Nada conveniente para un país cuyo discurso por el mundo se basa en la modernidad democrática y la oferta de oportunidades de negocios industriales en todas las áreas de actividad humana: del turismo a la energía. Esto no pasa ni en Ruanda.
Rodeada por hipótesis a la cual más terrible, la desaparición de los estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa podría marcar el rostro definitivo de este gobierno cuando apenas ha trascurrido su primer tercio entre la algarabía reformista y la realidad inconforme.
La primera hipótesis, la favorita, es simple: se trata de un caso masivo de desaparición forzada. La diferencia entre ésta y un secuestro “vulgar” también es sencilla: cuando el secuestrador es un agente del gobierno o del Estado, el delito obtiene una categoría mayor: es una violación grave a los derechos humanos. Quien está para proteger no puede secuestrar. El abuso de autoridad, la perversión, agravan la privación de la libertad.
Y si a eso se le agrega la eliminación del secuestrado (abducido, dicen algunos en espanglish) entonces estamos frente al peor de los mundos posibles.
Por desgracia (para todos, no solo para el gobierno y su imagen) el hallazgo de las fosas entre Iguala y Taxco agrava las sospechas. Si los cuerpos ahí inhumados son de los normalistas de Ayotzinapa el terremoto reventará la escala de todos los sismógrafos políticos. De inmediato se le agregaría al caso Tlatlaya, lo cual derivaría automáticamente en una imagen (un juicio y una condena) quizá irreparable para el gobierno.
Asesinatos militares y policíacos. Punto.
Nada conveniente para un país cuyo discurso por el mundo se basa en la modernidad democrática y la oferta de oportunidades de negocios industriales en todas las áreas de actividad humana: del turismo a la energía. Esto no pasa ni en Ruanda.
La otra hipótesis es quizá la más compleja de todas: los estudiantes de esa normal (de tradición luchadora y de raíces extremistas, con los Cabañas y los Vásquez Rojas como santos tutelares) se sintieron amenazados tras el tiroteo del autobús secuestrado y la muerte de sus compañeros y decidieron irse “pa’l monte” mientras las aguas se calman.
Pero ni esto ha ocurrido ni su paradero “fugitivo” ha dejado trazos, huellas o noticias siquiera entre sus familiares quienes insisten en la frase de remota patente: “¡vivos se los llevaron; vivos los queremos ver!”.
La tercera hipótesis no es tampoco nada tranquilizadora: los cuerpos hallados en las fosas descubiertas hace apenas unas horas, no son los de esos desaparecidos.
Pues no, pero son de otros, lo cual demuestra una sistemática circunstancia: en este país la gente desaparece o es asesinada, no se sabe por quién y sus cadáveres vienen a la luz cuando se busca a otros desaparecidos, estén o no en rígida condición de momia fresca.
Como sea, en cualquiera de los tres casos, el panorama es terrible. Tanto como podría ser, en otras circunstancias, la advertencia del presidente Enrique Peña al gobernador Ángel Aguirre Rivero: “cumpla con su deber.” ¿Y ya? ¿Con eso tenemos?
Pues por desgracian no. Los deberes de la autoridad se incumplen en cualquiera de los tres casos anteriores y en otros más.
Hoy, por desgracia, brotan cadáveres, no importa su antigüedad. Importa la ignorancia generalizada: no sabemos quiénes son, quién los mató, quién los sepultó, quién los escondió.
—“Oigo en tus quejas, crujir los esqueletos en parejas…”
rafael.cardona.sandoval@gmail.com