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Impelidos para contrarrestar la bofetada al patrón en turno, pues eso y no otra cosa fue la publicación del encuentro entre Julio Scherer y el Mayo Zambada, algunos han dicho: el “narco” sabe usar a quienes se dejan usar. ¡Uy! Cuánto espanto y cuanta subconsciente revelación de cómo ven el periodismo quienes llegaron a la profesión no por vocación sino por conveniencia: un simple intercambio de favores.

Dejarse usar, vaya.

Quizá sea cierto. Pero hasta ahora nunca se han visto publicadas peticiones firmadas por Julio Scherer en demanda de fondos (dinero se le llama en lenguaje llano) al presidente de la República haya sido quien haya sido. Y sí se conocen solicitudes (muchos guardamos los recortes de aquel hallazgo de Raymundo Riva Palacio) en las cuales un severo juez actual del trabajo ajeno se rasga la túnica por la conversación entre Zambada y Scherer.

Desde el domingo muchos se ha subido a los torreones inexistentes del también imaginario castillo de la pureza (para usar una frase de Octavio Paz) y han dicho: ¿cómo, los narcos mandan sobre la prensa “independiente”? Pura envidia o pura respuesta por encargo.

Sin embargo estas actitudes, hasta de quienes aun respiran por la herida de haber sido desalojados de “Proceso”, nos llevan a un debate bastante innecesario por otra parte. ¿Es responsable el periodista de la calidad moral de aquellos con quienes habla? Obviamente no.

Un profesional va donde sea y habla con quien sea y eso no necesariamente lo iguala ni lo identifica con su entrevistado. Si no fuera así, la Madre Teresa me habría vuelto santo así fuera por un instante. O cantaría yo como María Callas o pensaría como William Randolph Hearst; escribiría como Mario Vargas Llosa o haría esculturas como Mathías Goeritz.

No, las entrevistas no contagian. No son ni una enfermedad transmisible por el habla ni nos hacen iguales a nadie. Los periodistas en ese sentido somos como los médicos, auscultamos a cualquiera; andamos con toda clase de lobos y ovejas y no aprendemos ni a aullar ni a balar. Cada quien es como es y vale cuanto puede.

En el año 1931 Cornelius Vanderbilt. Jr., entrevistó a Al Capone. Un “alcoholtraficante” cuyo peso nocivo en la sociedad americana de entonces podría equipararse al de cualquier capo sinaloense de nuestros tiempos. A fin de cuentas el delito de ambos viene a ser el mismo: traficar y vender sustancias prohibidas.

En “The penguin book of interviews”, de Christopher Silvester, se reproduce ese trabajo de Vanderbilt originalmente publicado por “Liberty” y en él se narra una anécdota interesante:

“Antes de visitar a Capone, Vanderbilt Jr le había dejado una nota al encargado del hotel con instrucciones de abrirla cuando transcurriera un determinado tiempo. El periodista había escrito la dirección en la que se encontraría. Luego la entrevista se alargó, y fue todo tan bien que Capone y Vanderbilt estaban pensando en la posibilidad de una “cena íntima” para la semana siguiente cuando sonó el teléfono. Contestó Capone y pasándole el teléfono a Vanderbilt Jr, le dijo: “Es la policía, dicen que lo secuestré.”

Capone, entre otras muchas de sus canalladas había asesinado a un periodista del “Chicago Tribune” llamado Jack Lingle, pero no se conocen críticas de ninguno de sus compañeros contra Vanderbilt por haber aceptado la compañía del traficante, lenón y proxeneta.

Sin embargo el famoso periodista no dudó en escribir estas líneas con la transcripción de las palabras de Alphonse:

–Hoy en día la gente no respeta nada. Antes, poníamos en un pedestal la virtud, el honor, la verdad y la ley. ¡Hemos tenido casi 12 años para enderezarnos y mire el caos en que hemos convertido la vida! Durante la guerra, los legisladores aprobaron la decimaoctava enmienda. Hoy en día hay más gente bebiendo alcohol en los garitos clandestinos que la que antes de 1917 atravesaba las puertas de todos los locales del país en cinco años. Eso es lo que opinan del respeto a la ley.”

No conozco ninguna crítica profesional en contra de este trabajo. Capone fue sentenciado pocos días después de esa entrevista y Vanderbilt Jr se fue por el mundo en busca de otros personajes. Habló con Pershing, con Mussolini, con Stalin, con Mussolini, recorrió el planeta y desplegó su talento hasta en la Casa Blanca donde fue asesor de Franklin Delano Roosevelt sin cobrar un solo centavo por su trabajo.

Pero en México las cosas son distintas. Cuando en el año 1939 Pagés Llergo llegó hasta el campamento de Adolfo Hitler en la devastada Varsovia. Impresionado escribió:

“Sobre los escombros calcinados de la vieja capital polaca, rodeados de miseria, de llanto, de desesperación, yo hablé con el hombre más discutido que ha producido el mundo. Con las manos cruzadas sobre el pecho; la vista fría, dramática, proyectada sobre los campos yertos de la vieja Varsovia, se erguía ante mí, magnífico, terrible, el amo de la Tercera Alemania…”

Mucho más escribió Pagés, pero esa osadía, ese triunfo internacional nada más le valió el infamante calificativo de pronazi, ajustado a su persona por los envidiosos de toda la vida.

“Déjelos –me dijo cuando le pregunté de las críticas– ninguno lo supo hacer. Yo sí”.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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