Quizá lo más distintivo de la izquierda podría ser la orientación del dinero público, al menos en la teoría: usarlo para la sociedad, no para el gobierno, como ha dicho el diputado Luis Espinosa Cházaro.
Posiblemente haya cosas difíciles en el mundo, por ejemplo, establecer planetariamente el reino de la paz y la justicia, pero sin ir hasta esos límites de la complejidad, en México hay cosas complejas, abstrusas y enredosas. Una de ellas es definir a la izquierda mexicana.
Quizá la complejidad ni caiga en las simas de aquellos debates entre Octavio Paz y Carlos Monsiváis, ni se necesita ir a los cofines del pensamiento de Adolfo Gilly, pero cuando uno mira el muégano actual del Partido de la Revolución Democrática, no halla cómo encajar las viejas definiciones de los herederos del marxismo con las trapacerías de René Bejarano.
Ahora, cuando la complejidad intelectual se reduce a las acusaciones de piratería política entre Jesús Zambrano y colaboracionismo pactista con el cual lo descalifica Andrés Manuel, debemos entender la ausencia o al menos la dificultad de ver dónde están los fundamentos ideológicos o la doctrina de esa tendencia llamada “izquierda”, en evocación del sitio donde se ubicaban los girondinos y los jacobinos en tiempos tan lejanos como para no ocuparse más de ellos.
La extrema complejidad de este fenómeno político no es ninguna novedad. Desde los tiempos (digámosle, por condescendencia, históricos) del comunismo romántico, con sus banderas rojas, sus hoces y sus martillos, ya se peleaban los estalinistas contra los trotskistas (en Coyoacán quedaron las evidencias de cómo dirimían sus diferencias a golpe de piolet) y la tradición tiránica de purgas y expulsiones, acusaciones y revisionismos culpables es materia de memoria en todos los libros políticos del siglo XX.
En México ha habido versiones muy conocidas de esta tradición purgante, cuya secuela es quizá la incontenible tendencia a la fragmentación, la atomización, la partenogénesis y el sectarismo.
En días recientes, el maestro universitario Froilán M. López Narváez publicó una cita interesante de la declaración de principios del PRD, por cuya oportunidad vale la pena:
“El PRD es una organización política que busca contribuir a fomentar la dimensión ética de la política, sustentada en los derechos humanos, los valores del pensamiento crítico, el compromiso democrático y la vocación social. Reconoce a la democracia como base del debate civilizado, la reflexión colectiva, respeto a las opiniones, igualdad de derechos y obligaciones…”.
Como vemos, ese papasal de lugares comunes podría ornar el portal de cualquier otra organización política: ¿cuál no busca desde una organización de este tipo la vigencia de los derechos humanos, la democracia (cuando en otro tiempo las clases luchaban y el fantasma comunista rondaba el mundo), la reflexión colectiva sobre los problemas?
Quizá lo más distintivo de la izquierda podría ser la orientación del dinero público, al menos en la teoría: usarlo para la sociedad, no para el gobierno, como ha dicho el diputado Luis Espinosa Cházaro.
EBRARD
¿Cómo se llama el más grande misterio de la “izquierda” mexicana?
Indudablemente Marcelo Ebrard, cuyo futuro se ve tan extraño como su investigación de la Línea 12 del Metro. Ya veremos quizá una sorpresa.