael Coronel, donde fue la fiesta. Estaban de pie frente a sendos orinales, el ya dicho Gabo y el prolífico autor de personajes (no todos con Ch, como dicen algunos, pues existen Florinda, Jirafales, Barriga y demás) quienes, tras lavarse las manos, conversan comedidos y respetuosos.
—¿Qué opina usted de Chespirito?, le dije a García Márquez.
—Ese hombre es un genio, me respondió conciso.
Y ese genio, como el otro, ahora ya es recuerdo nada más a través de una obra extensa, popular, hereditaria y dichosa.
rafael.cardona.sandoval@gmail.com